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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          POLÍTICAS DE DIVERSIDAD: EL AFANE CATEGORIAL

¿De veras, de nuevo la cuestión generacional?

Aldo Mazzucchelli

El mundo en que nos vemos
instalados, postmarxista, puede entenderse tal desde un marxismo fantasmático. La relación entre tu lugar en las relaciones de producción y tu cabeza/ideología lo explica aún bastante decentemente. Pero la articulación de virtud y conciencia, uno de los puntos clave en que el marxismo histórico quiso solucionar la pérdida de lo consagrado, ya hace demasiado ruido. El mundo posmarxista vuelve pues, razonablemente, a la religiosidad. Entiendo perfectamente desde qué supuestos, propios de los tiempos del marxismo clásico y la secularización, se puede criticar esto. El problema es ¿tiene legitimidad ese punto de vista crítico? ¿Cuál es esa legitimidad---o mejor dicho, en nombre de qué proclama su viabilidad simbólica? ¿Ha demostrado la capacidad de cambiar el mundo de las relaciones de producción en dirección a la virtud, a la humanización de la humanidad, como para que le demos esa legitimidad? ¿No ha sido uno de los constructores de los muchos horrores humanos de la modernidad, culminando en este estado de reactividad objetual sin sujetos en el que nos instalamos?

 

Llegamos, con una cosecha de desastres que tiene mucho que ver con la acción práctica y política mancomunada del marxismo y el liberalismo, a la situación actual. La caracterizo brevemente: es un tiempo en que las identidades colectivas definidas en términos de la relación con las relaciones de producción (obreros, campesinos, artesanos, propietarios de medios de producción, etc.) y de las relaciones situacionales respecto del poder efectivo (intermediarios, comunicadores/legitimadores, críticos, burócratas, funcionarios, etc.) se sustituyen por identidades basadas en la pertenencia a grupos conductuales vinculados sobre todo a la biología. Los proyectos nacionales desaparecen pues se empuja ideológicamente el proyecto de mundialización; las comunidades, las subculturas, toda la riqueza efectiva de la humanidad en términos simbólicos, se desintegra en grupos desconfiados de todos los demás grupos, armándose para una confrontación de baja o mediana intensidad sin horizonte de finalización. Desaparece la dialéctica, el intercambio entre seres humanos basada en un pensamiento que supo ser crítico de sus propias categorías, y surge en sustitución una dialéctica de la diferenciación publicitaria. Uno llega a ver más o menos hasta donde su eros y su thanatos, o más llanamente su deseo y su miedo, se lo permiten, y todo lo demás queda obturado en anatema e insulto. Los grupos deben ser cerrados y autoconfirmatorios. Pertenecer a un grupo nunca es, ya, pensar: es aceptar una retórica y un sistema de acusaciones y derechos reclamados. La teoría, como proyecto de opacidad categorial utilitaria a poderes parciales, ha sustituido a la filosofía como proyecto del pensar radical. El mecanismo de la autovictimización soft, la ofensa, o aun la hipersensibilidad ofendida, sustituye a la utopía social, en tanto ambas son políticas de la insatisfacción blindada: ni el reino que imaginaba Tomás Moro ni la justicia completa, final y perfecta que imaginan los ofendidos de hoy es lugar alcanzable, lo que asegura que el mientras tanto se blindará de autojustificación.

 

Las categorías de la victimización se vinculan, decía, a la biología. La genética es hoy la ciencia de la utopía; se escriben libros que seriamente contemplan la muerte de la muerte, mientras que la economía se vuelve instrumental, bypasable, antigua. Como si el cuerpo ya no necesitase preocuparse de su subsistencia, que parece asegurada, ni del rumbo político del mundo, que parece demasiado complejo como para ser pensado siquiera. No habiendo más proyectos nacionales, pues todos van disolviéndose a toda velocidad en el turismo (del presente y del pasado: agencias de viajes o días del patrimonio y comercialización masiva del museísmo), lo que queda es un repertorio de delicadezas solipsistas, privadas y privadas de política. Pero esto sólo puede hacerse si uno escamotea la política, y el gran invento de la época es haberla escamoteado antes de que aparezca. Es decir, haberla escamoteado a nivel de las categorías, en lugar de intentar ocultarla de otros modos más onerosos para el pensar. El afane categorial es masivo, y el ciudadano consumidor modelo contemporáneo es obediente, y se afana en ello.

 

***

 

Pues se nos habla de que mi generación y las generaciones más viejas que la mía no entendemos cómo la "izquierda" ha transmigrado a los movimientos pro diversidad y pro corrección política, yo respondo que ese es, una vez más, un argumento basado en un escamoteo categorial. Primero se deja sin definir qué relevancia tiene la edad para lo que se está considerando, y a continuación se usa la edad como arma arrojadiza---lo generacional, en una maniobra clásica de todo progresismo mental, es el presupuesto de que cuanto más joven es alguien, más progresista, cosa que queda sin demostrar: se ha escondido la demostración política al nivel de la categoría: "joven" versus "no joven" alcanza y sobra, en el caso, para no pensar, pues funciona a nivel de algún marketing ideológico conectado, hoy y en el Uruguay, a los más que concretos beneficios reales de tener el poder del Estado. Desde este punto de vista, del posmarxismo y el escamoteo categorial, la "agenda de derechos" está, como cualquier otra agenda, construida sobre la base de un sistema semiótico, un sistema representacional. ¿Cómo es este sistema? ¿Puede intentarse algún vislumbre del mismo que devuelva cierta capacidad de acción política al respecto, o hay que resignarse a aceptarlo en el paquete cerrado en el que se nos hace presente?

 

Las categorías de género, como las de raza, como las de victimización (chorros, asesinos, víctimas de los chorros y los asesinos, presos, familias de los presos, familias de las víctimas de los presos, víctimas del narcotráfico, narcotraficantes a los que la sociedad no quiere dar legitimidad, víctimas del terrorismo de Estado de hace casi medio siglo ya, descendientes de las víctimas de la guerra del Paraguay, víctimas de los nazis, nietos de los nazis a los que aun nos resistimos a integrar como gente, grupos étnicos extinguidos que renacen por arte de la voluntad...) son uno más de los productos de un proceso de diferenciación y atribución de valor, guiados por un mecanismo general legitimador: el dinero, la concurrencia en el mercado. El mercado puede ser de bienes, de servicios, pero todos sabemos que también puede ser simbólico. Y así como las commodities obtienen una serie de valores en el mercado correspondiente, en el mercado simbólico las categorías adquieren su valor, lo ganan, lo pierden, suben y bajan.


Pues bien, en el mundo presente, esa opacidad ha pasado a estar prevista a nivel del juego categorial mismo. Vivimos en un mundo no posmarxista, sino de pospensamiento, en el sentido que lo único no permitido, el tabú final que organiza todos los demás, es ejercer la crítica a nivel categorial. Y para obturar ese ejercicio, hay que destruir un lugar del pensar: el lugar del sujeto independiente que piensa con independencia de su pertenencia a cualquier grupo de interés. Podemos intentar detectar hoy aun la diferencia entre uno que piensa y uno que no: observemos, para ello, si las categorías que usa reclaman una viabilidad FUERA de una atmósfera cerrada de referencia, o no. ¿Son conceptos empleables por cualquiera de buena fe, o sólo están permitidos dentro de una pandilla autoconfirmatoria?

 

No se puede permitir, pues, que se discuta cómo, en virtud de qué, una categoría es acuñada y empieza a circular. Así, cuando uno plantea que el concepto de "raza" es una pésima categoría para pensar la agrupación de seres humanos dentro del tejido social, el problema permanece virtualmente invisible. No es que la gente que reivindica "su raza" reaccione en contra: ni siquiera se les ocurre considerar lo que significa, como maniobra de pre-pensamiento, que un rasgo u otro, un origen u otro, sean conectados en proposiciones del lenguaje con juicios de valor que se pretende político o histórico. Que se diga "los afrouruguayos están marginalizados económicamente" implica ya haber atribuido, al finalizar la frase, un poder de marginación al color de la piel, en lugar de atribuir ese poder a elementos ideológicos, culturales, que hayan provocado esa marginación (y automarginación) en primer lugar.

 

Algo similar ocurre cuando el escamoteo categorial ocurre a nivel de la sexualidad y su práctica. Cosa tan fluida como el deseo se clavetea en una serie de categorías que, como desesperan de su legitimidad, reaccionan intentando una impracticable exhaustividad. Es como si una gramática quisiese definir, no los adjetivos, sino cada adjetivo como una categoría diferente a cada uno de los demás adjetivos. Evidentemente, el resultado que tendríamos es, desde el punto de vista del pensamiento sobre el lenguaje, desastroso. La gracia de las categorías generales, lo único que les da algún poder en el nivel del pensamiento, es precisamente su generalidad. Pero cuando uno tiene la supercategoría egoica de la victimización como guía, toda subcategoría estable se convierte en una semilla de fascismo. Toda generalización es leída como atentado contra los derechos, y una nueva víctima ha nacido. Y es justo lo que se busca, pues ese ejercicio de categorización ad nauseam lo que busca es, no pensar, sino diferenciarse para reclamar (y para que circule el dinero). Esa es su esencia. ¿Y qué es el reclamo? Es la forma que, en un mundo atosigado de relaciones basadas exclusivamente en el valor de mercado, toma la estrategia de diferenciación de mi producto. Luis XIV pudo gritar "el Estado soy yo". En una era de igualitarismo bobo, todos podemos gritar, a lo sumo: "el producto soy yo".

 

La relación de ese yo con las relaciones de producción ha quedado finalmente escamoteada. Todo es muy suave y corre bien, dentro de un mundo de conexiones humanas finalmente impracticables. No es la gente la que conversa, son sus autodefiniciones, sus categorías, sus miedos a la desaparición que espolean una subdivisión más, una metonimia más allá. Lo que se ve es que el mercado escupe más productos y la satisfacción de más necesidades, y que el cuerpo se acopla con ese funcionamiento devolviendo una autoconciencia obsesionada con las estrategias de subdiferenciación categorial, como en una cinta sin fin de la zona de descargas de un shopping center. Si alguien sugiere que la relación del sujeto con el mundo de la producción sería importante a la hora de restituir la política, se le contestará a partir de la angustia que el alma pronuncia, porque el "sujeto" posmarxista, que no es sujeto porque no es moderno, y no es posmarxista porque no sabe nada de historia de la filosofía, vive en un mundo de categorías predefinidas. Y en un mundo de categorías predefinidas que se ofrecen en el mercado, está prohibido pensar. ¿Cómo se puede vivir reclamando sin pensar? No me lo pregunten a mí. Todo va en esa dirección, empezando por la reforma educativa en curso, que busca una miríada de maniobras para transformar al sistema de educar en el pensamiento en un sistema de educar en la subdiferenciación con fines de autovictimización con fines de insertarse en el mercado del reclamo. Reclamo, "reclame", como le decían los abuelos a la publicidad, he ahí la esencia final del juego de no pensar en el mundo posmarxista y posliberal, y sobre todo, poscategorial. La implosión del pensar es la imposibilidad de categorizar. Pensar es generalizar, como lo observa el narrador de "Funes, el memorioso". Una mente que ha claudicado su pensar a cambio de fluir en un presente continuo sin necesidad de memorizar o abstraer, pues todo lo que precisa se lo hace presente google cuando lo precise, es como Funes. Entretenerse hasta morir hace rato es la consigna, bailando el bailecito de la hiperdiferenciación. La utopía final es simple, y ya ha sido formulada: el individuo debe conseguir ser su propia minoría, la minoría compuesta del sí mismo, pura, incontaminada, asocial. Despojada de absolutamente cualquier lasca de política como conversación de la ciudad, y como arte de la negociación que habría hecho surgir el valor de la especie por encima del llantito del individuo consumidor. El cual fluye, desgajado hasta el final de cualquier conexión con la producción. Los que la controlan van por otro lado, y por cierto, financian las políticas de identidad y diversidad, mal que le pese a quienes toman su dinero para esto.

 

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