Escritura
La
escritura es un dispositivo
unidimensional. La lectura solo se puede realizar avanzando
ordenadamente a lo largo de la línea escrita. Cualquier otra forma de
lectura es equivocada, pervierte el sentido del discurso y desacomoda el
sentido. La lectura es sirviente de la escritura, que es tirana. El
orden en que están colocadas las letras y las palabras es esencial para
que se cumpla a cabalidad el acto que le da sentido a la escritura.
Esta frase no tiene sentido si se lee así: Esta frase tiene
sentido si no se lee así.
Esta linealidad de la escritura
no debe confundirse con la linealidad o no linealidad que reclamaban en
los años 1950 o 1960 quienes procuraban una revolución en la
literatura, o en la política. No estaba muy claro —o no era una
intención muy lineal. Lo lineal era chato, pobre, aburguesado, y
significaba simplemente una historia contada con puntos de vista y
secuencias temporales explícitos. Lo "no lineal" era el estilo indirecto
libre, los insertos de voces múltiples, los cambios de tiempo y puntos
de vista inesperados.
Pero todo eso no le quitaba
linealidad al dispositivo, es decir, al texto escrito: para leer a un
poeta experimental de los años 1960 que publica una novela en hojas
sueltas, que cada lector recibirá en un orden aleatorio, hay que seguir
el orden en el que escribió las palabras. Los
Cent Mille Milliards de Poèmes de
Queneau funcionan porque cada uno de los versos puede leerse en correcto
francés. La colección de relatos para jóvenes "Elige tu propia
aventura", en la que el lector es invitado a elegir entre dos
posibilidades cada pocas páginas tiene una filosofía completamente
diferente a la que proponía Queneau con sus poemas.
La interpretación más común de las bondades de la elección de líneas de
acción en la colección juvenil se explica así por parte de un autor de Wikipedia:
Cada opción manda al lector a una página distinta dentro del libro. De
esta forma, el relato pasa de tener una estructura lineal a una con
ramificaciones. Hay muchos finales, unos buenos y otros malos,
dependiendo de la astucia del lector o de si ha tomado una decisión
ética. En estos libros suele premiarse la prudencia, la inteligencia o
la bondad. Son muy educativos porque estimulan las ganas de leer y la
capacidad de decisión. Los niños comprenden que sus decisiones pueden
ser relevantes.
No parece tan claro que esta
clase de libros estimule las ganas de leer. De hecho, suelen ser
historias bastante torpes, con personajes esquemáticos, y la falta de
linealidad sigue un craso patrón pavloviano: el lector aprende con
rapidez a elegir éticamente bien (según los criterios de la editorial)
de modo de ser recompensado con un final feliz. Es probable que el
lector de esa clase de historias no soporte luego la lectura de
Dostoievski, Onetti, o Highsmith. Pero incluso si esta falta de
linealidad fuera de buena calidad —cosa que hasta ahora la realidad no
ha demostrado que sea posible— de cualquier manera cada una de las
líneas elegidas seguiría siendo lo que es: una línea.
La unidimensionalidad es una
manifestación de cualidades del lenguaje verbal humano que, en su
fijación como texto, hace posibles una cantidad de maniobras que lo
convierten en una herramienta de comunicación superior. Como el tiempo
de la comunicación puede ser controlado por el lector, se puede repetir
la lectura de los fragmentos que se quiera, y comparar varios segmentos
de texto en cualquier momento, el ajuste de sentido es, en la lectura,
superior al del mismo texto pronunciado por un hablante. Es
cuando se rompe la linealidad que empiezan los problemas de
comunicación.
El experimento de Queneau
demuestra justamente la fuerza de la linealidad: la yuxtaposición
azarosa de versos (que son líneas completa o parcialmente organizadas de
acuerdo a una sintaxis) produce inevitablemente sentido, incluso si el
emisor de los mensajes así producidos no tenía ninguna intención de
comunicar algo concreto. Justamente la idea es producir sentidos
inesperados, al contrario que los relatos de la colección juvenil.
Pantalla
Las pantallas se han hecho
ubicuas. Están en todas partes, están en cambio permanente, y
probablemente se conviertan en el medio excluyente para la comunicación
de mensajes en poco tiempo, cuando el ancho de banda facilite las
videoconferencias baratas a través de teléfonos. Pero necesariamente las
pantallas por sí solas solo podrán trasportar mensajes muy simples.
Antes de la televisión ya era
posible imaginar pantallas con un sentido ominoso: a través de una
pantalla el dueño de la fábrica controla a Charlie, en Tiempos
modernos. Segar, el creador de Popeye, imaginó una pantalla que
ayudaba a la esposa de Sappo (un personaje de principios de 1930)
a controlar las visitas de su marido a las tabernas. En 1948 Orwell
imaginaba unas pantallas de ida y vuelta operada por un ubicuo "hermano
mayor", renacido luego en verdaderas pantallas ubicuas. En 2001, una
odisea espacial, las consolas de control que se muestran tiene
múltiples pantallas. Era claro para Kubrick que una vez que la pantalla
se convirtiera en el canal preferente de comunicación, se expandiría
como una infección.
La novedad de las pantallas de
computadora es que combinan texto con imágenes. Si bien los textos y
las imágenes pueden ser examinados por separado, y es posible otorgar a
cada clase de medio que se muestra en una misma pantalla mixta —textos,
animaciones, videos, fotografías— un carácter bien definido, no está
claro aun cuáles son las características del medio "pantalla"
considerado como un todo.
La pantalla es un dispositivo de
dos dimensiones, que hasta la invención del cine era estático. La
evolución de la pantalla occidental ha sido estudiada por la historia
del arte con bastante detalle. Al parecer, toda la historia de la
humanidad manejó unas pantallas con un grado importante de abstracción,
esquemáticas, de códigos mixtos, hasta que el nacimiento del capitalismo
o de la edad moderna las convirtió en representaciones de la retina del
ojo humano. Hasta el siglo XX los artistas defendían como teoría que sus
obras mostraban con exactitud lo que ellos veían, es decir, lo que sus
retinas enviaban como información al cerebro. En una era en la que la
subjetividad estaba en ascenso, esto lo decían naturalistas,
impresionistas y posimpresionistas del siglo XIX, y también cubistas,
fauvistas y expresionistas del siglo XX.