“No somos negros” es una expresión que,
según el diccionario de la Real Academia Española, se usa “para
reprender a quien trata a otros desconsiderada y ásperamente”. Sin dudas
quien la usa no se considera negro, ni quiere que lo consideren negro, y
da la impresión de que le parece adecuado que un negro sea tratado
desconsiderada o ásperamente.
La
denominación “negro” para referirse a personas cuyo color de piel es de
una tonalidad diferente a la del denominador implica una historia
semántica que trae incorporado un juicio. En el diccionario, la palabra
“negro” asume una cantidad de acepciones negativas: clandestino, sucio,
triste, desventurado, de poder maligno. Casi ninguna acepción es
positiva, lo cual es natural, ya que negro supone ausencia de luz, y los
seres humanos somos animales diurnos, de manera que luz es bueno y
oscuridad es malo. El diccionario registra un uso positivo de “negro”,
originario de una distinción étnica: se usa “como voz de cariño entre
casados, novios o personas que se quieren bien”. Es curioso que sea una
acepción evidentemente posterior a la de la adjudicación de la palabra
“negro” para designar personas. Es decir: negro es malo, hasta que negro
es gente, y entonces a veces negro es bueno.
Cuando el ex ministro uruguayo
De Posadas definió cierta situación
del momento como “una merienda de negros”, muchos lo acusaron de
racista. Él se defendió con no mucha firmeza y bastante menos tino,
aduciendo que la expresión era de uso común y que de ninguna manera se
lo podía acusar de racista. Algunos grupos sociales mantienen fórmulas
vetustas, quizá como forma de generar identidad. Quizá en el círculo
social de De Posadas la expresión ha sido o incluso aún es de uso común,
del mismo modo que algunas marcas lingüísticas antiguas, como la
partícula “de”, que se usó en el siglo XVII para dar aspecto
aristocrático a algunos apellidos españoles. Como sea, aquel dicho se
encuentra en el diccionario, con el significado “confusión y desorden en
que nadie se entiende”. Una expresión parecida, “boda de negros”,
también está en el diccionario y significa “función en que hay mucha
bulla, confusión, grita y algazara”. Los descendientes de los esclavos
africanos son calificados con dureza por el clisé lingüístico.
El
uso de estas expresiones supone diversos grados de racismo por parte de
quien las usa. Puede tratarse de racismo militante, basado en alguna
teoría; o puede tratarse de un racismo nunca hecho consciente, un
rechazo leve al diferente, inculcado a través de pequeños gestos y
dichos familiares. La Casa de la Cultura Afrouruguaya eligió una
expresión del diccionario, “trabajar como un negro”, para su campaña
propagandística para concientizar acerca del racismo. La campaña se
articula en torno a una petición a la Real Academia Española de la
lengua para que elimine la expresión del diccionario. Es bastante
curioso que la expresión elegida sea la que tiene una clara referencia
al carácter de mano de obra explotada a lo largo de la historia de los
afrodescendientes en América, y no es ofensiva como muchas otras que
también están en el diccionario.
Semanas después del comienzo de esa campaña, el subsecretario del
Ministerio de Educación y Cultura envió una carta a la Academia Nacional
de Letras, en la que menciona que en su reciente Diccionario del Español
del Uruguay hay “expresiones que pueden ser discriminatorias”, como
“costar un negro con pito y todo”, “trabajar como negro chico”,
“caliente como negra en baile” y “como quien peina negro”.
En la carta, el subsecretario pide a la Academia “que revise el
diccionario” y que se ponga en contacto con la Casa de la Cultura
Afrouruguaya, presumiblemente para recibir instrucciones sobre moral
lexicológica.
Si
el racismo fuera una manifestación independiente, una especie de
enfermedad social perfectamente delimitada, que obedeciera a un cierto
número de causas perfectamente identificables, se podría extirpar o
curar. Pero es bastante probable que se trate de un asunto que se
encuentra en
capas muy profundas de la conciencia de una buena aparte de la humanidad.
Es bastante probable que el racismo sea una manifestación de algo
arraigado en lo más básico de nuestros hábitos y creencias, algo que da
origen no solo al racismo sino a otros vicios sociales e individuales.
Según atestiguan antropólogos que han observado muy diversas culturas,
casi todos los grupos humanos recelan, sospechan, odian, rechazan,
separan o expulsan, entre otras expresiones de poco afecto, a quienes
perciben como ajenos. Esa ajenidad puede estar señalada por el aspecto
físico, las costumbres, el uso de ciertos accesorios, la forma de hablar
o las creencias religiosas.
El
patriotismo al que se obliga a los párvulos inocentes es la forma
constitucional de esa manifestación enfermiza de odio al extraño. En
este caso es todavía más diabólico, ya que interviene la burocracia: el
odio debe esperar a que examinemos la documentación del otro, para poder
establecer si es execrable o no, ya que puede ocurrir que sus rasgos
físicos y su habla sean idénticos a los nuestros. El contenido de las
arengas de los generales o de los capitostes que envían al matadero a la
tropa imberbe siempre es el mismo: nosotros somos nosotros y nuestra
patria es lo máximo, ea, a matar todo lo demás.
Algo
que lamentablemente pasó desapercibido a los autores de la campaña
contra el racismo en la lengua es mucho más grave que la expresión que
piden censurar. Se trata de la tercera acepción de la palabra “negro”;
es un error flagrante, que muestra claramente el racismo de los
redactores, y da información adicional: ninguno de ellos es
afrodescendiente.
Dice
así:
“Dicho de una persona: Cuya piel es
de color negro”.
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Pero “negro” en tanto color es, según la primera
acepción: “el aspecto de un cuerpo cuya superficie no refleja ninguna
radiación visible”. La segunda acepción es: “ausencia de todo color”.
Evidentemente un afrodescendiente nunca es negro, por más oscura que sea
su piel. Del mismo modo que ninguna de las personas que el
diccionario permite llamar blancos tiene la piel de ese color. La
historia de esas categorías es la vieja historia de todos los pueblos,
incluidos los africanos, que siempre rechazaron a los vencidos, siempre
los calificaron de feos, oscuros, opuestos a la luminosa verdad que
representan los vencedores. La “raza blanca” se definió después de que
los europeos definieron a los “negros”. Fue un exitoso acto de
definición de un enemigo, ya que al mismo tiempo permitió acentuar los
rasgos positivos de la blancura que se autoadjudicaban: luminosidad,
pureza, fuente de vida.
El reclamo a la Real
Academia Española de la lengua debería ser para que corrigiera la
tercera acepción, y no para que censure la historia y la actualidad de
los usos que la gente, racista o no, hace de las expresiones. Buena
parte de los negros defienden el uso de la palabra negro como
apropiación consciente de la denominación ofensiva, a través de un
recurso que el sociólogo canadiense
Erving Goffman definió con gran agudeza en su libro Estigma.
La persona estigmatizada (con una discapacidad física o con una
característica —una diferencia étnica, por ejemplo— que genera el
rechazo de la comunidad de “normales”) genera un círculo al que no
tienen acceso los “normales”. Sin embargo, algunos “normales” son
ocasionalmente admitidos dentro del círculo. Estos “normales” son
designados por los estigmatizados como “sabios”. Los sabios pueden, por
ejemplo, usar ciertos términos que los estigmatizados usan entre sí pero
que usados por los “normales” serían ofensivos. Es el caso del uso de
nigger en algunas comunidades de afrodescendientes estadounidenses;
se trata de una palabra ofensiva, que ningún “normal” puede usar pero
que los estigmatizados sí pueden apropiarse; y algún sabio “normal”
también podría usarla en casos excepcionales.
Algunos dichos populares son radicales (“cosas de negros”); otros pueden
tener cierta carga de simpatía o compasión (“como negro chico”). Algunos
casi no se usan, como el que hace referencia, en varias versiones, a las
12 horas: “No piensa, como negrito después de las 12”, o el otro, que
cuenta Borges en una entrevista para la revista
El
porteño:
“Mi
tío me decía: 'vos sos peor que un negro después de las 12'. Después de
las 12, era inútil pedirles nada. 'Sos más haragán que un negro después
de las doce'. Hasta las 12 trabajaban, después ya...”.
Borges interpreta que el exceso de esclavos en Buenos Aires había
obligado a una división del trabajo que a éstos les resultó bastante
cómoda.
Pero probablemente “las 12” no se refiera a la hora reloj sino a la
cantidad de horas trabajadas, y los esclavos, después de 12 horas de
trabajo, estaban tan agotados que ya no hacían nada bien.
Incluso a través de
interpretaciones inocentes la existencia de expresiones es una
invitación a la exploración de la historia.
La denuncia del uso de estas
expresiones, y la condena de su uso a los “normales” es un paso concreto
y positivo hacia una reflexión acerca del injusto arreglo social en que
vivimos. Pero la censura es una brutalidad inaceptable, incomprensible
cuando proviene de quienes intentan aumentar los derechos de la gente.
La censura no es un acto de discriminación positiva, como cuando se
estipulan cuotas de trabajo para determinadas etnias con la intención de
compensar una situación de desigualdad. Al contrario de lo que parece
sostener la Casa de la Cultura Afrouruguaya, la inclusión de todas las
expresiones en el diccionario es fundamental para entender cómo somos y
cuál es nuestra historia.
Cuando
De Posadas dijo “merienda de negros”, mi reacción fue acercarme al
diccionario, porque desconocía la expresión. Allí encontré su
significado, pero sobre todo aprendí algo sobre quien la dijo. Eso me
hizo, al mismo tiempo, tomar conciencia de mis propios usos de otras
expresiones. Saber más de uno mismo no siempre es fuente de alegría,
pero no usar una expresión por no saber de su existencia no convierte a
nadie en mejor persona.
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