Si el hombre fuese capaz de dar
el habla a otros,
convirtiéndose finalmente en el diosecillo que aspira a ser, quizá la
primera especie que así empoderaría sería a los perros. El mecanismo no
tiene por qué ser difícil, se parece al doblaje de un film, sólo que
conectado adecuadamente a las zonas cerebrales que se identificarían
relacionadas con determinadas conducta y gestualidad, de modo de hacer
coincidir, retroactivamente en unos milisegundos, la voz y los
contenidos, con los gestos previamente producidos por el animal. Puesto
que los contenidos del dispositivo serían generados por hombres, quienes
son los intérpretes reales de los gestos y actitudes, el perro parlante
sería un monstruo antropomórfico y, lo que es peor, antropocéntrico.
Una vez producido el engendro, éste se independizaría como especie. Esto
es, se podría enseñar a los perros a aprender el lenguaje de sus
congéneres, insertándoles una modificación genética que les convirtiese
en habladores nativos. De tal modo, debido a que están fecundados por
lenguaje humano desde el origen, aunque ellos no lo saben, con ese
lenguaje vendrían todas las categorías de la experiencia humana del
mundo. Este engendro tendría, en consecuencia, una experiencia habladora
que no corresponde con su experiencia del mundo como especie.
El primer resultado sería la creación de metáforas, por parte de los
perros, para entender su experiencia en términos de otra experiencia que
ellos tienen apalabrada, pero no saben de donde viene. Conectar la
experiencia de un cuerpo y una sociabilidad perruna con las categorías
de un cuerpo y una experiencia humana—la que a su vez pareciera tener
embebida una experiencia de otra clase, que nosotros mismos, hombres, no
entendemos—es algo que solo se logra metafóricamente, llamándole por
ejemplo al apareamiento hacer por un lado, y el amor, por otro; al
abotonamiento pasión por un lado, invertida por otro; y a parir una
camada de cinco cachorros, tener, por un lado, y quintillizos, por otro.
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Este carácter doblemente articulado de la
metáfora perruna, que es exactamente igual que la humana en su carácter
esencialmente verbal, es decir de conjugar dos cosas distantes en una
tercera aun más distante, introduciría el mundo humano en el mundo
corporal perruno. La ventaja es que los perros pueden vivir con sus
dioses, pero nosotros estamos en el exilio. Si esto fuese así, seríamos
los perros de los dioses, que sería lo mismo que entender que somos los
dioses de los perros.
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