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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          LAS RISAS DETRÁS DEL TELÓN

Cómo aniquilarse por unos buenos dólares

Amir Hamed

El anuncio de que China ha decidido apoyar logísticamente al gobierno de Bashar el-Ásad en Siria confirma al mundo en el umbral de una de esas guerras, ayer tan temidas, que enfrentaría potencias nucleares. Rusia ya está ahí, bombardeando, lo mismo que Estados Unidos, además de Turquía e Irán, más infinidad de milicias salafitas armadas por Arabia Saudita, los Emiratos y Washington.

¿Qué pasará? Vaya a saberse. Lo que se hace difícil es desapercibir que, en buena medida, Siria se está convirtiendo en el equivalente de la España, hervida de milicianos y guernicas, cuya guerra civil sirvió de preámbulo a la segunda mundial. ¿Se trata de potencias que sacan músculo, pasadas de esteroides? ¿O es que a alguien se le escapará un tiro (puede ser un misil, o un pedo de vieja)? Basta recordar que apenas fue precisa una descarga, como la que mató al archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo en 1914 para detonar la primera guerra mundial (eran guerras europeas, como las de siempre, salvo que los europeos se habían hecho, por entonces, con el planeta).

Cabría suponer que nada habrá de suceder (quiero decir, nada irreversible; mientras, continuará, como desde hace años, la masacre hasta que Estados Unidos no haya elegido presidente, y esto menos porque vaya a tratarse de política imperial sino, nada más, de intereses económicos. Gobierna hoy el Complejo industrial-militar alguna vez denunciado por Ike Eisenhauer, que absorbe inconcebibles fortunas que ni siquiera puede registrar en sus libros y, cuando no gobierna eso, siempre puede haber gente dispuesta a ganarse sus milloncitos decidiendo una invasión. Tal el ejemplo de Hillary Clinton, a quien en estos días se le empiezan a destapar varios tarros, entre los más supurantes el uso sistemático de su Fundación para atender negocios de Estado cuando ejerciera como canciller. Sus enemigos políticos llaman pay to play a esta práctica, documentada en el libro de Peter Schweizer Clinton Cash: The Untold Story of How and Why Foreign Governments and Businesses Helped Make Bill and Hillary Rich (Pagar por jugar: la historia no contada de cómo y por qué gobiernos y empresas extranjeros ayudaron a que Bill y Hillary se hicieran ricos) y corroborada hoy día por crecientes tandas de emails que se creían borrados Jacques Lacan hubiera tal vez dicho que se los creía forcluidos, pero estos emails, más bien freudianos, recomparecen tenaces, se hacen manifiestos.

Si no sabemos si habrá Juicio Final teleológico, se puede argumentar que es temprano todavía para realizar un juicio definitivo, al menos individual, sobre este embrollo, siendo que todavía no irrumpe la documentación decisiva. Sin embargo, a falta de evidencia jurídica, sí en cambio es dable reconocer que la película está suficientemente guionada, y cumple ciertamente hablar de película, porque lo que nos venden es más que nada mampostería, tomas y montajes minuciosamente rehogados en sangre.

Se trata de un argumento, sin embargo, del que nadie quiere hacerse cargo, de momento, por tratarse de cosa en exceso obscena, que arranca entre charreteras y turbantes: Muammar Gadafi, déspota libio y laico, se había peleado durante reunión de una ya desvanecida Liga Árabe con el rey de Arabia Saudita. Claro, Estados Unidos había invadido Irak, ajusticiaba a Sadam Hussein (como Gadafi y Ásad, perteneciente al militarista partido Baath que se hizo con el gobierno de la mayoría de los países árabes tras la descolonización). Dicen que Gadafi intentó envenenar al rey; lo que consta, y lo único que precisa el guión para hacer sentido, es que segunda escena vendido por espías alemanes cuando intentaba huir, fue atrapado por los islamistas (por entonces llamados “rebeldes”) apoyados por Francia, el Reino Unido y la ingeniería de Washington a cargo de su canciller, Clinton. Antes de ser muerto en las arenas del desierto, los rebeldes o quien fuera filmaron cómo fue sodomizado con un cuchillo, contraseña de vendetta, señal mafiosa, en la que cualquiera puede identificar la mano de los sauditas. El guión es nítido, aunque todavía impronunciable: el espectador tiene ya toda la información para calibrar que Arabia Saudita, el mayor donante de la Fundación Clinton, sencillamente compró la muerte de Gadafi a Hillary, además de la destitución (hasta ahora no consumada) de Äsad en Siria.

“We came, we saw, he died”, declaró riéndose madam Clinton, como dando a entender que, aunque no hubiera terminado el rodaje, ya había visto la película y que ésta era graciosa, por lo menos para su sentido del humor, ya que ella sí, a diferencia de la mayoría de los mortales, conocía como empezaba y seguía el libreto, para cuyo cumplimiento ya se estaba acarreando hacia Siria multitud de extras, por ejemplo la galáctica milicia islamista armada con las municiones con que los salafistas, inicialmente, “liberaran” Libia, hoy un territorio anárquico en que a las mujeres las violan y, tras haber perdido su honor, las lapidan territorio sujeto, por otra parte, a renovado bombardeo de la OTAN. Esos militantes que han sostenido la guerra por cinco años son, o miembros de ISIS, o de Al Qaeda (estos vendrían a ser los “moderados” que dice defender Washington) y han sido armados por Estados Unidos, ya sea a través del ejército de Irak, que les cedió su arsenal, ya sea a través de los piadosos reinos del Golfo Pérsico.

Y ciertamente, la película se pondrá incluso más "entretenida". Puede presentar tomas en flashback mostrando que una contingente razón para semejante masacre estriba en que hubo momento en el cual Ásad se opuso a un gasoducto que atravesaría Siria rumbo a Turquía y dejaría en falsa escuadra a Rusia, su tradicional aliado. Pero si los gasoductos, un Macguffin o elemento de suspenso, más los extras, pueden estarnos rumoreando términos tradicionalmente geopolíticos, o cuando menos, relativos a una turbia teopolítica energética, lo cierto es que detrás de toda esta matanza y sombra de aniquilación hay apenas dinero. El mismo dinero que, comienza a insinuarse hoy ni bien se filtra la lista de donantes a la Fundación Clinton, habría actuado para dar un golpe de Estado en Ucrania, que tiene a los rusos, en otro frente, en alerta armada contra la OTAN. I went laughing all the way to the bank, repite el proverbio yanqui (reí sin parar camino al banco), lo que aquí debería traducirse como no pude parar de carcajear camino al cine.

Es que cuando manda el dinero algo desaparece: no se puede hablar ya siquiera de intereses imperiales, como otrora, sino privados. Se debe hablar de esbirros, de sicarios, de superjoda. Sería como si a Francis Ford Coppola le hubiera dado por rodar un género híbrido, una cruza entre El Padrino y Apocalypse now. O mejor, de una mudanza de Martin Scorsese a las coordenadas militares: los personajes riéndose, como si todo fuese chiste (estilo Ray Liotta en Buenos muchachos) para desinflar la tensión de la bravata que acarrearía una muerte inminente, y relegando al reino de la joda, con esa risa, la amenaza de un sicópata como los que encarna Joe Pesci, o como el que encarna Clinton. Claro que si la risa no funciona (en estos casos, los actores son imprevisibles: ¿dónde, por ejemplo, cosquillea el sentido del humor de los chinos?), apenas dinero será la explicación, ya irrelevante, en caso de que este mundo, asqueado de sí y ya encallado en las vecindades de Gog y Magog, termine bajándose el telón. 

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