Fractales de
la poesía
“Abrir palabra por palabra el páramo,
abrirnos y mirar hacia la significante abertura,
sufrir para labrar el sitio de la brasa,
luego extinguirla y mitigar la queja del quemado.”
Así comienza el libro, con el distanciado modo infinitivo que atempera la
quemante fuerza de una poética fundacional en cuya brevedad y concisión se
concentra el productivo y peligroso arte literario, que indaga, excava, urde,
trama, y luego, atenta, enciende, incendia, y al final mitiga el daño de quien
se ha acercado con su lectura a ver tanta luz...
El modo infinitivo en otros poemas insiste en nombrar la incertidumbre, el
extrañamiento y la entropía de la palabra poética; así, desde la alocución
impersonal y didascálica, también se mitiga el dolor. “Mirar la fruta, el mar
con ojos de desierto”; “…disfrutar del error / y de
su enmienda”.
La poesía de Ida Vitale traspasa el yo lírico, lo hiende y lo domina: la poeta
no se involucra en los laberintos circulares de la subjetividad ni en un
registro autobiográfico de heridas; pero tampoco fija una mirada aséptica sobre
el objeto de deseo poético, petrificándolo con la referencialidad y la
taxonomía. Más bien exhibe el proceso de su gozosa apropiación a través del
lenguaje, la elaboración delicada del significante que dignifica su existencia,
el desenvolvimiento del ser escritural, el amor a la letra: “Asistir a esas
frases que se disparan (…) Y quedan en la franja / de los acertijos a resolver”.
Y cuando las ““palabras de mar profundo / a cada instante suben a morir”,
la poeta “las ama y acoge”.
Por eso, con fino equilibrio en el manido conflicto que desde Longino se
establece entre intelecto e imaginación, es esta poesía ajena tanto a la
trascendencia romántica y la deriva modernista como al xenikon y la
hibridación de la posmodernidad; poesía que “no cuenta cuentos”, que se
construye desde la reflexión sobre sí misma, para devenir fatalmente en
ontología, si trata de establecer en qué lugar situar al ser arrobado de
palabras (“La tú misma con la que te rozaste”; “nuestra imaginación /
trueca lo áureo por letras, / letras por polvo”).
A
diferencia de su libro de 1994, Léxico de afinidades, en el que explicita
el propósito de dar orden al caos del mundo y del lenguaje (“buscando el
sistema mejor para organizarlo todo o para entenderlo, al menos…”), en
Trema, la poeta no lo confiesa, muestra una cartografía de todas sus
migraciones y sus vuelos (tal el pájaro insistentemente convocado en varios de
los poemas), y va trajinando un espacio tan imaginario cono real (un
“crepúsculo sobre el Batoví”, un “jardín de geranios”, Holland Park,
Oaxaca o Bogotá, o un café de Milán), pero también el sublime -y a la vez
siniestro- espacio de la propia poesía, que es, en su orden poético, “…
puerto desierto, / andén abandonado”. Y se instala en ese límite brumoso
donde la lengua es filosofía (espacio que tan bien han ocupado Barthes, Derrida
o Foucault), y sobre ella deja que paste “el buey que pesa” desde el
fondo de la historia, para que, en tal “verde dehesa”, logre decir lo
indecible: “Lo que te queda por no decir”.
En Trema, Vitale va y viene sobre el lenguaje; es un viaje por sobre una
vasta geografía significante, al tiempo que asume la inmovilidad del agudo
observador (“ama… quietísima”), con delectación frente a las palabras. Es
la lengua un hilo de plata que la fija al territorio, y es así su nomadismo
propiamente una inmovilidad, como revelara Gilles Deleuze en su famoso
Abecedario, “son nómadas porque no quieren irse”: “(…) alguien se va para
no irse / para quedar encapsulado / en un pasado imaginario”; luego,
“Regresar es / volver a ocuparse / de devolver a la tierra / el polvo de los
últimos meses”.
En esa línea de pensamiento, es posible establecer cierta correspondencia con la
poesía de su compañero de viaje, el poeta Enrique Fierro, cuya poética persigue
la percepción de una realidad ‘poliédrica’, como él habría confesado:
“fracciones de imágenes / estimulan y ocultan / un discurso que
gira / en torno a un paisaje”
(de Murmurios y clamores).
Entonces, la memoria y el recuerdo son las materias que el lenguaje
territorializa, como en los poemas De la poca memoria, Calesita,
Cancel, Miramientos, El acervo.
En ese planeo sobre un locus fantasmal, Vitale se explica el ser del
lenguaje, pero también el ser de la patria; lo hace sin aspavientos ni arrojos,
en todo caso, con el rastro del exilio y sus innumerables iconos: “¿Cómo
perdí el desmenuzado caballo / en las provincias sueltas? // La palpitante vaca,
ciudadana escanciada, (…) / resistiéndome ingrata, / ¿se fue por los caminos?”
Son sus afinadas inquietudes la lengua y la patria en tanto territorio que
determina el gentilicio del decir, la pertenencia (“la fatalidad del origen”)
y la extranjería (“y el nombrar lo imposible / no disuelve fronteras”);
también la ironía, como categoría estética de escritura dolida: “la
grieta que te ofreció jilgueros / te niega lumbres de ruiseñor”;
“Agradezco a mi patria sus errores, / los cometidos, los que se ven venir (…)
muchas gracias / por haberme llevado a caminar…”.
También en Léxico de afinidades, Vitale interpela y transita “el
espacio/tiempo”: “¿En qué plaza del tiempo se detendrá mi travesía, a qué
ruinas terminaré abrazada?” Señala en su poético glosario que “Espacio”
es “Esposa (…) / con que se nos sujeta. / Esposo cruel, inverso pozo.”; y
“Tiempo”: “Contradictoria rueda de los cambios
siempre enjaezados, de la quietud que gira sobre su eje.”
La poeta queda así situada en el afelio de su travesía, con el gesto oculto de
dar cierto orden al desorden primordial del lenguaje (“En el centro de lo
enredado oscuro”) instalado ya desde el misterioso título –Trema- que
da cuenta de la invaginación, la especularidad y errancia de los fractales en la
poesía. Título remático, como los de todos los poemas, que requieren del lector
su disposición a develar la ambigüedad y la connotación y llenar los espacios
en blanco que toda obra deja al receptor: la imaginación en el poema “En el
dorso del cielo”, la poesía con sus “Nuevas certezas”, instantáneas
de la memoria, en “Miramientos”, la intelección del mundo en “Milagros
naturales”.
La poesía de Ida Vitale
somete a
criba al lenguaje, hace mella en el fuero interior de quien la lee,
porque
abre “palabra por palabra el páramo”, dejando fatalmente un orden en el
“sitio de la brasa”: el
amor y la memoria solapados
en el significante hueco, esa poética trema.
Referencias
Ida Vitale: Léxico de afinidades, Editorial Vuelta, México, 1994.
Ida Vitale: Mella y criba, Pretextos, La cruz del Sur, 2010.
El Abecedario de Deleuze (Entrevistas de Claire Parnet). Traducción de Raúl
Sánchez Cedillo: Wikipedia.
Enrique Fierro: Murmurios y clamores, Ediciones de la Banda Oriental,
Montevideo, 2002.
(Pretextos, Colección
La cruz del sur, Valencia, 2005)