Espacio
y tiempo
Investigadores de la empresa IBM lograron almacenar un
bit de información en 12 átomos. En el disco duro de la máquina en la
que se está leyendo esta nota, para almacenar la misma cantidad de
información se necesita un millón de átomos. En términos prácticos, la
tarjeta de memoria de mi celular, que tiene 64 gigas, podría albergar
algo así como 10.000 gigas, es decir, el equivalente a la memoria de
diez discos duros de los más grandes que ahora se fabrican.
Uno de los problemas que
enfrentan estos avances tecnológicos es que son materiales. Esta clase
de memoria de átomos sigue siendo magnética, tal como son los sistemas
actuales. Esto significa que las partículas de materia se ordenan de
cierta manera (inclinadas para un lado para representar el valor 1, y
para otro para representar el valor 0, por ejemplo), pero cuanto menor
es el tamaño de las partículas, más problemas de estabilidad aparecen.
Uno de los principales problemas es la temperatura. A menor tamaño,
menor debe ser la temperatura de trabajo; si esa temperatura aumenta por
encima de cierto punto de equilibrio, la información se pierde. Las
temperaturas de trabajo de las memorias atómicas son cercanas al cero
absoluto, es decir, más de 250 grados bajo cero.
Hay varios otros sistemas que se
están explorando para aumentar la capacidad de almacenamiento sin perder
rapidez, sin ocupar más espacio físico y con una durabilidad del entorno
de los 30 años, que es el estándar que se le exige a un sistema de
memoria en la actualidad. Para muchos, el tamaño es lo de menos, e
incluso la velocidad es secundaria: lo más importante es que lo que uno
quiere archivar permanezca intacto ya no tres décadas, sino
indefinidamente.
Estigma
Hay tatuajes que se conservan
desde hace más de cinco mil años en las pieles momificadas de algunos
cuerpos, tanto de reyes (como algunos faraones egipcios), como de
cazadores errabundos que el azar quiso mantener enteros (como Ötzi, el
Hombre de hielo encontrado en 1991 en los Alpes).
Las primeras menciones modernas
de tatuajes se encuentran en los relatos de los viajeros ingleses del
Pacífico, en el siglo XVIII. La palabra samoana “tatau”, es la que, a
través del relato del naturalista Joseph Banks, que formaba parte de la
expedición de
James Cook, da origen a la denominación actual de la práctica de la
incisión de la piel para introducir en la dermis una carga de
pigmento. Pero el tatuaje tiene nombre griego, es decir, no es solo una
práctica exótica: stigma. El estigma tenía un empleo
administrativo entre los romanos, tal como lo tuvo entre los griegos y
otras culturas mediterráneas: se marcaba a esclavos y reos, y con esa
acepción de señal vergonzante conservamos la palabra hasta hoy, aunque
en su origen apenas designaba el acto de pinchar.
Durante más de 1.500 años de
cristianismo el estigma fue censurado por el cristianismo y cayó en
desuso. En tiempos feudales los siervos y los esclavos eran señalados
con un collar en torno al cuello, mucho más práctico para encadenarlos
para el traslado o la inmovilización. La señal no tenía mucho sentido en
un mundo en el que todos los seres humanos eran siervos, salvo, ya en el
segundo milenio, para los ciudadanos poseedores de algún saber artesanal
o algún capital de giro.
Cuando los marineros de Cook
volvieron a Europa, trajeron con ellos la moda del tatuaje, que se hizo
bastante común en su profesión. La tradición del tatuaje con una
finalidad de marca comunitaria se hizo tan fuerte que hasta
Winston Churchill tenía el estigma de un ancla en su brazo,
probablemente como rastro de su cargo como Primer Lord del
Almirantazgo.
En las comunidades isleñas del
Pacífico, en el sudeste de Asia y en Japón los tatuajes dejaban de ser
marcas relativamente puntuales, con un sentido de señal simple, para
extenderse por todo el cuerpo, o a veces la cabeza, con diversas
funciones: ornamentación, señal de posición social o advertencia.
El uso del estigma para señalar
convictos renació en las cárceles modernas, aunque esta vez como forma
voluntaria de identificación de cualidades personales o pertenencias a
grupos internos.
La moda universal del tatuaje es
reciente. La máquina de tatuar inventada por Edison se usó masivamente
en los campos de concentración alemanes, para estigmatizar
eficientemente a los millones de víctimas de la burocracia nazi. Pero
recién en la década de 1970 nacen los primeros servicios comerciales de
tatuaje en los Estados Unidos. En la década de 1990 del siglo pasado se
produce una expansión mundial que hoy parece estabilizada.
En todo caso, el rasgo más
significativo del estigma y el tatuaje es su permanencia: dura toda la
vida, y aun después de la muerte. No es posible establecer causalidades,
pero hay derecho a sospechar que existe cierto sentido en la
coincidencia entre la desmaterialización de la inscripción en papel y la
difusión masiva del gusto por el tatuaje.
Cuerpo
desvaído
La desmaterialización de los
registros se manifestó prematuramente en el arte visual, con el
nacimiento del arte conceptual a partir de elaboraciones nacidas con las
vanguardias históricas, hace 100 años. Si bien es en las artes antes
llamadas visuales que el arte conceptual se manifiesta con más
vivacidad, la música tuvo un período conceptual a mediados del siglo XX
bastante radical, con manifestaciones como 4’33” de John Cage
(cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio, en tres
movimientos) o Toilet Piece de Yoko Ono (el registro sonoro del
vaciamiento de una cisterna de baño). Las latas de mierda de artista, de
Manzoni, e infinidad de obras cuya materialidad carece de importancia en
comparación con la idea compositiva son manifestaciones de esa poderosa
corriente hacia la desaparición de los cuerpos que emprendió el siglo XX.