H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 




CERVANTES - ESTADO-NACIÓN -


Cervantes vivo

Julio Ortega



A comienzos del siglo XIX (que un estúpido llamó estúpido), un venezolano, Andrés Bello, desde Londres vio con alarma que los ingleses tenían su robusta piedra fundacional en Chaucer y Shakespeare; los alemanes en la saga de los Nibelungos, y hasta Francia contaba con su Canción de Roland, además de Rabelais... Pero España carecía de un texto fundador de su calidad nacional. Fatigó la British Library hasta que encontró lo que buscaba, que es una virtud de filólogos: ese texto era el Cid.

Porque una amiga me pide explicarle para qué buscamos los huesos de Cervantes, quiero recordarle que hace muy poco se desenterraron los de Petrarca para comprobar que son suyos. Dirigió la exhumación del texto óseo, no sin ironía petrarquista, el Dr. Terribili. El ADN se ha convertido en el ABC fundacional de los estados-nación, requeridos más que nunca de alguna autoridad mítica que les devuelva la legitimidad puesta en entredicho por las plagas del autoritarismo, la exclusión, la mala distribución, y para terminar de arruinar la institucionalidad de este sistema, la corrupción impune.

¿Qué ocurriría si se encontraran, con buena fe, los huesos fidedignos de Cervantes? Se afirmaría la buena conciencia política de un Estado escaso de nación que lo sostenga. Nunca los huesos de Cervantes habrían trabajado tanto. Ni siquiera le dieron permiso para irse a Indias, donde esos huesos al menos habrían aprovechado la siesta del trópico. Mis colegas ingleses, para satisfacer sus opiniones, creen que si Cervantes hubiera ido al Nuevo Mundo no hubiese escrito el Quijote, sugiriendo que solo se podía escribirlo en la cárcel.

Seguramente tendríamos a nuestros escribas mayores y menores celebrando a Cervantes como fundador moderno, ya no de la novela, sino de una idea de España, convertida en nuevo Retablo de las Maravillas. Y todo gracias al escritor sin premio alguno y peores regalías que, de haber, ha habido. Claro que si los expertos se apresuran, la magnífica ironía con que Cervantes nos diera sus huesos, además del premio que lleva su nombre, sería desfundacional, ya que Juan Goytisolo, premio Cervantes este año, contra toda lógica estatal, tendría que haberlo recibido a nombre del taimado musulmán que escribió Don Quijote en árabe, Cide Hamete Benengeli. No olvidemos que Cervantes compró el arábigo manuscrito en el mercado de Toledo, y lo hizo traducir para que lo podamos leer en el mero castellano. ¿O habrá todavía otra ironía cervantesca en sugerirnos que la mezcla es lo moderno? No en vano se quiso mudar a Indias, donde la hibridez, que es el horizonte de la modernidad a pie, forjaba un “refugio de peregrinos.”

Como Dante, Cervantes debe haber sentido que caminar por este valle miserable era labor de peregrino, que lleva, como los migrantes hoy día, su lengua a cuestas. Don Quijote, después de todo, es el peregrino español que, al revés de Santiago, marcha hacia Barcelona para conocer a su madre, la Imprenta. Como en la epístola de Pablo, habla “en locura” , como cualquier personaje de Juan Goytisolo para ser veraz.

A comienzos del siglo XIX (que un estúpido llamó estúpido), un venezolano, Andrés Bello, desde Londres vio con alarma que los ingleses tenían su robusta piedra fundacional en Chaucer y Shakespeare; los alemanes en la saga de los Nibelungos, y hasta Francia contaba con su Canción de Roland, además de Rabelais... Pero España carecía de un texto fundador de su calidad nacional. Fatigó la British Library hasta que encontró lo que buscaba, que es una virtud de filólogos: ese texto era el Cid. Por entonces, el poema era menos épico y más bárbaro. Pero Bello descubrió que no era el producto de frailes ignaros, como se creía, sino la refinada adaptación del rimado del Romance. Y propuso a una Academia incrédula la primera edición de El Cid campeador como texto fundacional del Estado civilizatorio. Menéndez Pidal le reconoció la audacia, un poco a regañadientes, como buen colega español.

Hoy somos más exigentes. No nos basta la filología, que sostuvo la hipótesis de un Estado-nación español, y exigimos el ADN. Será Cervantes o no será. Tampoco en Argentina falta el diputado que reclama los huesos de Borges, aunque con los de Evita tienen para largo. Cada nuevo gobierno peruano se propone recobrar a Vallejo, aunque por ahora es consuelo el equipo de fútbol llamado “César Vallejo”, al que suelen darle duro con un palo, salvo cuando juega contra el “Inca Garcilaso de la de la Vega”. No ha faltado quien le reproche a Carlos Fuentes descansar en París y no en México, donde cada gobierno preside una tumba abierta. Y en Estados Unidos se sigue disparando contra aquellos por quienes Lincoln fue a la más terrible de las guerras.

Al final, no importa demasiado que no puedan certificar los restos de Cervantes y los declaren decorativamente suyos. El Estado no requiere ser refundado sino reformado. Sus fundaciones han sido sobre ausencias: son muy pocos los héroes culturales españoles que descansan memoriosamente en paz.

Importa que tú lo leas para que siga vivo. Tampoco de Lorca necesitamos de sus restos para curar las heridas, mucho menos para entregarlo como 'celebrity' a la subcultura del turismo. Podemos cerrarlas a nombre de su lectura, no solo a nombre del Estado y sus ocupas de turno. Después de todo, España, no Granada, es la tumba de Lorca. Más bien, deberíamos ya traer a casa a Antonio Machado, que yace al pie de la frontera francesa como una tierna herida. En este mundo multi-hispánico global, la actualidad viva de Cervantes es la de cualquier peregrino que haya cargado su lenguaje español más allá de nuestras miserables fronteras.

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia