Segunda
parte
de
una
trilogía
de
ensayos
breves,
Ella
sí sucede
a
Encantado y
precede
a
M,
todavía
sin
publicar.
Pero
decir
“ensayo”,
a
secas,
puede
resultar
equívoco.
Ella
sí
no
es
un
ensayo
académico
sino
más
bien
un
ensayo
literario
o
“de
escritor”,
esos
en
los
que
la
creatividad y
el
cuidado
de
la
escritura
se
conjugan
con una
tesis
original
que
se
va
desarrollando
y
creciendo
a
lo largo
de
sus
páginas
y
en
los
que
la
propia
escritura
opera
como
generadora
de
relaciones
y
sentido.
Un
género
casi
en
vías
de
extinción,
probablemente
porque
los
escritores
del tipo
que
Hamed
encarna
(eruditos,
apasionados
por sus
temas,
incontenibles tanto
en
creatividad
verbal
como
en
cantidad
y
calidad
de
sus
ideas)
son
hoy
una
rara
avis.
Uruguay
tiene
su
propia
lost
generation
de
intelectuales y
escritores,
aquellos que
por
edad
serían
el
equivalente a
la
“generación 83”
pero
que
por
temperamento y
convicción
están
en
las
antípodas de
esta
generación
militante
que
reclamó
insistentemente
su
espacio
en las
estructuras
de
poder.
Margi-
nales,
corrientemente
autopublicados
y gestores
de
sus
propios
espacios,
ni
se
los
encuentra
escribiendo
en
los
medios
masivos
de
comunicación (sino
en
e-zines
o revistas
por
suscripción)
ni publicando
sus
libros
en
editoriales trasna-
cionales.
Su
pasaje
por
los
primeros
fue
siempre
emergente
y
extraño
(cabe
recordar
la
inusual
República
de
Platón
o
el
éxito
anómalo
de
Prohibido
pensar
en
la
televisión).
Orejanos
y
poco visibles,
a
veces
es
incluso
necesario
reafirmar
su
mera
existencia
(…
Luego
existen es
el
título
del
libro
colectivo
de
ensayos
que
agrupó
a
muchos
de
ellos
y
que,
a
pesar
de
remitir
al
cogito
cartesiano
opera
también
como
una
especie
de
chiste
ontológico)
pero
persistentemente
emergen
en
letra
impresa.
En
el caso
de
Amir
Hamed,
eligiendo
un
formato
también
inusual:
una
trilogía
de
ensayos,
publicados
separadamente
en
pequeños
libros y
cuya
unidad
(o
contigüidad
estilística
o
temática)
se adivina
pero
está
todavía
por
revelarse
cabalmente, al
faltar
la
última
parte
de
la
tríada.
En
Encantado
Hamed
se
ocupaba
de
hadas,
ogros,
vampiros
y
otros
portentos
para
hablar
del
acto
de
contar
como
hechizo
y
encantamiento, estableciendo
una
red
de
conexiones
que
distan
de
ser
evidentes,
generando
chispazos
de
reconocimiento
y
redefiniendo,
de paso,
la
idea
de
lo
“bello”
del
conde
montevideano
quitándole
al
encuentro
de
paraguas
con
máquinas
de
coser
–o
de
Drácula
con
Marx–
cualquier
carácter
fortuito.
Porque,
parece
decir
Hamed,
no
hay
nada
más
bello
que relacionar
lo
alejado,
revelando
continuidades a
través
de
la
lectura
atenta
y más
bien
desconfiando
del
azar y
otras
fuerzas
más
poderosas,
que
para
eso
nos
fue
dado
lo
que
llevamos
sobre
los hombros y no para sostener, con o sin gracia, el sombrero.
Ella sí continúa ese método, que Hamed había cultivado en ensayos más breves en
su libro Retroescritura, esta vez yendo a buscar a Eva a quien no
conviene llegar sino a través de Dante. Dante afanado en la
redacción de su “Elogio de la lengua vulgar”, intentando volver a
unir lo que está separado, remontando la dispersión lingüística
hacia la lengua primera, es decir, la que habló Adán en el paraíso
para entenderse con Dios. “Se
trataba de una lengua una y sola que, tras la dispersión de Babel,
se continuaría en el hebreo, avisa Alighieri, por lo que basta que
nos haga saber que Adán no rumiaba latín para que haga acopio de lo
que se habla en Europa, todas las lenguas a las que divorcia de la
de Cicerón y de su amado Virgilio. Aquello que se par- tió en Babel
es una trinidad de hablas, por un lado el griego y por otro la del
norte del Danubio, que ha derivado en una muchedumbre de lenguas que
ahora son, según nos muestra, las teutónicas, eslavas, húngaras,
sajonas y muchas otras, además de las germánicas, que mantienen un
rasgo común, porque todas, al afirmar, dicen io. Y por últi- mo
están estas otras del sur, el languedoc, que para afirmar dice hoc,
el langue d’oïl, que dice oïl, y la ibérica, la francesa y la
italiana, que para afirmar dicen, sí. Y es entonces que se empieza a
vislumbrar por qué a Dante no le será dado terminar “De vulgari
eloquentia” ni tampoco su banquete. Está buscando dar un sí
indecible en el latín de su tra- tado, pero también indecible en el
romance del Convivio. Porque hay un sí, se ha dado cuenta,
impronunciable para Adán, que es cosa de Satanás y que
incluso,
más
que
de
Satanás,
viene
a ser
cosa
de
mujer”.
Es de
este
cliffhanger,
que
planta
Hamed
al
final
del
primer
capítulo
de su ensayo,
que
pende
toda
la
acción
(si
se
nos
permite
afirmar
que
existen
los
ensayos
con
acción
y
que
este
es
uno).
Hamed
comienza
entonces a desarrollar
el
tema
de
su
ensayo,
que
tiene
que
ver
con
ese
“sí”
paradisíaco,
femenino y
para peor,
en
lengua
viperina,
que le
complica
la
vida
a
Dante
y,
quizás,
a
la
versión
oficial
de
un
par
de
religiones.
Así,
Ella
sí
se
lee
como
un
relato
de
ficción,
donde
la
“trama”
se
va
revelando
poco
a
poco y
los
personajes
son,
entre
otros,
Dante
y
Adán,
Eva y
Mohammed
Al-Samman,
la
serpiente
y
Abelardo.
Si bien
decíamos
anteriormente
que
habrá
que
esperar
la
edición
de
M para
tener
una
visión
de
conjunto
sobre
la
trilogía,
lo emprendido
por
Hamed
es
una
relectura
de
los
relatos
occidentales
fundantes,
que
en
Ella
sí
se
eleva
hasta
la
Biblia
judeocristiana
a
través
de
Dante,
repasando
las
fuentes
comunes
de
los
textos
sagrados
de
las
religiones
monoteístas
e,
incluso,
de
la
Divina
Comedia
como
traducción
de
La
escala
de
Mahoma.
Como señaló Alma Bolón en su reseña de Encantado (Brecha número1508,
16-X-14), hay una dimensión política en estos libros de Hamed, que
miran la literatura canónica occidental para hablar del presente.
“Como en otras oportunidades, y ahora por obra de las hadas, Amir
Hamed fustiga los espejismos (y los hurtos) patrios,
recordando la
matriz oriental –indoiraní
y semita– de nuestras historias occidentales. Ni que decir sobre la
índole profundamente política –intempestiva– de estas hadas, la
consideración de las cuales permite expedirse sobre un asunto que
hoy quema la actualidad, al erigir funestos andamiajes con los
maderos en combustión de las ‘identidades’ (‘nacionales’, ‘tribales’,
‘religiosas’, ‘locales’, ‘regionales’, ‘sectarias’, ‘ideológicas’).”
En Ella sí el campo de
batalla se extiende a la lengua misma, al “sí” femenino y el “no”
masculino, a la represión y la libertad, a la autoridad y la
transgresión, hasta llegar a la identidad misma de un “Dios” (como
origen, civilización o cultura) que se licúa en una babélica
confusión, por más que, sin importar cuántos milenios pasen, se
empeñen en hacernos creer que los hombres, cuando se descuartizan,
lo hacen en su nombre.
* Publicado
originalmente Semanario Brecha; 6 de febrero de 2015
|
|