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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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         COMUNICACIÓN Y TIEMPO INTERNO

Spam para el Sí Mismo

Aldo Mazzucchelli

El hexagrama 27 de I-Ching
(Las comisuras de la boca) dictamina: “Las Comisuras de la Boca. Perseverancia trae ventura. Presta atención a la nutrición, y a aquello con que trata de llenar su boca uno mismo.” La metáfora de la nutrición incluye aquí no solo o principalmente la comida con que se llena el cuerpo, sino también al alimento espiritual o abstracto en sus diversas maneras. En una palabra contemporánea: la información. En un comentario inicial de este hexagrama, se sugiere: “Cuando se quiere conocer a alguien, sólo es menester prestar atención a quién dispensa sus cuidados y cuáles son los aspectos de su propio ser que cultiva y alimenta.” Y si alguien presta atención a la tercera línea del hexagrama en su valor oracular, encuentra esta advertencia, que es inusualmente dura en comparación al tono medio del sibilino libro: Desviarse de la nutrición. La perseverancia trae desventura. Durante diez años no obres de este modo. Nada es propicio.La canónica versión de Richard Wilhelm explica así esta cachetada a quien pregunta: Quien busca el alimento que no alimenta irá tambaleándose del deseo al goce, y en el goce se desvivirá por el deseo. Una apasionada embriaguez destinada a satisfacer los sentidos no conduce jamás a la meta. Jamás (diez años constituyen un período cabal) se debe obrar así. Nada bueno saldrá de ello.

Los ecos moralistas respecto a los placeres corporales, que podría leer alguien en la interpretación de Wilhelm pueden dejar hoy paso a otra lectura, más abstracta pero mucho más atenta al presente. Pues en la ecología mediática tal como nos viene planteada, el tiempo que uno emplea, diariamente, en alimentarse espiritual e intelectualmente permitiendo que entren a nuestro sistema individual pensamientos llenos de falsos problemas (incluyendo algunos o muchos cuya sustancia es el resentimiento, el odio o la envidia), ¿cuánto afecta el estado general mental, espiritual y aun físico de una persona? ¿No es ese correr continuamente en la rueda de hámster de una información irrelevante un símil existencial terriblemente más intenso, con respecto a los (ya antiguos y rudimentarios en comparación) “placeres de la carne”?

***

El profesor Donald E. Knuth, del Computer Science Department de la Universidad de Stanford asegura que en 1990 (cuando el correo electrónico era algo solamente a disposición de la comunidad académica, y no de toda ella), decidió que, después de usar correo electrónico durante 15 años, tenía que abandonarlo por completo. Y lo hizo. En una frase imposible de traducir literalmente, define muchas cosas:
Email is a wonderful thing for people whose role in life is to be on top of things. But not for me; my role is to be on the bottom of things. What I do takes long hours of studying and uninterruptible concentration. I try to learn certain areas of computer science exhaustively; then I try to digest that knowledge into a form that is accessible to people who don't have time for such study.”
Lo difícil de traducir es la metáfora inicial, que se puede hacer con naturalidad en inglés pero no, que yo vea, en castellano. Se podría reescribir así: “el correo electrónico es bueno para aquellos cuyo rol es estarle encima a las cosas. Pero no para mi; mi rol es ocuparme de los fundamentos de las cosas. Lo que yo hago insume largas horas de estudio y concentración ininterrumpida. Intento aprender exhaustivamente sobre ciertas áreas de la ciencia de la computación; luego, trato de digerir ese conocimiento para ponerlo en una forma que sea accesible a la gente que no tiene tiempo para esa clase de estudios”.

La nota del profesor Knuth sigue y su lógica, que es impecable, se hace más sorprendente a medida que avanza, no debido a que sea sorprendente en sí misma, sino debido a que hemos naturalizado una cantidad de cosas que no creo que nadie, de pensarlo un poco, esté seguro que hagan mucho sentido. Por ejemplo, hemos naturalizado que debemos ocuparnos de cualquier input que nos llegue, por idiota que sea, por el mero hecho de que hemos aceptado que la continua apertura y estado abierto comunicativo nos ha vuelto completamente desprotegidos ante cualquier input, por más idiota que sea. Suena recursivo y tautológico, porque lo es. Knuth, en cambio, suena a último héroe de la individualidad: “Por otro lado, yo necesito comunicarme con miles de personas en todo el mundo mientras escribo mis libros. Quiero, asimismo, corresponder a la gente que lee esos libros y tiene preguntas o comentarios que hacer. Mi objetivo es cumplir con esta comunicación de modo eficiente, pero en bloque —digamos, un día cada tres meses. De modo que si usted quiere escribirme sobre cualquier tema, por favor, use el viejo correo normal (“good ol’snail mail”, algo así en criollo como decir “el correo normal, viejo y peludo” —y que en inglés incluye la expresión “correo caracol”, una metáfora de su proverbial lentitud, aunque comparado con el nuestro, el correo normal estadounidense viaja a la velocidad de la luz), y envíe una carta a la siguiente dirección: [aquí la dirección de la oficina del profesor Knuth]”.

“Tengo una secretaria maravillosa”, advierte Knuth, “que mira el correo que llega y separa lo que ella sabe que voy a querer despachar urgentemente. Todo el resto va a un depósito, que yo vacío periódicamente. Mi secretaria imprime todos los mensajes de modo que yo pueda contestarlos escribiendo comentarios en ese mismo papel, cuando pueda ocuparme de eso”.

Esto aun no es nada para aquellos de corazón tierno que sienten que tienen derecho a que el profesor Knuth los tome democrática e igualitariamente en cuenta enseguida, porque el profesor sigue advirtiendo, no sin sorna: “Si me encuentro con uno de esos mensajes que fueron mandados a la dirección equivocada, es decir, si el mensaje pregunta algo en lugar de avisarme de un error que cometí, lo que hacía antes era simplemente tirar el papel a la basura. Pero ahora lo guardo para usar el lado de atrás para imprimir borradores de El arte de la programación de computadoras. [el libro en el que estaba trabajando Knuth cuando escribió esta pequeña pieza de sabiduría].

El profesor Knuth podrá llevar las cosas a un extremo que a mucha gente, y en especial a los nativos digitales completos, podrá parecer extravagante. Sin embargo, lo que dice no tiene nada de tonto. Es, al contrario, decisivo para conocer una cuestión que a cualquiera de nosotros debería, acaso, preocuparnos una vez en al día: “¿quién está a cargo de mi vida interior?” Cuando uno escribe “vida interior” (seguramente hay un término mejor, pero no se me ocurre ahora) es posible que alguien piense en términos de vaga espiritualidad new age.

No me refiero a eso. Me refiero a la olvidada noción de que si alguien pretende ser un sujeto (es decir, en lugar de un mero agente de reproducción de información, un agente tanto de reproducción altamente selectiva como de transformación consciente), tiene que preguntarse (si es posible, cada mañana o cada noche) quién está a cargo de ese sujeto. Si está a cargo esa zona, difícil de definir pero bien nítida de experimentar, que es el espacio más puro y recóndito de uno mismo (el “sí mismo”, según alguna tradición), o si es esa zona de hábitos, respuestas condicionadas y basura exterior que a veces se llama “ego”, pero que puede llamarse también conciencia media o estado de vigilia normal.

El segundo de estos espacios “internos”, aunque se experimente como interno, está compuesto casi en su totalidad por cosas que vienen “de afuera”. Estas cosas han pasado la aduana y se instalan en la conciencia media, peligrosamente cerca del sí mismo. El correo electrónico y, mucho más aun que el correo electrónico, la mensajería instantánea y el estado de estar disponible online día y noche, son mecanismos generalizados de violación de la aduana del sí mismo. Cada uno hará lo que quiera, desde luego. Pero que nos manden avisos sobre esto, como hace Knuth, me parece interesante. Simplemente porque no todos los días va a ser el sistema mismo de apertura comunicacional completa el que nos pase mensajes para recordarnos que podemos evitar recibir mensajes.

El tiempo que el profesor Knuth ha despejado de la obsesiva lectura de mensajes irrelevantes lo usa en parte tocando un órgano de tubos que ha instalado en su residencia en California. A juicio del lector quede lo que se gana o se pierde en tales negociaciones consigo mismo.     

***

El budismo es tan vasto y difícil de sintetizar como Asia. Incesantemente ha ido goteando fuera de Asia, y en Occidente una suerte de baraje vago de sus múltiples capas se ha adaptado y vuelto una parte más o menos obvia del imaginario corriente en todas partes. A comienzos del siglo pasado, un alemán llamado Georg Grimm publicaba en Munich una síntesis en esqueléticas 50 páginas de la doctrina budista, que llamó la atención de varios, incluyendo a Borges, que lo usa en uno de sus ensayos más espectacularmente olvidados, “La nadería de la personalidad”. Grimm explora qué cosa podrá ser el sujeto (o mejor, el Sí Mismo). Sus capítulos son como mojones de su razonamiento: “El mundo externo, tal como se me da a través de los cinco sentidos exteriores, no es mi Sí Mismo”; “Los objetos mentales (dhamma) no son mi Sí Mismo”; “Mi organismo corporal no es mi Sí Mismo”; “La cognición no es mi Sí Mismo”; “Yo no soy lo que se dice un alma”; “El deseo o voluntad no es mi Sí Mismo”.

Esta desesperante retahíla negativa, tal proceso casi científico de eliminación de identificaciones posibles para el Sí Mismo (yo no puedo ser los colores que veo, porque cuando esos colores desaparecen mi Sí Mismo no desaparece; yo no puedo ser las emociones que tengo, ni las memorias, ni las sensaciones, ni un estado particular de mi cuerpo, pues todas y cada una de esas cosas son pasajeras, y con su pasaje no cesa lo que sé mi Sí Mismo), termina concluyendo que hay una suerte de mecanismo o punto completamente abstracto y vacío, capaz de tomar todo y hacerlo propio, pero carente de cualquier contenido propio. Esa especie de punto infinitamente negativo, es lo más estable que hay: el sí mismo.

Si las cosas son así, asegurada la existencia del sí mismo en virtud de su propia vaciedad, ni los cuidados acerca de lo que uno deja entrar, ni las cautelas del profesor Knuth, tienen ningún sentido: cualquier contenido, por corrosivamente idiota que sea (según los criterios provistos por un conjunto de otros contenidos que llamamos “valores”), le hará ningún mal al sí mismo, porque el sí mismo soporta todo, bien atrás de todo acaecer, todo contenido, toda identificación. Cuando ningún contenido importa y el Sí Mismo está siempre a salvo en su desnudez de significados particulares, todo da igual. Es lo mismo cultivarse que no hacerlo, pues toda información es igualmente irrelevante. Tal posición es tan extrema como la del Sr. Knuth, y es prima facie respetable. Sería decirse: “mire, según todas las opiniones respetables, las preocupaciones cotidianas de la vida como tal no tienen sentido; es decir, no tiene sentido ni dispersarse ni concentrarse. Todas esas cosas supuestamente “serias” de las que hay que ocuparse en lugar de simplemente estar en contacto livianamente con todo a la vez, no son particularmente significativas. Por tanto, seguiré rebotando de un contacto y una conversación sin sentido a otra”.

Yo respeto esa posición, si quien la pone en práctica es el Buda mismo, o alguien que ha alcanzado una rotunda e inconmovible iluminación (aun en este caso, me resultaría rarísimo que un iluminado en serio dedicase su tiempo a leer anuncios sobre extensiones ortopédicas para sus genitales). En caso de que quien diga eso no sea el Buda, entonces es probablemente un atolondrado que no tiene idea de lo que está haciendo con su existencia.


 
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