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Amir Hamed
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EL PERRO METAFÓRICO

Darle voz a los perros

Aldo Mazzucchelli

Si el hombre fuese capaz de dar el habla a otros, convirtiéndose finalmente en el diosecillo que aspira a ser, quizá la primera especie que así empoderaría sería a los perros. El mecanismo no tiene por qué ser difícil, se parece al doblaje de un film, sólo que conectado adecuadamente a las zonas cerebrales que se identificarían relacionadas con determinadas conducta y gestualidad, de modo de hacer coincidir, retroactivamente en unos milisegundos, la voz y los contenidos, con los gestos previamente producidos por el animal. Puesto que los contenidos del dispositivo serían generados por hombres, quienes son los intérpretes reales de los gestos y actitudes, el perro parlante sería un monstruo antropomórfico y, lo que es peor, antropocéntrico.


Una vez producido el engendro, éste se independizaría como especie. Esto es, se podría enseñar a los perros a aprender el lenguaje de sus congéneres, insertándoles una modificación genética que les convirtiese en habladores nativos. De tal modo, debido a que están fecundados por lenguaje humano desde el origen, aunque ellos no lo saben, con ese lenguaje vendrían todas las categorías de la experiencia humana del mundo. Este engendro tendría, en consecuencia, una experiencia habladora que no corresponde con su experiencia del mundo como especie.

El primer resultado sería la creación de metáforas, por parte de los perros, para entender su experiencia en términos de otra experiencia que ellos tienen apalabrada, pero no saben de donde viene. Conectar la experiencia de un cuerpo y una sociabilidad perruna con las categorías de un cuerpo y una experiencia humana—la que a su vez pareciera tener embebida una experiencia de otra clase, que nosotros mismos, hombres, no entendemos—es algo que solo se logra metafóricamente, llamándole por ejemplo al apareamiento hacer por un lado, y el amor, por otro; al abotonamiento pasión por un lado, invertida por otro; y a parir una camada de cinco cachorros, tener, por un lado, y quintillizos, por otro.

Este carácter doblemente articulado de la metáfora perruna, que es exactamente igual que la humana en su carácter esencialmente verbal, es decir de conjugar dos cosas distantes en una tercera aun más distante, introduciría el mundo humano en el mundo corporal perruno. La ventaja es que los perros pueden vivir con sus dioses, pero nosotros estamos en el exilio. Si esto fuese así, seríamos los perros de los dioses, que sería lo mismo que entender que somos los dioses de los perros.

 

 

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