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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          SE CANCELA TODA NOVEDAD

Descansen en paz, terrícolas

Amir Hamed

El fallecimiento de Ray Bradbury en este mismo año en que se revelan fotografías de agua en Marte parece estar llevando a una denuncia unánime: este mundo de acá, como tal, ya se ha inmolado. Una colega escritora, Ana Solari, se acaba de inscribir para las excursiones que se organizan ya, para 2023, al planeta sangriento, pero éstas, todo lo contrario a lo que pudieran haber anticipado las Crónicas marcianas de Bradbury, no parecen ser promesa de nada, sino acabamiento, confesión de cese terrestre. Si viajar es morir un poco, viajar a Marte es morir del todo: los formularios de inscripción para el viaje, que es solo de ida, incluyen la signatura de una declaración por la que renuncian, no solo a regresar, sino siquiera a escribir sobre su viaje: es decir, se deben dar por muertos en la Tierra, tacharse como terrícolas.

Hay ciertamente perfección en este aniquilamiento. No se trata de hurtarle el cuerpo al mundo sino, además, de hurtarle un mensaje: si los suicidas islamistas dejan un video explicativo, aquí se trata, nada más, de inmolarse en la rúbrica, suscribiendo el exterminio que otro, el organizador del safari galáctico, acaba de dictar. Se argumentará, mañana, una miríada de razones logísticas para articular esta inmolación, pero lo indudable es que esta argonáutica marciana, por sobre todo, es síntoma de una renuncia: la renuncia del mundo en eso que algunos llaman la Era de la Información.

Información y monolingüismo

Hasta hoy, hasta este hoy que no abre sino clausura Marte, los viajes exploratorios eran el mundo de la noticia, no importa cuán angustiante la empresa. Baste recordar a ese genovés Colombo, conocido entre nosotros como Cristóbal Colón, cuyo viaje preludia las Crónicas de Bradbury, ignorante de las cosas de esos mundos por los que se ha extraviado, angustiándose por no lograr dar cuenta de ellas: “y el cantar de los pajaritos que se dijera que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos de maravilla; y después hay árboles de mil maneras y todos de su manera frutos, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo de no los conocer” (leer todo el texto aquí).

Su obligación era dar noticia, es decir, dar la nueva, dar lo nuevo, aunque el costo del regreso sea el fracaso o el presidio. Y a propósito de navegantes, un suicida de un siglo no tan lejano, Walter Benjamin, llegó a discernir que aquel, su mundo agitadísimo, se volcaba a la información, y que esto implicaba apartarse de la noticia. A propósito de declaraciones del editor de Le Figaro, quien sentenciaba más importante el incendio en un techo en el Quartier Latin que una revolución en Madrid, Benjamin distinguía que, para que exista noticia, ésta debe venir de lejos, como el navegante, en tanto que la información es tan local como ese barrio latino que está aquí nomás, a la vuelta (ver todo el artículo aquí).

Benjamin no ahondó sobre el punto, pero este presente suicido marciano nos obliga a hacerlo por él: la distinción entre noticia e información estriba en que, para que haya la primera, es decir, nueva, novedad, debe haber un principio de extranjería; debe llegar, de alguna forma, de otra lengua, una que mantenga un sesgo intraducible (a propósito de esta intraducibilidad, ver Jacques Derrida, El monolingüismo del otro). Para que haya información, por el contrario, y no importa cuánto ésta se traduzca, debe imperar el monolingüismo, una versión solemne e indiferenciada de lo mismo, cuyo epítome cabe encontrar en ese humo que a todos nos es dado observar. Detrás del humo, siempre habrá fuego: todos, cualquiera sea nuestra lengua, advertimos la humareda, que se da ahí nomás, y queda por dictaminar, apenas, cuál techo se acaba de incendiar y, a lo sumo, quién inició el fuego. ¿Qué es la información, en este sentido? Nada más que la cancelación de lo plurilingüe, que es la cancelación de la novedad.

La noticia, por definición, es un esfuerzo de traducción como el que abruma a Colón. Noticia vitalísima para Europa, angostada tras la ruina de las cruzadas, que en la Utopía de Tomás Moro renovaba los horizontes de Europa y extendía sus lenguas, si bien funesta para los pobladores de eso que llamarían América, a los que iban exterminando en nombre de otra bonísima noticia, aquella que en griego dieran los cristianos de Saulo de Tarso, repitiendo la que habría traído un efebo, acaso crucificado, que predicaba en arameo.

Todos somos Osiris

El deceso de la noticia es, también, el de este mundo. La muerte de las lenguas en el planeta Tierra viene en franca aceleración y, para estos días, se calcula que desaparecen dos por mes. A esta pérdida de biodiversidad lingüística se la diría concomitante a la cancelación de la comunicación e inversamente proporcional al exponencial crecimiento de medios informativos. La noticia, que debería venir de lejos, comunica; la información, que es de aquí nomás, no sería más que un deíctico, un índice monolingüe apuntando a la humareda.

Benjamin, muerto en un conflicto internacional, pereció como extranjero, en su infructuoso cruce a la España de Franco, perseguido por los nazis, en un mundo todavía empachado de noticias. Ese mundo, como el de Bradbury, era internacional. A estos viajeros sidéreos de 2023, entre los que acaso sea llegado el día de contar a mi colega Solari, ya absorbidos por este Imperio de lo Mismo que llaman globalización, que llaman información, convendría adscribirles, en cambio, una etiqueta faraónica. Para el despegue, convendría que las cabinas simulasen cenotafios, para remarcar que la tripulación se acaba de embarcar en su deceso, rumbo a un más allá del que no hay retorno. Más aún, no estaría de más bautizar como Osiris, divinidad de la vegetación y de ultratumba, a la nave, e incluso reactualizar las fórmulas iniciáticas del Libro de los muertos, aquellas en las que cada viajero, hombre o mujer, se asume navegante en la nave del Dios Verde bajo el nombre de Osiris M.

¿Pero para qué esperar? Todos, los que hayan de viajar y los que aquí hemos quedado esperando ya hace tiempo somos Osiris M. Este Imperio de lo Mismo que llaman globalización, que ahora modulan como información, ya hace tiempo atestigua el fin de la novedad, porque ha dado a este mundo por perfecto y tautológico y, por tanto, lo ha declarado cesante. Es la paradoja de la información, que nada comunica y solo sabe ratificar lo que ya había, abriendo cada vez más canales para decir nada, o para decretar, como mucho, que damas y caballeros, nos acabamos de suicidar. 

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