Broma castrense
En algunas escuelas privadas del
Uruguay, una vez al año, por lo menos, se celebra un “día sin uniforme”.
Ese día los alumnos tienen permiso para ir a la escuela sin uniforme. En
ese caso deben hacer una contribución económica, que se destina a alguna
obra de caridad.
Esta extraña costumbre no es uruguaya. Está extendida en todo el mundo
donde alguna vez gobernó la corona británica, y se instaló en
comunidades encapsuladas dentro de otros países, como en The British
Schools de Uruguay. En muchos países latinoamericanos, las escuelas que
incluyen “British” en sus denominaciones suelen tener una
clientela de alto poder adquisitivo, y en algunos casos se asocia
a clases sociales cercanas al poder político. En los últimos tiempos el
aura aristocrática que contagiaba aquella asociación con el poder se
destiñe para abarcar a progenie de la farándula televisiva, hijos de
inmigrantes chinos y toda clase de personas adineradas. Países como
India y Pakistán, que fueron colonias británicas, mantienen sus “días
sin uniforme” incluso en escuelas gratuitas y estatales.
En los años cincuenta algunas empresas estadounidenses radicadas en
Hawaii lanzaron sus propios “días sin uniforme”, aunque con un nombre un
poco diferente: “casual Friday”. La costumbre se mantiene, extendida
ahora a muchas regiones del planeta que practican el culto del
American dream. No se trata de escuelas, sino de empresas, y se hace
los viernes (algunos viernes) como una forma de recompensa a los
trabajadores que habían trabajado duramente durante los otros cuatro
días de la semana. Ese día los varones pueden ir sin corbata (en Hawaii
la costumbre comenzó con el uso de las camisas estampadas tradicionales
del país) y las mujeres dejar a un lado el traje de chaqueta.
Un nombre común para esta clase de días sin uniformes es “Mufti day”, o
“día del muftí”, denominación que se originó en el seno del ejército
británico en ultramar. Al parecer se trataba, hacia fines del siglo XIX,
de una broma para referirse al modo de vestir de los militares los días
de permiso. Muchas veces los soldados simplemente cambiaban el uniforme
por una bata, pantuflas y un gorro de dormir, ya que no tenían otra ropa
aparte de sus uniformes, y esa vestimenta recordaba la ropa de los
muftíes, los hombres de religión musulmanes que interpretan el Corán en
las mezquitas.
Identidades
El uniforme es una señal de pertenencia, en cualquier ámbito que se use,
pero el origen es indefectiblemente militar. No se puede considerar
uniforme la túnica naranja de los hindúes, que proviene de la costumbre
de manifestar a tal punto el despojamiento de las cosas de este mundo
que usaban como ropa las mortajas que la corriente del Ganges arrojaba a
las costas barrosas de limo anaranjado.
Una de las funciones del uniforme militar es el fácil reconocimiento del
enemigo, aunque antes de que se estableciera esa costumbre numerosos
ejércitos se mataban eficientemente sin confundir bandos, y, por el
contrario, en tiempos recientes la más alta tecnología no impide que un
porcentaje apreciable de las bajas del ejército norteamericano instalado
en diversas regiones de Oriente sea producido por ataques dirigidos
contra sí mismo, en actos denominados de “fuego amigo”.
Pero quizá la principal función del uniforme es la que tiene que ver con
la identidad considerada en términos psicológicos: todos los soldados
vestidos de igual forma pierden su identidad individual y adquieren una
identidad de cuerpo. Al mismo tiempo las pequeñas señales que
diferencian los uniformes dentro de un mismo ejército habilitan una
rápida identificación de castas (clases, cabos, sargentos, etcétera),
algo esencial en una estructura social jerárquica.
El orgullo de pertenecer al grupo que señala el uniforme es uno de los
objetivos que busca la autoridad, porque se sabe que los seres humanos
son capaces de las más fabulosas atrocidades si se sienten orgullosos de
algo. Como la actividad militar consiste en una acumulación virtualmente
infinita de burradas, es perfectamente razonable que se estimule el
orgullo de cuerpo. La identidad, en un sentido de pertenencia y no de
simple continuidad del yo, en realidad jamás se experimenta como tal
hasta que se manifiesta como exclusión del diferente. No ser lo que yo
soy es ser enemigo merecedor de la aniquilación.
Los uniformes de las escuelas tienen el mismo sentido, en términos
generales. En Uruguay los alumnos de todas las escuelas usan uniforme.
El uniforme de las escuelas públicas (túnica blanca) recuerda el sentido
de los uniformes de austeridad de los sacerdotes hindúes y de los monjes
medievales: practicidad y máxima economía. Es realmente notable y hasta
emocionante la aceptación y naturalidad con la que la túnica escolar
uruguaya se usa y caracteriza una gran parte de la historia del país
como rasgo de identidad, ya no de los niños, sino de la cultura
ambiciosa de justicia social de todo un país. Ese uniforme tan
explícitamente puro que optó por no tener color, en un país que
asesinaba por los colores, fue copiado por unas cuantas escuelas
privadas, aunque progresivamente a lo largo de los últimos cuarenta años
estas últimas lo han ido abandonando.
En la actualidad es raro que una escuela privada no ostente su propio
uniforme. La moda es particularmente exótica: todos los uniformes de las
escuelas privadas copian la moda británica, que sigue el dictado de la
vestimenta tradicional escocesa (chaqueta Argyll y kilt, aunque
con frecuencia, se usa un vulgar blazer más propio de un remero que de
un escolar, my goodness!). En algunas escuelas pueden darse el
gusto de usar incluso una falda con diseño de tartán, se entiende que
para las niñas, claro.
El uniforme de las escuelas públicas uruguayas crea una identidad
general: la de los escolares; no se trata de escolares que pertenecen a
una determinada institución, sino que son escolares a secas; es una autoasignación de identidad que solo tiene ventajas, ya que lo que
postula es que todos tienen derecho a pertenecer a ese cuerpo; y además
(un asunto esencial) no hay enemigos. La túnica no se percibe como
uniforme. Se pierde toda connotación castrense.
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La estrategia va en concordancia con la meta de inculcar ideas de
igualdad de derechos, y fue muy eficiente durante un siglo, pero
últimamente la igualdad no es una meta para nadie, sino más bien lo
contrario.
Cuando las escuelas privadas se separan del uniforme
universal, comienzan a crear espacios de identidad exclusivos. Primero:
somos privados, no públicos; segundo: somos del Saint Fulano, etcétera
(empresarios ansiosos por una rápida asignación de britishidad para sus
academias insisten en ponerle “saint” antes de un nombre preferentemente
galés al de su instituto). De manera que, como ocurre con el ejército,
la seña de identidad grupal tiene como significado principal el de
excluir.
Pagar para pertenecer, pagar para no ser
Un halo de locura rodea el día sin uniforme de los colegios privados.
Probablemente los exaltados discursos acerca de la tragedia de la
enseñanza nacional, generalmente proferidos por padres de alumnos de
colegios privados, tiene alguna relación con la lógica purgatorial que
rige esa ceremonia. Así como los generales profieren arengas con la
finalidad de aumentar el orgullo de pertenecer al ejército y facilitar
de ese modo las tareas de asesinar y hacerse matar, los directores de
las escuelas intentan estimular el orgullo de ser alumno de la escuela,
aunque es lícito sospechar que se trata más bien de fomentar el orgullo
de los padres por pertenecer al grupo de quienes envían a sus hijos a
esa escuela.
En países conspicuos como Gran Bretaña, Canadá y Nueva Zelandia, el día
sin uniforme suele recaudar fondos para ayudar a los niños de África. La
conciencia imperial de los niños se mantiene así en un nivel medio de
atención. En India, Pakistán o Uruguay, las recaudaciones suelen ir para
obras sociales nacionales. En el hemisferio norte los niños pagan
alrededor de un euro (o una libra) para poder ir sin uniforme. En
Uruguay la cifra suele ser mayor, porque en este país la comida, la ropa
y la beneficencia son más caras.
No hay que ser psicólogo para entender la estructura de culpa de clase
que sostiene todo ese aparato filantrópico.
¿Por qué alguien que está orgulloso de vestir un uniforme que lo
identifica como perteneciente a determinado grupo social paga para no
usarlo? El acto de pagar no es un simple intercambio de objetos de
cierto valor equivalente. Pagar con dinero es otorgarle a la cosa
comprada el significado que da el signo monetario. No es posible comprar
sentimientos, valores morales o identidades.
Los europeos que el día del muftí reúnen dinero para los niños
hambrientos de África cumplen con un ritual educativo que los confirma
en los valores imperiales en que son educados; la culpa es concreta y se
desplaza fuera de su característico lugar de clase. Las viejas colonias
reciben una compensación por los servicios prestados a la corona. Al
mismo tiempo, el valor educativo de pensar en los africanos es
valiosísimo: de esa manera los escolares no perciben que tal vez dentro
de su propio país hay algunos cuyo trabajo y cuya miseria contribuyen al
mantenimiento de su buena educación.
Quien actúa con culpa no suele ser consciente de la claridad con que la
expresa. Pero la interpretación parece clara. En el día del muftí me
despojo de mi identidad de clase; a cambio, cedo un diezmo para
beneficiar a la clase que explota mi clase, de la cual vivimos y con
cuyo trabajo nos enriquecemos. Purgo mi culpa con un ceremonial de
despojamiento de las vestiduras que me designan. El pago me libera de mi
identidad.
Así interpretaría las cosas la izquierda, en caso de que aun existiera.
En cambio, examina con ansiedad los modos de crear identidad de las
escuelas privadas, para tratar de dar con una clave para el éxito.
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