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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          EL VICEPRESIDENTE Y SU MEDALLA DE ORO AL BOCHORNO

Licencia para mentir

Carlos Rehermann

En  los años noventa un amigo
alemán estaba bastante impresionado con la abundancia de doctores que había en Uruguay. En ese momento era presidente un doctor, y los líderes de la oposición eran doctores, los ministros eran todos doctores, y hasta los comentaristas de fútbol eran doctores.

“En Alemania hay muchos menos doctores”, decía mi amigo, anonadado. Poco después aprendió que en Uruguay “doctor” no es lo mismo que en Alemania. En realidad la denominación “doctor” se parece bastante al uso común en el sur del Brasil, donde “dotor” es un apelativo de respeto, aplicado por alguien que se reconoce socialmente inferior que su interlocutor, que por lo demás acepta el trato.

Con el aumento de la cantidad de los carreras de posgrado en Uruguay, los doctorados comienzan a ser lo que convencionalmente son en el mundo, aunque parece poco probable que denominaciones con cierta tradición histórica (los médicos generales, los abogados o los odontólogos) pierdan ese ornamento.

En realidad la abundancia de doctores, más que reforzar sus posiciones, termina por socavar el respeto que se tiene por el título.

El caso opuesto también ocurre: gente que, sin tener ningún título, desempeña de manera excelente una profesión. Recuerdo el caso de un abogado que en realidad nunca había obtenido su título. Muchísimos arquitectos fueron defendidos en numerosos contenciosos por un hombre que se hacía pasar por abogado. Desconozco cómo fue posible que actuara como abogado sin serlo, ya que en el poder judicial hay registros que supuestamente habrían detectado el engaño. Lo cierto es que a lo largo de los años este hombre se había especializado en responsabilidad decenal, y en general sus defendidos obtenían buenos resultados. Este hombre cometió un delito, pero se trata de un caso  no demasiado frecuente. Pero hay muchos que, sin mentir, desempeñan muy bien trabajos para los que normalmente se requiere una formación universitaria. 

En realidad el desempeño excelente siempre es excepcional también entre quienes tienen títulos.

Probablemente la abundancia de abogados en la política uruguaya se debió, por un lado, a que en la carrera de derecho se ofrecía una formación humanística bastante amplia, y por otra parte, un país joven necesita organizar su cuerpo de leyes de manera prolija, por lo que no parece un disparate que las primeras generaciones de legisladores estuvieran dominadas por abogados. El derecho y la política comparten el tema que los ocupa: las convenciones que permiten la convivencia, el contrato social, lo cual hace posible entender que un abogado estudie abogacía para dedicarse a la política, o que, recibido, trabaje en un bufete y un día se lance a una carrera por la diputación sin por eso abandonar su vocación primera. Para ejercer su trabajo parlamentario no necesita renegar de su profesión ni de su vocación. Otros profesionales, en cambio, dan la impresión de que deciden volcarse a la política luego de perder la vocación que los llevó a estudiar su carrera. No está mal el cambio, por supuesto, al contrario; yo preferiría no cruzar puentes calculados por ingenieros que piensan en cómo les gustaría trabajar en otra cosa. Pero ¿qué puede importar que un legislador sea médico o ingeniero? Entonces, ¿por qué anteponer esos títulos a su nombre, a la hora de presentarse como legisladores?

El defensor de arquitectos que no era abogado era un tipo con una fuerte vocación. Quién sabe por qué no terminó su carrera; misterios de la psique humana. Pero no era alguien a quien simplemente le gustara que le dijeran “doctor”; era alguien que trabajaba como abogado. Merece respeto, especialmente por los resultados de su trabajo.

Pero resulta inexplicable que a alguien le guste que le antepongan un título a su nombre cuando no corresponde. Imaginen ustedes que yo firmara esta nota anteponiendo “Arq.” A mi nombre, o algún otro título. ¿Cuál sería el sentido? La única palabra que me viene a la mente es “usurpación”, que también sirve para tipificar el delito de aquel defensor que no era abogado. Pero en este caso se trata de una usurpación incluso peor, justamente porque no existe el peligro de caer en el delito.

Alguien podrá decir “¡Pero usted es efectivamente arquitecto!”. Pues no. Aquí escribo, no diseño ni construyo. Aquí se juzga lo que escribo, si está bien escrito, si el argumento vale, si la información es correcta. Aquí se juzga lo que hay, no la inscripción en un registro. Anteponer un título que goza de prestigio para defender otra cosa es usurpación.

Todo esto, incluso, se puede reflexionar antes de considerar la calidad del trabajo profesional. Si nos metemos en ese asunto las cosas son aún más interesantes. Por ejemplo, Le Corbusier no era arquitecto diplomado, ni lo es Tadao Ando, pero ellos sí, mucho más que millones de arquitectos diplomados, son arquitectos. Nadie en sus cabales cree que Le Corbusier usurpaba el título cuando permitía que lo llamaran “arquitecto” o que Tadao Ando es en realidad boxeador (sí, fue un buen boxeador). Lo que importa es la acción. Dejarse colocar ornamentos que no reflejan la realidad de la acción es usurpación.  

La noticia de que el vicepresidente de la República Raúl Sendic ha permitido durante décadas que se lo llamara “licenciado” cuando nunca terminó ninguna carrera universitaria no parece ser otra cosa que la misma acción vanidosa de cualquier ingeniero, arquitecto o médico que se deja llamar por su título en cualquier ocasión. El hecho de que su título no exista no lo hace mucho más grave; sería una vanidad acompañada de pereza —no le dio el estro para terminar una carrera—, pero en realidad, ¿qué son dos pecados capitales en el mundo de la política?

Sin embargo, este caso debe ponerse en contacto con los violentos ataques que su padrino político, el ex presidente José Mujica, ha realizado contra los universitarios uruguayos. La defensa de Mujica de los oficios manuales en oposición a las carreras científicas es una burrada que no merece la menor atención. Tan burrada es que su ahijado no la cree, aunque la practica a medias: no trabaja con las manos pero tampoco estudia.

En una serie de grabaciones que se han publicado hoy, Sendic da rodeos y evita decir que sí o que no, hasta que una pacientísima periodista logra que diga que lo que dice la página web de su grupo político (que es licenciado) “es un error”. Hace casi dos años, otra periodista le preguntó si se graduó con medalla de oro en genética, a lo que el entonces flamante vicepresidente electo respondió que sí.

Todo esto debería llenar de bochorno al vicepresidente, a los senadores, al poder ejecutivo, a los licenciados y a los uruguayos.

No le perdono al vicepresidente de mi país que me haga pasar esta vergüenza. Es cierto que en estos días hay una serie de ataques contra Sendic, es innegable que la oposición intenta eliminarlo del panorama político en vistas a las lejanísimas próximas elecciones.

Y hacen bien. Lo único que lo podría reivindicar es que renunciara a su cargo y se dedicara dar brillo a sus medallas de oro.

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