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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          ¿CENSURAR EL DICCIONARIO?

No somos negros

Carlos Rehermann

“No somos negros” es una expresión que, según el diccionario de la Real Academia Española, se usa “para reprender a quien trata a otros desconsiderada y ásperamente”. Sin dudas quien la usa no se considera negro, ni quiere que lo consideren negro, y da la impresión de que le parece adecuado que un negro sea tratado desconsiderada o ásperamente.

La denominación “negro” para referirse a personas cuyo color de piel es de una tonalidad diferente a la del denominador implica una historia semántica que trae incorporado un juicio. En el diccionario,  la palabra “negro” asume una cantidad de acepciones negativas: clandestino, sucio, triste, desventurado, de poder maligno. Casi ninguna acepción es positiva, lo cual es natural, ya que negro supone ausencia de luz, y los seres humanos somos animales diurnos, de manera que luz es bueno y oscuridad es malo. El diccionario registra un uso positivo de “negro”, originario de una distinción étnica: se usa “como voz de cariño entre casados, novios o personas que se quieren bien”. Es curioso que sea una acepción evidentemente posterior a la de la adjudicación de la palabra “negro” para designar personas. Es decir: negro es malo, hasta que negro es gente, y entonces a veces negro es bueno.

Cuando el ex ministro uruguayo De Posadas definió cierta situación del momento como “una merienda de negros”, muchos lo acusaron de racista. Él se defendió con no mucha firmeza y bastante menos tino, aduciendo que la expresión era de uso común y que de ninguna manera se lo podía acusar de racista. Algunos grupos sociales mantienen fórmulas vetustas, quizá como forma de generar identidad. Quizá en el círculo social de De Posadas la expresión ha sido o incluso aún es de uso común, del mismo modo que algunas marcas lingüísticas antiguas, como la partícula “de”, que se usó en el siglo XVII para dar aspecto aristocrático a algunos apellidos españoles. Como sea, aquel dicho se encuentra en el diccionario, con el significado “confusión y desorden en que nadie se entiende”. Una expresión parecida, “boda de negros”, también está en el diccionario y significa “función en que hay mucha bulla, confusión, grita y algazara”. Los descendientes de los esclavos africanos son calificados con dureza por el clisé lingüístico.

El uso de estas expresiones supone diversos grados de racismo por parte de quien las usa. Puede tratarse de racismo militante, basado en alguna teoría; o puede tratarse de un  racismo nunca hecho consciente, un rechazo leve al diferente, inculcado a través de pequeños gestos y dichos familiares. La Casa de la Cultura Afrouruguaya eligió una expresión del diccionario, “trabajar como un negro”, para su campaña propagandística para concientizar acerca del racismo. La campaña se articula en torno a una petición a la Real Academia Española de la lengua para que elimine la expresión del diccionario. Es bastante curioso que la expresión elegida sea la que tiene una clara referencia al carácter de mano de obra explotada a lo largo de la historia de los afrodescendientes en América, y no es ofensiva como muchas otras que también están en el diccionario.

Semanas después del comienzo de esa campaña, el subsecretario del Ministerio de Educación y Cultura envió una carta a la Academia Nacional de Letras, en la que menciona que en su reciente Diccionario del Español del Uruguay hay “expresiones que pueden ser discriminatorias”, como “costar un negro con pito y todo”, “trabajar como negro chico”, “caliente como negra en baile” y “como quien peina negro”. En la carta, el subsecretario pide a la Academia “que revise el diccionario” y que se ponga en contacto con la Casa de la Cultura Afrouruguaya, presumiblemente para recibir instrucciones sobre moral lexicológica.

Si el racismo fuera una manifestación independiente, una especie de enfermedad social perfectamente delimitada, que obedeciera a un cierto número de causas perfectamente identificables, se podría extirpar o curar. Pero es bastante probable que se trate de un asunto que se encuentra en capas muy profundas de la conciencia de una buena aparte de la humanidad. Es bastante probable que el racismo sea una manifestación de algo arraigado en lo más básico de nuestros hábitos y creencias, algo que da origen no solo al racismo sino a otros vicios sociales e individuales. Según atestiguan antropólogos que han observado muy diversas culturas, casi todos los grupos humanos recelan, sospechan, odian, rechazan, separan o expulsan, entre otras expresiones de poco afecto, a quienes perciben como ajenos. Esa ajenidad puede estar señalada por el aspecto físico, las costumbres, el uso de ciertos accesorios, la forma de hablar o las creencias religiosas.

El patriotismo al que se obliga a los párvulos inocentes es la forma constitucional de esa manifestación enfermiza de odio al extraño. En este caso es todavía más diabólico, ya que interviene la burocracia: el odio debe esperar a que examinemos la documentación del otro, para poder establecer si es execrable o no, ya que puede ocurrir que sus rasgos físicos y su habla sean idénticos a los nuestros. El contenido de las arengas de los generales o de los capitostes que envían al matadero a la tropa imberbe siempre es el mismo: nosotros somos nosotros y nuestra patria es lo máximo, ea, a matar todo lo demás.

Algo que lamentablemente pasó desapercibido a los autores de la campaña contra el racismo en la lengua es mucho más grave que la expresión que piden censurar. Se trata de la tercera acepción de la palabra “negro”; es un error flagrante, que muestra claramente el racismo de los redactores, y da información adicional: ninguno de ellos es afrodescendiente.

Dice así:

“Dicho de una persona: Cuya piel es de color negro”.

  
Pero “negro” en tanto color es, según la primera acepción: “el aspecto de un cuerpo cuya superficie no refleja ninguna radiación visible”. La segunda acepción es: “ausencia de todo color”. Evidentemente un afrodescendiente nunca es negro, por más oscura que sea su piel. Del mismo modo que ninguna de las personas que el diccionario permite llamar blancos tiene la piel de ese color. La historia de esas categorías es la vieja historia de todos los pueblos, incluidos los africanos, que siempre rechazaron a los vencidos, siempre los calificaron de feos, oscuros, opuestos a la luminosa verdad que representan los vencedores. La “raza blanca” se definió después de que los europeos definieron a los “negros”. Fue un exitoso acto de definición de un enemigo, ya que al mismo tiempo permitió acentuar los rasgos positivos de la blancura que se autoadjudicaban: luminosidad, pureza, fuente de vida.  

El reclamo a la Real Academia Española de la lengua debería ser para que corrigiera la tercera acepción, y no para que censure la historia y la actualidad de los usos que la gente, racista o no, hace de las expresiones. Buena parte de los negros defienden el uso de la palabra negro como apropiación consciente de la denominación ofensiva, a través de un recurso que el sociólogo canadiense Erving Goffman definió con gran agudeza en su libro Estigma. La persona estigmatizada (con una discapacidad física o con una característica —una diferencia étnica, por ejemplo— que genera el rechazo de la comunidad de “normales”) genera un círculo al que no tienen acceso los “normales”. Sin embargo, algunos “normales” son ocasionalmente admitidos dentro del círculo. Estos “normales” son designados por los estigmatizados como “sabios”. Los sabios pueden, por ejemplo, usar ciertos términos que los estigmatizados usan entre sí pero que usados por los “normales” serían ofensivos. Es el caso del uso de nigger en algunas comunidades de afrodescendientes estadounidenses; se trata de una palabra ofensiva, que ningún “normal” puede usar pero que los estigmatizados sí pueden apropiarse; y algún sabio “normal” también podría usarla en casos excepcionales. 

Algunos dichos populares son radicales (“cosas de negros”); otros pueden tener cierta carga de simpatía o compasión (“como negro chico”). Algunos casi no se usan, como el que hace referencia, en varias versiones, a las 12 horas: “No piensa, como negrito después de las 12”, o el otro, que cuenta Borges en una entrevista para la revista El porteño: “Mi tío me decía: 'vos sos peor que un negro después de las 12'. Después de las 12, era inútil pedirles nada. 'Sos más haragán que un negro después de las doce'. Hasta las 12 trabajaban, después ya...”. Borges interpreta que el exceso de esclavos en Buenos Aires había obligado a una división del trabajo que a éstos les resultó bastante cómoda. Pero probablemente “las 12” no se refiera a la hora reloj sino a la cantidad de horas trabajadas, y los esclavos, después de 12 horas de trabajo, estaban tan agotados que ya no hacían nada bien. Incluso a través de interpretaciones inocentes la existencia de expresiones es una invitación a la exploración de la historia.

La denuncia del uso de estas expresiones, y la condena de su uso a los “normales” es un paso concreto y positivo hacia una reflexión acerca del injusto arreglo social en que vivimos. Pero la censura es una brutalidad inaceptable, incomprensible cuando proviene de quienes intentan aumentar los derechos de la gente. La censura no es un acto de discriminación positiva, como cuando se estipulan cuotas de trabajo para determinadas etnias con la intención de compensar una situación de desigualdad. Al contrario de lo que parece sostener la Casa de la Cultura Afrouruguaya, la inclusión de todas las expresiones en el diccionario es fundamental para entender cómo somos y cuál es nuestra historia.

Cuando De Posadas dijo “merienda de negros”, mi reacción  fue acercarme al diccionario, porque desconocía la expresión. Allí encontré su significado, pero sobre todo aprendí algo sobre quien la dijo. Eso me hizo, al mismo tiempo, tomar conciencia de mis propios usos de otras expresiones. Saber más de uno mismo no siempre es fuente de alegría, pero no usar una expresión por no saber de su existencia no convierte a nadie en mejor persona.

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