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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          EL DISCRETO ENCANTO DE LA LUMPENBURGUESÍA

Días de las marmotas

Carlos Rehermann

Una muchacha y un muchacho están sentados en un sofá. Una cámara de un canal de televisión de internet registra la ocasión para la posteridad. Frente a ellos, una periodista intenta, con éxito, aunque debido a un ejercicio profesional extenuante, sobrevivir a la experiencia. Explican cómo surgió el nombre del grupo de cumbia “Rombái”, al que pertenecen, o que les pertenece. Da igual.

Han dado a conocer una serie de videos musicales de su grupo, en los que el fondo está compuesto por yates, casas burguesas decorosamente enjardinadas y provistas de adecuado mobiliario, y las figuras son jóvenes en tren de consumir alcohol, cantar y bailar alegres canciones sintéticas.

Ella sonríe con profusión de dientes blanquísimos. En cambio, él tiene pelo oscuro. Son, o fueron, compañeros en una universidad privada. Esta es su estremecedora alocución:

ELLA (resbalando elegantemente entre consonantes y vocales)

El nombre… en realidad empezamos a pensar qué podía ser y dijimos que no sea algo tan normal. Yo ahí… Mi bisabuelo (…) salía a caminar y cantaban una canción con su grupo que decía… empezaba “rombái”, y cantaban “rombáiyuli no sé qué”, y ta, les mostré esa canción, no sé qué, que se convirtió en un juego de manos que tenía con mi familia, y entonces como que es algo re-cotidiano en mi vida.

ÉL (con cierto alegre desorden en la secuencia de letras lubricadas que pronuncia)

Claro, es una canción que la inventaron entre ellos, era un juego de manos que a nosotros como que nos llamaba la atención, “Che, ¿qué es eso que cantan ustedes?”.

ELLA (con retortijones de alegría)

¡Nos veían jugar a nosotras dos y decían “¡¿qué hacen, a qué juegan?!”

ÉL

Esa palabra nos llamaba la atención (canta impostando como un hincha en el estadio) “Rombái, no sé qué…” (alarga la e)

PERIODISTA

¿No tiene significado?

ELLA (súbitamente seria)

No tiene significado.

ÉL

No, pero nos causaba gracia, y como que dentro del grupo de amigos esa palabra era como algo raro y divertido, entonces dijimos ta, vamos a ponerle eso. Y quedó Rombái.

La periodista tiene un instante de vacilación, pero es una buena periodista: logra salir de aquel maelstrom de antisentido y hace avanzar la entrevista, pero lo que se dice ya no importa en comparación con lo que acaba de ocurrir.

La explicación brilla por su absurda insensatez. Un punto alto es el asunto del “juego de manos”. Mi derrota, lo admito, es completa. ¿Qué es un “juego de manos”? “¡No jueguen de manos, che!”, era un eufemismo adulto para no calificar de tal una pelea infantil, sabia estrategia de no calificar de enfrentamiento algo que al principio no era, y que, apenas “juego de manos”, podía abortarse sin mayores consecuencias. En cambio, haber hablado de “pelea” habría investido de seriedad el asunto, con la consiguiente posibilidad de agravamiento de la situación.

Pero en este caso “juego de manos” es algo tan misterioso como “rombái” o los abundantes “no sé qués”, que nada tienen que ver con aquel misterioso valor del que hablaba Feijóo que se encontraba en el arte o en los paisajes inefables. O quizá se trata del clásico juego de manos de coordinación entre dos, cuyo sentido está en la especularidad y su ruptura, algo que pone en juego gran cantidad de zonas de ambos hemisferios cerebrales y entrena a los niños en la percepción eficiente de la gestualidad del compañero y de la respuesta propia. Es decir, una cantidad de virtudes que no parecen haber funcionado con nuestros dos entrevistados.

El texto que exponemos crudamente a los ojos de los lectores, fiel a las palabras pronunciadas, no hace justicia, sin embargo, al espectáculo de estos dos jóvenes que expresan, con una intensidad inaudita, a través de su manera de vocalizar y construir las frases, marcas de clase.

A casi medio siglo de la definición de “lumpenburguesía” por parte del economista alemán André Frank, estos chicos parecen creaciones de algún guionista neomarxista para reafirmar aquellos postulados sobre la dependencia. 

  

Cuando nació la cumbia villera, hace un par de décadas, muchos pensaron que podría convertirse en un fenómeno de empoderamiento como lo fue el tango o el rock. Pero su origen claramente lumpenproletario fue clave para que la burguesía se apropiara velozmente de sus ventajas de popularidad, idénticas a posibilidades de ganancias rápidas. La indefensión propia de los desclasados favoreció la explotación, un fenómeno que quizá ha ocurrido, con mayor o menor celeridad, con todos los géneros musicales de origen popular cuyo vigor y calidad lograron instalarlos en las comunidades. Los músicos, por más que pudieran provenir de grupos sociales con cierta conciencia de clase, formaban ellos mismos parte de una comunidad de no muy difícil manejo por parte de los empresarios.

Pero en el caso de “Rombái” (ellos escriben el nombre sin tilde pero pronuncian acentuando la a, una especie de marginalidad ortográfica), y sin entrar en consideraciones acerca de las cualidades de su propuesta musical, se trata de personas que no pertenecen al lumpenproletariado. Quizá usar la definición de Frank de lumpenburguesía tampoco les haga justicia, porque aquella definición hacía referencia a los grupos de poder de países sumergidos que eran cómplices del imperialismo. Estos chicos no necesariamente pertenecen a grupos de gran poder económico, aunque claramente forman parte de la porción de la sociedad con mejores recursos económicos. El término adecuado sería lumpenpequeñoburguesía, una especie de atropello lingüístico, por lo que proponemos una palabra que tiene la ventaja de su concisión, que, sumada a cierta satisfacción taxonómica constituye un acercamiento claro a la verdad: marmota.

Según informa Wikipedia, “las marmotas son animales muy sociables que usan una gran variedad de sonidos para comunicarse entre ellas, sobre todo cuando tratan de advertirse de un peligro”. Perfecto, aunque en el caso que nos ocupa la variedad de sonidos que usan para comunicarse está severamente limitada.

No estaría mal que algún musicólogo investigara cómo se ha producido el tránsito desde los medios marginales donde nació el género que ahora usurpa Rombái hasta los ambientes  privilegiados de la burguesía y las vagas clases altas de hoy. Una explicación recurrente entre los pitucos caídos en la cumbia es que “hay derecho a divertirse”. Algo así como que el patriciado siempre miró con envidia los ritmos populares, y ahora, gracias a que hemos dejado a un lado los prejuicios, todos, ricos y pobres, podemos disfrutar por igual de las mismas vibraciones.

Pero la gente de todas las clases sociales disfrutaba en otros tiempos de las porteñadas y el rocanrol, de la música progresiva y el candombe beat, aunque es cierto que había un límite prejuicioso que dejaba a los Wawancó fuera del derecho de admisión de algunos sectores. ¿De dónde salió esa idea de que a la hora del baile solo la cumbia villera es divertida? (Mi pregunta sería ¿de dónde salió la extraña idea de que la cumbia es divertida?). Los locales de baile de los tiempos de las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia solían tener varias pistas, con espacios separados para música en inglés y para música tropical, y era normal un tránsito de varones desde el rock a la cumbia con fines depredadores, pero jamás se vio una circulación en sentido contrario. Probablemente esto se debía a que los adeptos de la cumbia tenían una clara autopercepción de clase, y consideraban impropio apropincuarse al reducto de las clases dominantes. Refiriéndose a las diferencias de conciencia de ser de varones y mujeres, Georg Simmel decía, hace 100 años, que uno de los privilegios del señor es que no necesita estar pensando siempre que es el señor, mientras que la posición del esclavo determina que éste nunca olvide su posición. A la luz de la observación de Simmel, no es un detalle que fueran los varones de las pistas de rock quienes se adentraran en los reductos de la cumbia para ejercer su derecho de pernada.

La cumbia villera fue un empuje desmarginador del lumpenproletariado tradicional, que fracasó por el manejo sagaz de sus habituales explotadores. Curiosamente, ahora un mutante de aquel género es la señal de la marmotización de las clases bien vestidas.

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