El otro día
cometí el anacronismo
de leer a
Mario Praz. En un artículo dedicado a Fuseli, el difunto crítico
asegura que una época se juzga no solo por lo que produce, sino, y aun
más, por lo que valora, y sobre todo por lo que revalora del pasado. Me
convenció.
Me
convenció aunque hay que decir que la idea de “época” que maneja Praz se
relaciona con la historia de los estilos, concepción netamente
eurocentrada. Para Praz, como para cualquier académico del hemisferio
norte, “época” significa “período de la historia del arte europeo”
(“europeo”, en ese contexto, designa también la producción de los
Estados Unidos y Canadá). Para los académicos del hemisferio sur “época”
significa lo mismo, lo cual es más grave. En efecto, decir “época” en
Uruguay equivale a decir “reflejo
anamórfico
de una época metropolitana”.
Decía
el famoso dúo Marx & Engels, en su libro
La ideología alemana,
que “la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es,
al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Bastaría aceptar ese
aserto para dar por explicada la pánica llanura espiritual de estas
tierras charrúas, permítase el plagio, sin que los insultados se den
cuenta del palo recibido, pero la cita comparece aquí para recordar que
se aplica, con más perfección aun, a la distribución de poderes
planetarios: aquí se piensa como creemos que se piensa en el hemisferio
norte.
Con esa prevención acerca de la idea de época, se puede aplicar la idea
de Praz al
Uruguay
de hoy, donde hay, como se verá, cierta tendencia al doblez, que surge
de comparar lo que valora hoy y lo que revalora del pasado.
Juntos somos más pesados
Si algo se valora en el país es la asamblea, la asociación y la
federación. Integrar un
gremio
es algo tan valioso que en los concursos para cargos docentes en la
Universidad de la República se otorgan puntos por la pertenencia al
gremio estudiantil, docente o profesional. La idea dominante entre los
decanos de las facultades de los años 1970 y 1980 era que “el
orden es el gremio”. Se referían con esto a que la representación del
orden estudiantil en los órganos de gobierno debía ser de miembros del
gremio estudiantil, y lo mismo con los docentes y egresados. Esta
concepción de encapsulado de la voluntad en sucesivas organizaciones
metidas dentro de otras organizaciones parece producir un cosquilleo
placentero en los uruguayos.
En la actualidad una cantidad importante de contratos son realizados
entre organismos estatales y gremios o asociaciones profesionales. A los
ojos de los jerarcas, estas asociaciones son los organismos que
representan a los individuos expertos en el oficio de que se trata. El
asunto no se limita a los gremios de trabajadores, sino que se expande a
las asociaciones de profesionales liberales y a las cámaras
empresariales.
Un mundo en el que hay que unirse con otros para
imponer por la fuerza un salario mínimamente digno es un mundo
detestable. Un mundo en el que hay que aceptar, al mismo tiempo, que los
capitalistas se reúnan en conciliábulos o cámaras para imponerse
beneficios aun mayores que los que ya tienen es decididamente un
escándalo inaceptable.
Las asociaciones y gremios formaban ya un conglomerado de corporaciones
bastante abrumador, cuando, con posterioridad al período del
gorilato,
la agenda de los estudios culturales produjo un gran aumento de la
densidad de grupos organizados, que en algunos países se llaman
“minorías” y que nuestro pie de plomo aconseja no nombrar directamente
para no crear revuelo. El razonamiento (o algo que parece un
razonamiento) que justifica la actuación de los grupos en una comunidad
establece que estas asociaciones representan a los individuos. El
significado de “representan” no está claro, cosa que ocurre siempre que
se usa esta palabra.
El problema es que el individuo que es valioso pero que no forma parte
de un grupo de presión difícilmente acceda a lo que por justicia parece
corresponderle, porque siempre hay algún miembro de un grupo que, sin
que se tenga en cuenta su capacidad, obtiene el lugar que anhela
gracias a su buen desempeño en el grupo de presión.
Paradójicamente, a la hora de valorar una manera de ser del pasado, esta
comunidad tan respetuosa de las asociaciones y los grupos evita al
soldado desconocido o el proletario anónimo, y en cambio celebra al
individuo más antisocial que se pueda imaginar.
Lo mostraba con limpidez Gustavo Espinosa desde esta misma columna.
Refiriéndose a un texto de Serafín J. García, que describe al “Orejano”,
el héroe revalorizado de un pasado antes considerado bárbaro,
Espinosa escribe:
[…] el texto
es una desdeñosa diatriba contra la política y contra la ciudad: “Porque
no me enyenan con cuatro mentiras / los maracanases que vienen del
pueblo / a elogiar divisas ya desmerecidas / y a hacernos promesas que
nunca cumplieron”. Arremete también contra el trabajo asalariado
(“Porque no me han visto lamber la coyunda / ni andar hocicando
p'hacerme de un peso...”), contra el registro civil (“Porque cuando
truje mi china pal rancho / m'he olvidao que hay jueces p'hacer
casamientos”) y contra la iglesia (“Porque a mis gurises los he criao
infieles / aunque el cura grite que irán al infierno”).
El radical individualismo y absoluto rechazo por la norma social parecen
de difícil convivencia con la obsesiva compulsión por lo gregario de la
cultura uruguaya. El orejano es tan individualista y contrario a las
leyes, que sería imposible hablar de él con otro punto de vista que la
primera persona con que lo presenta la poesía.
Perfección del pueblo
Un segundo asunto valorado sin cesar es la cultura del pueblo. “El
pueblo” es un significante con indeciso significado. Hay acuerdo en
algunos asuntos básicos: el pueblo es bueno, bondadoso, bienintencionado
e incapaz de una maldad. A esta bondad abrumadora del pueblo hay que
añadir una sabiduría infinita. El pueblo sabe, sabe todo, lo sabe de
cabo a rabo, siempre lo supo, y nadie lo va a engañar (Esta versión
suele ser frecuentada por las personas cercanas a los gobiernos recién
electos). El arte del pueblo, por lo tanto, es necesariamente perfecto.
Así, la murga y el candombe han sido beatificados como súmmum de arte
del pueblo, y han recibido el apoyo económico y burocrático casi
infinito de los gobiernos, especialmente de la ciudad de Montevideo.
El problema con los apoyos al arte del pueblo es que la intervención
estatal, a través de regulaciones (imprescindibles para definir el campo
que se apoya), termina modificando y falseando la parte “del pueblo” de
la expresión “arte del pueblo”.
Si las cuerdas de
tambores espontáneas de los tiempos anteriores a los concursos oficiales
tenían ciertas características, ahora no es fácil saber en qué medida la
historia de ganadores de los concursos oficiales y las limitaciones
formales impuestas por los jurados modifican la materia artística al
punto de convertirla en una forma más de arte elitista.