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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          UN FUEGO EN EL CIELO

Los sirios y el humo

Amir Hamed

INTRO. Desde que en un episodio tempranero de Two and a half men Charlie (Sheen) le enseñara cómo tocar “Smoke on the water” a su sobrino preadolescente Jake, el añejo riff de Ritchie Blackmore se convirtió en leit motiv del sit-com. Jake, siempre desentendido de cantar la canción, siquiera el machacante estribillo, lo toca cuando anda estreñido, cuando quiere lucirse ante extraños, cuando no sabe qué hacer. Ese riff  se volvió la gracia del personaje, que iba creciendo como un adolescente bastante burro y que nunca sabrá qué hacer. En algún punto, la elección musical es inmejorable, no sólo porque se trata de unos de los riff más memorables de la historia del rock, óptimo por su sencillez (es, estrictamente, la escala de blues en acorde de sol) sino porque, si bien la canción de Deep Purple, de 1972, se ha vuelto imborrable, casi nadie sabe de qué trata, salvo el estribillo alarmante: smoke on the water, a fire in the sky. Se trata de una canción que cualquiera toca o tararea pero que nadie conoce. Algo que puede tararear un adolescente como Jake el sit-com se encargará de subrayar que carece de futuro y que será abandonado, una vez desaparecido su tío Charlie Harper, a lo que pueda hacer con él el ejército de Estados Unidos, en el cual se alista voluntario, cuando ya ninguna universidad y ni siquiera los trabajos serviles pueden recibirlo.

En rigor, la letra de la canción (eso que no canta Jake ni de plácido civil ni cuando ya es carne de cañón) es autobiografía de la banda, casi una performance. Los Purple habían alquilado y estaban urgidos por devolver el estudio rodante de los Rolling Stones, que los había llevado hasta Suiza, más especialmente a Montreaux, donde se alojan en el hotel-casino en que esa noche toca Frank Zappa and the Mothers of Invention. Durante el recital, uno del público provoca un incendio y el hotel se derrumba, de ahí el estribillo, no del todo explicable, que implica que la humareda esté por debajo del fuego. Se sabe, y se sabe desde San Agustín, que el humo es, por definición, la señal: si vemos humo es porque hay fuego (de incendio, de asado, de locomotora). Pero por lo general esperamos que el fuego se dé en tierra y no en lo alto, razón por la cual el estribillo se ha vuelto tan pegajoso: nadie, al menos nadie deseoso de mundo, espera que ardan los cielos.

Más: se puede decir que el humo es la señal por antonomasia, al punto de que sus usos castrenses, como la “cortina de humo” implican que se lo usa como artimaña, como síntoma de la nada, como definición del engaño. Así sucede, por ejemplo, con la cuantiosa maratón de sirios refugiados que han arrancado hacia Europa: para algunos, se trataría de una cortina de humo, de una “falsa crisis” instigada por Alemania y en particular por el presidente de su cámara industrial, Ulrich Gallo, a fin de recibir mano de obra barata por encima de las cuotas que establece la Unión Europea. Otros recuerdan que estos que han alcanzado exposición planetaria por pretender ingresar a Europa no son todos sirios: muchos son el pasaporte al que recurren afganos y otros, como los iraquíes, para huir de la deflagración en que se ha vuelto su país de origen. Y en este punto es preciso recordar que, para facilitar la guerra religiosa en Siria y en Irak, el gobierno de los emiratos del Golfo Pérsico, promotor como Arabia Saudita del wahabismo intransigente de Al Qaeda y del ISIS, ha venido trucando desde hace años pasaporte sirios, que andan por allí, a la venta, a precios de desesperación, para que los migrantes se ahoguen en el Mediterráneo, queden abandonados en cámaras frigoríficas o se sajen trasponiendo una tras otra barreras de triple alambrado de púas, por ejemplo en Hungría.

Claro que semejante denuncia no hace otra cosa que tapar el sol con la uña de un meñique: los refugiados sirios, principalmente en Turquía y Líbano, pero también en Egipto y Jordania, e incluso en el diezmado Irak, suman ya cuatro millones, más del 20% de la población del país, y conforman la estampida humana más grande, según ACNUR, desde el genocidio en Rwanda de 1994. Es decir, los refugiados sirios no son una cortina de humo: son el negrísimo humo hecho bípedos de un país y de una región incendiados. Y para semejante incendio, por  supuesto, hay una razón, siempre disfrazada de emprendimiento libertario, que son los atropellados designios militares y geopolíticos de Estados Unidos. Operation Iraki Freedom llamó Washington en 2003 a su invasión de Irak, cuando gobernaba George W. Bush, y esta masacrante marcha libertaria ha proseguido bajo las administraciones de Barack Obama, más que nada en base a guerras de drones y a armar y adiestrar milicias rebeldes supuestamente democráticas que, en rigor, son brigadas islamistas dispuestas, en nombre de Alá, a devastar todo lo que se les ponga delante. Hoy día, sin ir más lejos, la CIA gasta uno de cada quince dólares de su presupuesto en Siria. Es decir que si quedamos estupefactos por el humo, por los miles y miles de refugiados que desafían distintos tipos de muerte para escapar de su situación, es porque tanto para Washington como para la Agencia de Inteligencia no hay dinero mezquinable a la hora de sobrecargar llamas a fuerza de petróleo.

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UNO.  Los columnistas de interruptor son músicos. Cuando logran coordinar sus tiempos y las penurias de la edad, se juntan para tocar alguna cosa, ensayando para sus infrecuentes toques en vivo. En el último ensayo, la pasada semana, alguno de ellos pretendía que hicieran un cover de una de esas canciones aparatosas de rock pesado de los 1970, muy virtuosas en lo instrumental y vocálico, sí bien elementales de estructura. Estaban enredados con una de Led Zeppelin y entonces al lead guitar se le dio por empezar a darle al riff de ”Smoke on the water”, que acompañamos los demás instrumentos aunque, claro, como nadie sabía la letra, todos hicimos la Gran Jake, así que el asunto, de momento, ha quedado en balbuceo.

De todos modos, la irrupción del riff no dejaba de resultar curiosa, como si fuera una suerte de trampa, de arroz con leche me quiero casar que tuviéramos guardado en las cortezas más tiernas de la memoria. Pero más tarde me vino a la mente que una semana antes, el lead guitar, mientras esperábamos al resto para ingresar a la sala de ensayo, había comentado lo exitoso que había resultado entre los uruguayos el meme “vender humo”. El éxito del meme, comentaba ese columnista, acaso respondiera a que el país, en rigor, no hace otra cosa que vender humaredas, y que sus habitantes se han vuelto, en buena medida, industriales de semejante producto.

El asunto a elucidar es si son los uruguayos los que venden por sí propios y casi clandestinos, humo, o si su venta es asunto de Estado, digamos que producto asfixiante de sus aparatos de reproducción ideológica. No me refiero con esto a la fumarola del cannabis cuya comercialización fue estatizada en la pasada administración, sino al mercadeo del país como avatar del paraíso, como llegó a decir algún diario británico, o al menos como uno de los mejores lugares del mundo para vivir. Como parte de ese empaquetamiento, sin duda, se le ofreció el año pasado a cinco familias de sirios, refugiadas en Líbano (35 en total, en su gran mayoría niños), que vinieran a Uruguay, medida que causó consternación entre los políticos de la oposición blancos y colorados (eso que se suele denominar la derecha), y en algún comunicador de humor dudoso, que reclamaba que los uruguayos no estaban en condiciones de recibirlos.

Las protestas de políticos blancos y colorados, dígase sin más, hablan menos de aquello que protestan que de ellos mismos. Más allá del oportunismo político eran tiempos de elección, revelan la catadura moral de quienes las realizaron, siendo que lo mínimo que cabe preguntarse es cómo puede ser que se reniegue el recibimiento de un puñado de extranjeros azotados por la calamidad a un país totalmente despoblado, hecho por los inmigrantes que, a lo largo de más de un siglo, le habían ido trayendo los barcos. ¿Olvidan esos blancos y colorados que Uruguay tiene políticas de recibimiento de inmigrantes al menos desde su segunda administración republicana, la de Manuel Oribe, quien fundó Villa Cosmópolis en el Cerro de Montevideo en 1834? Desde aquel temprano día, este Estado que se deshizo con pólvora de carabina de sus indígenas recibió oleadas migratorias que terminarían con los últimos prófugos de la Segunda Guerra Mundial (oleadas un poco anteriores a ésa, de armenios, sirio-libaneses y judíos, habían llegado con pasaporte turco y a esos los llamaron, de forma genérica, “turcos”, y también las hubo de expulsados por  la Guerra Civil española, sobre todo gallegos). Sin estatus de refugiado todavía no existía Naciones Unidas llegaban a Uruguay los que huían de otras guerras, de otras “limpiezas”, y encontraban aquí un hogar para ellos y su descendencia.

Pero algo, y algo muy grave, debe haber pasado con este país que, por décadas, se ha eximido de la recepción de migrantes, por ejemplo de esos asiáticos (chinos, coreanos) que se asientan en Brasil, Argentina y Paraguay pero que, milagrosamente, se privan de Uruguay. Sí, esta inmensa pastura despoblada y de nombre guaraní que cuenta con 3,5 vacas por habitante hace ya muchas décadas debería haber reformulado y reencauzado sus políticas migratorias. Con una población de tres millones y algo más, debería recibir con alegría, no 35 sirios sino como mínimo 10.000, y también a todos los asiáticos que quieran venir, dispuestos a trabajar en un país sin problemas étnicos ni religiosos, y también a tanto subsahariano perseguido por la guerra y por las plagas.

Y sin embargo, este puñado de sirios, así como llegó a estas pasturas, por iniciativa del entonces presidente José Mujica, ahora se quiere ir y por eso, la pasada semana, salió a la calle, acampó en la Plaza Independencia, frente a Casa de Gobierno, exigiendo que se los regresara a Líbano, al campo de refugiados en donde se los había entrevistado y en el cual les ofrecieron cosas que no resultaron ciertas. Es decir, este manojito de sirios quiere volverse a la vecindad del combate porque descubrió que, allá en el campo de refugiados, les habían vendido humo.

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DOS. Con el correr de los días va quedando claro que, en rigor, estos sirios han sido víctimas de una pésima gestión. Mujica, hoy senador, ayer presidente, pero desde siempre excelso vendehumo, se queja de que no le “trajeron” lo sirios con el perfil adecuado porque estos son de clase media, y no campesinos. Al respecto, este columnista pasó por la Plaza Independencia, habló con ellos y resulta que sí, que alguno era comerciante en Homs, pero los demás eran trabajadores, pintores, empleados fabriles, que expulsados de sus ciudades cultivaban la tierra en Líbano (añádase, de paso, que en Líbano los campesinos siempre han sido sirios, porque esas tareas los libaneses las relegan a extranjeros). Dígase más: entre los árabes es costumbre tener casas con un pequeño huerto propio, así que, evidentemente, el problema nunca fue el perfil.

Si por un lado hay problemas esto se debe, claro está, y en primer lugar, a la espantosa gestión realizada, de la que todo el mundo quiere lavarse las manos, al punto de que una de las implicadas, que viajó a Líbano para seleccionarlos, ahora los trate (como si los civiles pudieran desertar) de desertores, gestión por la cual a los refugiados se los “apabulló”, como dice un extranjero con experiencia en el tema, con promesas de dinero y tranquilidad, es decir, con promesas de un país que, al momento de desembarcar, ya no estaba. Como el que lo dice es extranjero, vale la pena la traducción: donde dice apabullar, léase se les vendió humazo recargado.

Pero más allá de las averías de la gestión, debidas a que desde un comienzo se trató de un operativo vendehumo, la otra parte del problema es que estos sirios, lo mismo que aquellos que marchan a Europa, lo mismo que los que aguantan a duras penas la bombarda, se multiplican numerosos porque creen en el mañana, pero desembarcados en la tierra de recepción se han dado cuenta de que en Uruguay, como ellos han dicho, “no hay futuro”. Y por más que las atávicas fuerzas vivas del uruguayismo se indignen, resulta que estos sirios han venido a decirnos lo que nos empecinamos en ignorar, que hace décadas venimos administrando un territorio y una sociedad que ha vaciado su futuro. A fin de cuentas, un país que extenúa sus suelos forestando a troche y moche y adoptando cultivos de ocasión, que envenena sus aguas con agrotóxicos, al punto que lo que sale de las canillas de cualquier hogar es un imbebible mejunje negro que atrapan algunos filtros, que ha desatendido por décadas su sistema educativo generando universitarios semianalfabetos es, por definición, un país que se ha consumido en el presente, o para ser más exactos, en el precariato.  

Y sin duda, y como empiezan a repetir las agencias noticiosas y también los diarios oportunistas de Montevideo, estos sirios frente a la casa de gobierno son la imagen misma del papelón. Los cables recorren el mundo dando cuenta de que quieren irse, y esto bastante menos porque estén con el televisor prendido hacia Europa, como quiere justificar el gobierno (una de las familias ya un mes antes había partido, pero tras pasar 20 días retenida en el aeropuerto de Estambul, se vio forzada a regresar) sino porque, sencillamente, no se ven con futuro aquí. Porque, ¿cómo puede ser que un país riquísimo como éste, que produce vacas para alimentar millones y millones no pueda darle de comer a 25 niños y diez adultos que desean marcharse? Se trata de una cultura, la de los sirios, de familia extendida, que cuenta normalmente con la protección del clan, y que llegan aquí con multitud de hijos, acostumbrados a que la madre cuide el hogar, pero estos refugiados parecen vencidos por el galáctico precio de las cebollas, por los sueldos misérrimos que les ofrece el país, en fin, por las cosas que nosotros nos empeñamos en no ver pero que ahogan a quien se vea obligado a verlas.  

Y se trata de una cultura específica que traen estos que han venido, musulmanes, que no puede ver determinadas realidades sin que le duelan los ojos. Dentro del papelón, por ejemplo, hay quienes declaran maravillosamente en falso, tal el caso del canciller Rodolfo Nin Novoa, quien protesta porque les habían traído sirios musulmanes y no cristianos (mientras el obispo de Montevideo también pide indisimulado que empecemos a traer cristianos). Al respecto cabe preguntarse, por un lado, si, acaso ha dejado de ser Uruguay ese país desde hace mucho ufanado de su laicidad y, por otro, si piensa Nin Novoa que los cristianos estarán más dispuestos a hacer la vista gorda. Porque, si bien los uruguayos nos vamos acostumbrado a nuestro sórdido paisaje urbano, preciso es recordar que, para un musulmán, la imagen de un menesteroso es señal de que quien gobierna la ciudad (o el país) es mal musulmán, entiéndase, gobernante impiadoso. Y evidentemente, para quienes vean el mundo de esa forma, caminar por Montevideo, que es un perpetuo driblear indigentes que duermen sobre cartones y han hecho de la calle su vida, sea caminar de puntillas por las callejuelas más agobiantes de un ya advenido Juicio Final. De alguna forma han advertido que, si les vendieron humo, es porque es lo único que parecería quedar de un país previamente incendiado, o al que se da por abrasado y consumido.

***

TRES. Pero la mayor advertencia que nos hacen estos sirios, y también aquellos que ingresan a Europa, sigue siendo de fines y razones. ¿Para qué se recibe refugiados? Para nada. Se los recibe porque se debe, porque es el imperativo a seguir, le moleste a quien le moleste, y al hacerlo, hay que garantizarles que se los está recibiendo y no abandonando a la buena suerte. Para eso, se debe concientizar del imperativo a toda la ciudadanía y, acto seguido, asegurarse de que sea un país, y no una o dos agencias, ni un operativo de marketing, quien los esté recibiendo. ¿Y por qué se los recibe? Porque son los hijos de una calamidad minuciosamente planificada, que algunos llaman neoliberalismo, pero que en definitiva lo único que propone es el saqueo de los recursos planetarios para verterlos al consumo, para vender en cuotas de tarjetas de crédito los bienes que estaban destinados a las generaciones que nos sucederán. En definitiva, cabe entender que estos sirios refugiados, y los que seguirán compareciendo, son el humo del gran incendio, un humo que todavía no se entera de que Occidente ya ha descartado el futuro del planeta asunción que en algún libro llamé, ya hace más de un lustro, neomal y lo está financiando en cuotas pagaderas hasta nunca jamás.

En Estados Unidos, el país cuyo complejo industrial-militar da cuenta de los desprevenidos como Jake Harper y que es la avanzada de este movimiento de liquidación planetaria, el  20% con mayores ingresos es propietario del 84% de la riqueza del país, si bien en rigor la desigualdad es todavía más absurda: 400 familias tienen la misma riqueza que 80 millones de familias estadounidenses. ¿Qué es lo que ha hecho crecer esta desigualdad? Lo que ya se sabe, la especulación financiera y lo que algunos llaman la economía de casino, la financiarizacion de la economía. Y esta financiarización de la economía, que es la extracción de sobreprecios de interés sobre los recursos naturales, es la más aceitada maquinaria de expendio de humaredas que se haya conocido. Porque para que la evidencia de la desigualdad pase desapercibida se necesitan extraordinarias cortinas de humo, como estas estampidas de sirios, o como las guerras se les inflige para que, finalmente, se sometan, como nos hemos ido sometiendo todos, a la obediencia del consumo (y del interés, prohibido entre los musulmanes desde siempre como usura). Claro que, como en la letra nunca recordada de la canción de Deep Purple, el casino es en sí mismo el incendio: lo que sucede es que la humareda lacrimógena del neomal está a ras de tierra y es avivada para evitar que advirtamos que los cielos, que son el futuro abrasado, hace rato largo están en llamas.  

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