Ahora es bastante fácil enterarse
de que “brígido” es un chilenismo para
referirse a algo terrible. En Uruguay solía usarse, en círculos
selectos, como calificativo para ciertas personalidades. Recuerdo con
precisión la circunstancia en la que se me educó en tal sentido. Un
compañero de aventuras me había dicho de alguien que era un brígido. Cuando inquirí acerca del significado del vocablo, cuya esdrujularidad
me hacía imaginar adecuado para designar rubias insensibles, abundó:
“¿Viste a Nikita Kruschev cuando se sacó un zapato en las Naciones Unidas
y aporreó el escritorio? Bueno,
Nikita
Kruschev era un brígido”.
Desde entonces entendí la acepción lunfarda nacional de brígido, pero
sobre todo me interesó averiguar algo más acerca de los zapatazos de
Kruschev en las Naciones Unidas. ¿Por qué el líder de una de las dos
potencias que tenían en sus manos el destino de la humanidad tendría que
ponerse a golpear su escritorio con un zapato? En general la gente que
tiene el poder suele guardar las formas, hecho del cual extraigo la
conclusión de que golpear el escritorio con un zapato es una forma
claramente guardada, puesto que Kruschev tenía muchísimo poder. Lo que
hay que tratar de identificar es el sentido de ese gesto extraño al
decoro de los funcionarios y delegados que habitan la sede de la
organización planetaria.
Circula en internet una foto que no convence: Kruschev, con gesto gritón,
con el brazo en alto, parece sostener un mocasín. Si uno mira los
registros cinematográficos y fotográficos del premier en sus
comparecencias en las asambleas de las Naciones Unidas, verá que
levantaba el puño con frecuencia. En la sesión del 12 de octubre de 1960
estaba tan indignado con algunos de los discursos que golpeaba
violentamente el escritorio con el puño, junto con otros miembros de su
delegación. Si se examina con cierta prevención la foto del mocasín, se
verá que la forma del puño no concuerda con el gesto de sostener un
objeto. Además, el mocasín, en funciones de martillo, está orientado al
revés: la zona destinada a golpear no es el tacón sino el talón. ¿Cabe
imaginar que un individuo capaz de subir al poder en medio de la jauría
soviética post estalinista se equivoque al agarrar un mocasín? No: la
foto es falsa.
Un
artículo del periodista William Taubman,
publicado en el New York Times en 2003, intenta establecer la verdad:
¿golpeó o no golpeó la mesa con su zapato el premier de la URSS Nikita
Kruschev el 13 de octubre de 1960? Entre múltiples testimonios, Taubman
recogió el de John Loengard, antiguo editor fotográfico de la revista
Life. Loengard estaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas
ese día, y recuerda claramente el incidente del zapato. Su testimonio es
notable: “Kruschev no golpeó el escritorio con su zapato, pero claramente
tenía intención de hacerlo”. Al parecer puso el mocasín en el escritorio
y lo señaló a algunos delegados árabes, como diciendo que iba a usarlo.
Los fotógrafos (según Loengard, unos diez de varios medios muy
importantes) estaban pendientes de Kruschev. “Si hubiera usado el zapato
lo habrían fotografiado”, dijo. El gesto hacia los árabes podría tener
algo de sentido, especialmente si se toma en cuenta que el calzado, para
algunas culturas orientales, es un objeto que simboliza lo sucio y lo
abyecto. Pero al parecer lo que indignó a la delegación soviética fue un
discurso del representante de Filipinas, que reclamó a la URSS que
dejara en paz a algunos de los países europeos que estaban bajo su,
digamos, protección.
Taubman recogió unos cuantos testimonios más: algunos aseguran que
Kruschev golpeó el escritorio con el zapato, y otros dicen que no lo
golpeó. La nieta de Kruschev contó, en 2000, que en la familia había una
explicación que tenía que ver con zapatos nuevos y apretados, un reloj
que se caía al suelo debido a los golpes de puño del abuelo, y la
circunstancia de haberse quitado los zapatos por el dolor de pies. En la
autobiografía de Kruschev, que se publicó en 1971, el año de su muerte,
Kruschev dice que una vez, en un contexto de rechazo a la dictadura de
Franco, se sacó un zapato en las Naciones Unidas y contribuyó al
alboroto general que se había producido, con golpes de su autoría. Nadie
recuerda ese hecho.
Zapatos políticos ha habido y sigue habiendo. El incidente del
ataque con zapato a George Bush,
protagonizado por un periodista iraquí, demuestra que hay contenidos
asociados a los zapatos que no deben menospreciarse. Algunos dirán que
el intercambio de zapatazos es el vínculo más razonable que se podía
mantener con Bush. Como sea, no puede haber dudas de que el zapatazo del
iraquí fue un gesto político.
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No se trata de una agresión material, radicalmente antipolítica, como la
que sí intentó el diputado uruguayo Edison Rijo cuando arrojó un vaso de
vidrio contra las barras, donde se encontraba María Almeida de
Quinteros, madre de una asesinada por la dictadura. El zapato iraquí es
otra cosa. Y el caso de Kruschev tiene
interés porque sigue circulando como rumor, cincuenta años después de
haber (o no haber) ocurrido.
La imagen de ese viejo regordete golpeando con su mocasín un escritorio
me hace imaginar reuniones en viejos graneros rusos, donde todos eran
más o menos iguales, y la manera de hacerse oír, en el calor de la
discusión, tenía que ver con el grito o el alboroto de cualquier forma.
Eso significa política. Todos tenían un zapato (o quizá un zueco) para
reclamar su derecho a la palabra. Quienes tienen el respaldo de un grupo
de poder, o una patota que los protege, o, peor aún, una “institución
que los ampara” (cito a
Roberto Appratto)
no tienen la necesidad de alzar la voz. Esos pueden permanecer serenos.
Una persona puede verse obligada, de vez en cuando, a sacarse el zapato
y aporrear el escritorio. El asunto es ¿qué relación hay entre el gesto
de violencia y lo que hay para decir una vez que se asienta el polvo? No
queda claro lo que dijo Kruschev después de sus hipotéticos
zapatazos, pero se sabe lo que decía, en términos generales, calzado o
no. Era, recuérdese, el sucesor de Stalin; en 1956 había pronunciado un
discurso (conocido como “discurso
secreto”)
en el que denunciaba los crímenes del estalinismo. Por cierto, él mismo
había hecho carrera al amparo de Stalin, de manera que su denuncia puede
ser puesta en cuestión. Y si bien la famosa “crisis de los misiles”
ocurrió durante su mandato, es bastante probable que él haya frenado
algunos ímpetus guerreros de sus compatriotas, dignos compañeros del
Doctor Strangelove.
No sabemos si golpeó un escritorio con su mocasín, pero ese es el
detalle que lo convierte en una figura histórica cargada de peso
político. Fue contemporáneo de John Kennedy, que también pasó a la
historia a través de un acto físico convertido en político: su muerte.
El caso de Kruschev es más complejo, o se carga de mayor significado,
porque al parecer el acto nunca ocurrió. Pedir la palabra es una parte
esencial del show del zapato. Los zapatazos en el escritorio tienen el
objetivo de hacer espacio para que se lo escuche. Eso significa que
tiene algo para decir. Es difícil imaginar en esta época, en cualquier
parte del mundo, que haya la necesidad de agacharse, quitarse un zapato
y ponerse a golpear el escritorio. ¿Para qué? Con ejemplar calma, los
asambleístas evitan los discursos extremos, esperan el discurso del otro
para tratar de acoplar sus palabras al tono precedente, y no se
aventurarán a llamar demasiado la atención, no sea cosa de lograr un
silencio expectante que les exija proferir alguna idea.
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