“venir a dar
aquí. Por vuelo no. Tampoco porque quiero. Venir a dar
porque es así:
las palabras son varas quebradizas (…)”
Tatiana Oroño
(Morada móvil)
En el cuaderno de viaje anoto (…)
escribo lo que el vendaval desnuda
Amanda Berenguer
(La Dama de Elche)
“De aquí y de allá el
pensamiento invade y justo a tiempo se para
ante el lenguaje”.
Silvia Guerra
(Pulso)
La poesía de
Tatiana Oroño es un río. Con afluentes, deltas, recodos, radas. Es a
la vez el elemento que fluye y el instrumento que lo transita y lo
domina. En su bitácora no anota torbellinos ni desbordes sino la
fina labor hecha en el cauce, la construcción precisa de versos que
encauzan la idea y el deseo como diques y acequias:
“Mi mano palma y dorso /
también es agua orilla / burilada por el deseo / que siempre borra
el trazo.” (MM),
“deseo de que todo cantara
como acequias o arroyos / en escondidas napas.”
(Lo
que hay…).*
Y la poeta navega,
con pericia de argonauta, desde el alto surtidor a la pila
enterrada, para llegar a este
Estuario, este lugar de encuentro de sus aguas
“donde jamás
encallará el Navío”, diría Amanda Berenguer, y donde un poema
solitario inicia el libro,
“como la flor de la tuna”, así erguido, perfecto y claro en lo
oscuro, que termina de elaborarse en la dedicatoria al pie de
página, al inclinarse con removida memoria y homenaje ante la imagen
terrible -“este esqueleto”-
y su bella metáfora -“un haz
de pétalos”.
Su escritura es un modo de
ser y de estar; e
inquiere la
respuesta de quien la lee:
“Doy a leer abdico en quien / recibe el bien la página (…) / lo dejo
en otras manos, sin otra garantía / que quedar con la duda (…)”
(E)
Por eso persigue ‘la
palabra justa’ y la techné
–en toda la extensión del concepto, desde lo espiritual a lo
pragmático:
“qué técnica te ordena / aliñar exceder decir /
poema // qué técnica da el paso y lo organiza”;
la técnica “que cobije / la
lengua / su jadeo / y sibilancias sus 37 grados”, que pone en
juego al cuerpo (E).
Se organiza, así, el
decir, entre la contención y el desbordamiento, desde la labor
solitaria, doméstica, amorosa (“en
lugar de pelar la naranja / escribir el poema”), desde la la
contemplación y la ponderación que da la
sophrosyne, con
delectación en el lenguaje, la medida del ritmo y la tensión del
tono; pero también se escribe con derridiana inquietud, buscando en
la propia escritura las cenizas de las palabras y las letras, para
rescatarlas, reconstruirlas y reescribirlas:
“casi cualquier palabra puede
ser el principio de un texto que no existe”; entonces, qué
quiere decir “jalado
(halado/alado)”, qué quiere decir
“anoche”:
“necesita urgentemente un
texto” (E).
En sus libros hay una explícita poética (y de esa
forma se titula más de un poema: “Dejar
/ dicho tal cosa. Parco aviso. / Cuidado arrimo contra / seña / en
hora” (T); “poesía es / cuando no le hago sombra / cuando filtra / porosa
persuadida / no yo. este comportamiento / esta manera dada sostenida
/ adentro/afuera” (Todo tuvo la forma …) Entonces, despojada de
todo lastre autobiográfico y confesional, concebida en una matriz
culta a la vez que sensible, como también sus referentes (“campito
verde” o “bosque de
elsinor”: E),
desvelada por conocer el hueso del lenguaje literario y también del
plástico, Tatiana Oroño escribe sobre realidades palpables y también
sobre sus abstracciones, sobre cosas y seres y sobre la forma de
nombrarlos, poniendo en juego el constructo
cuerpo/pensamiento/creación, que se apoya por igual en el
logos y en el pathos (una
interacción entre lo patemático y lo racional, entre cuerpo y mente,
que Massimo Fusillo coloca como tema central de la cultura
contemporánea). Escribir desde el cuerpo y con el cuerpo es ir y
venir con las palabras sobre sí misma, mellando el interior, de la
cabeza al corazón, atravesando ese tamiz en forma vertical...
“Escribir para ser una, para
echar cuerpo” (MM),
una forma de ser-ahí, un
“ejercicio de sobrevivencia” (T).
La ‘confesión’, en
todo caso, es sobre cómo sobrevivir para seguir escribiendo, para
seguir hilando la poesía: “He
de hilar / la crisálida. Perlada / de roturas. Suturada de nudos”.
Y la ‘autobiografía’, si se concede, es para anclar la palabra en el
sí propio sólo para poder “construir”,
“…apuntalar en punto imaginario / sostener la mirada / contener el
aliento / levantar el andamio. …”; levantar su
“palafito” de poesía
“en tierra firme, aunque le
haya tocado una existencia lacustre” (MM),
o aun erigir un edificio poético y místico como el “zigurat” (‘el
zigurat fósil / de las células vivas”:
Lo que hay…),
esa torre antigua y compleja, que se corresponde con la mítica Torre
de Babel, a la que dedicara su conferencia
“Ganar el pan de las lenguas”
(2013). En este texto, en el que explica el proceso de la
publicación de sus libros bilingües
Todo tuvo la forma que no tuvo / Tout fut ce qui ne fut pas
y
Ce qu’il faut dire a des fissures / Lo que hay que decir tiene
grietas
(y aborda
el tema de la traducción/transcreación),
hay una
especie de “exploración
autobiográfica” que da testimonio de su itinerario como lectora,
escritora y profesora, que se inicia en la infancia y en la familia
(“la literatura era ese
espacio replegado que podía desplegarse en sucesivos enlaces como
una prodigiosa matriz que me hubiera gestado sin necesidad de
expulsarme”). En ese
‘sitio de partida”, cuando niña,
descubrió la “tensión
dinámica que curvaba las cursivas y enderezaba las imprentas”;
de allí en más, se proyecta y erige la construcción proléptica de
cuerpo y palabras que la sostiene.
Echar cuerpo, hilar,
construir: acciones que religan la vida con la escritura. Y en este
punto no puede omitirse la referencia a una categoría de escritura
‘femenina’, cuya existencia ha sido relevada y discutida por la
crítica a partir de ciertas particularidades, y de la que la propia
Tatiana Oroño se ha ocupado. De hecho, fue convocante y co-organizadora
del Primer Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres, en 2003,
cuyas ponencias sobre literatura y arte de género produjeron una
teorización sobre una discernible modalidad del saber femenino que
se adiciona a la episteme común, a partir del tratamiento de lo
corporal como metáfora de la auto-elaboración, el cuerpo como tópico
de representación textual de la realidad y como epicentro del hecho
poético, sin prescindir de la
ratio.
En esa línea, en el poema
Velo por mí (MM),
la poeta plantea un juego de homónimos en
“velo”: exhibe el cuidado
de sí misma, la epimeleia
de los griegos, base de la virtud (“Me
concedo / cuidados”, “hago por mi vida”), a la vez que el tejido
autogenésico con que se arropa y se vela,
“capullo”, “nido / que se
autodestina”, conocida metonimia de texto y tejido. (En este
sentido, Tamara Kamenszain propone que las costuras amorosas de las
tramas, el tejido y el ‘cepillado’ del texto imprimen “el sello de
lo artesanal” a la escritura propia de la mujer, junto al “discurso
racional” que lo sostiene; allí estriba el punto de confluencia de
“la mesa de la casa” con la histórica “legalidad –masculina- de la
firma”).
Auto-elaborarse, enfundarse, envolverse en los
pliegues del espacio del lenguaje y tirar de los hilos que se tejen
adentro, para devanarse, para deshacer la urdimbre y la trama del sí
propio y del lenguaje, es el ejercicio poético con que se exhibe la
vastedad del interior a la vez que el vértigo del exterior, lo que
hace patente, como diría el pensador francés Bachelard, al ser
entreabierto: “este
comportamiento / esta manera dada sostenida / adentro/afuera” (Todo
tuvo la forma…).
“Y eso es la mujer.
Lo que no. La ciudad de cornisas y canales / donde la noche cae como
cae la tormenta y derrota / costillares de barcas y de remos
(…) en el zigurat fósil
/ de las células vivas.” (Lo
que hay…).
Tatiana Oroño
convoca en su escritura la oscilación de la palabra en esa abertura,
en ese umbral, en ese intersticio: entre una verdad lógica y una
alterada –hermosamente- verdad poética, adviene la completitud de su
sistema poético. “Esto es lo
otro”. “Todo tuvo la forma / que no tuvo”.
“Entonces se escribe sobre esa imposibilidad” (MM), a veces, con “el puro
pensamiento” (E),
aunque luego “Los decapitados
pasos del pensamiento / se van solos / desertan //
y uno se queda /
a solas sin más nada // con toda la cabeza.” (T). No es hesitación, es “tarea
de entredicho” (MM);
es la escansión en ascenso, modulando el sentido:
“Mi madre / acreería
creerá me cree. / Voy hacia ese acrecer ese creer.
// Caer en ese cántaro. Decaer en el pie de esa fe.”
(MM); es, tal vez,
síncopa, porque “Las palabras
se sostienen en lo que no está dicho todavía, en lo que está dicho a
medias y en lo que no se puede decir” (MM).
Es desazón, horror vacui, desplazamiento, quiasmo; es una doble dimensión que se
transita: verso alveolado y verso macizo, el verso leve, suspendido,
aéreo, o la palabra a tierra, enraizada, radical:
“Ir a echar el cuerpo en el
pasto. Escribir en el aire” (MM).
Es también la prosa
que asevera e instituye (como
Escribir, Areté, Química: MM).
O el verso que, firme, dictamina:
“Dejar / dicho tal cosa. Parco
aviso” (T).
El fraseo
contundente, la claridad del dictamen, la certeza; luego, la
interrogación, la duda racional, la
quaestio; luego, aún, la
sensibilidad intuitiva que desbarata la lógica proposicional de la
existencia: “El balbuceo. Un
andar // a decir que no anda, tropieza.” (MM).
La poesía de Tatiana Oroño “evita la efusión, la
queja, la denotación sentimental”, “genera cierto distanciamiento,
refiera o no dolores profundos”, apunta el Profesor Pallares, al
tiempo que atribuye a este sistema poético una “opacidad y a veces
la dislocación de una sintaxis figurada en las transiciones
semánticas” que, en ocasiones, trasunta “un malestar profundo tanto
por el sentido como por su transcurso discursivo especialmente
léxico y sintáctico”. Así se advierte, por ejemplo, en su referencia
a lo histórico, cuando involucra el cuerpo y la idea en la utopía:
“… Y una idea. / Feroz. La
historia no ha acabado, la utopía es el clavo / que martilla. Tengo
martillo aquí, artefacto / de un golpe. (…) mientras el cuerpo
cargue con su montón de trastos. Su / basural de tripas. Su martillo
y su clavo, su piedra / en el magín…” (La
piedra…).
De algún modo, lo
que apuntara la propia poeta sobre la poesía de Juan Carlos Macedo
-que ha estudiado profundamente, con erudición y empatía-, podría
aplicarse a la suya: “(…) la superficie anfractuosa de un decir
trazado por el silencio y la falta, demarcado por intersticios y
fisuras que abren espacio a la mirada otra (…) una discursividad -o
estilo- que podría calificar como “oracular” o vaticinante (…)”. Tal
vez por las palabras del poeta que ella evoca para explicarlo: “No
es el tiempo, sino la duración en la poesía, el sitio de reunión
posible.” (Es
el tiempo discontinuo y vertical que el fenomenólogo Bachelard
atribuye a la poesía, la flecha cósmica de su instante,
negación de un discurrir en una sucesión de tiempo y aun en
una continuidad de espacio).
Pero aquel
‘distanciamiento’ no le impide poner en juego todas las percepciones
y sensaciones; se trata de una labor reflexiva y también emotiva
sobre la literariedad, sobre el valor de la palabra, sus
anfibologías y los silencios; un trabajo sobre la fuerza material y
espiritual de la palabra, para
“resolver el meollo”, transitar
“el caos cotidiano” y los
“acaeceres”, domeñar
“llaves y cerrojos” para
poder definitivamente entrar en la casa, la material y la
fenoménica, la de antes y la de ahora, la del día y la de la noche,
la del sueño y la de la vigilia. La
casa que en
Morada móvil fuera “mapa de
marcas de arrastres y de posición”,
“drenajes de lo oscuro”,
“calafateo de costillares y remiendos”, la casa como cuerpo, la
casa que habita por dentro, se ocupa ahora con su ascendencia (“padre
y madre ceñidos”) y su descendencia (“el
pienso de la prole agavillé”), a los que la poeta arropa en
“una historia en rizoma, en
racimo. propia, sí. pero también ajena.”
En esa indagación de sus
“distritos de familia”, busca simultáneamente dos genealogías:
la personal y la de las palabras. A una y otra interroga, inquiere
los orígenes, les busca sus arborescencias, las llena de contenido:
lazos familiares –sus nudos y ataduras- y las vastas posibilidades
del lenguaje -sus etimologías y anfibologías-:
“en latín, según corominas,
abuela se decía ‘avia’ (…) “es voz arriesgada, lanzada a los
caminos”, a “los avíos del
vivir”; “la palabra
abuela”: “palabra que se
llena y vacía”; “la
palabra mamá”: “masa de habla”, “decir
cifrado”.
Como Sócrates en el
Cratilo, se sostiene la
precisión natural de los nombres, la mímesis entre las palabras y
las cosas, aunque se termina admitiendo la equivocidad y
arbitrariedad de los étimos, el tamiz del tiempo y del movimiento,
la incidencia del deseo…
En relación a estas disquisiciones léxicas,
resulta oportuno observar un aspecto de la oralidad de la poesía de
Tatiana Oroño.
Su corpus poético no puede ser situado en ese
distrito de oralidad, ese reducto de la ‘poesía oral’, construida
sobre intertextualidades y que apela a las proyecciones del lenguaje
en otros registros, no el escritural, incorporando la voz –sus
modulaciones y entonaciones-, la acción, la gestualidad y otros
recursos corporales, para ocupar una zona circundante, performativa,
de la poesía. La suya es poesía para leer, en toda su dimensión
notacional –lo que incluye sus espacios, sus blancos, sus rebeldes
minúsculas, sus sangradas sangrías, la intimidad de la página
dibujada por su discurso-. Sin embargo, en sus lecturas públicas, la
puesta oral de su poesía adiciona una dimensión más a su palabra
escrita, resignificándola, adicionando signos, activando del
receptor otras qualia
sensibles, al resonar su clara voz didascálica en la melopea de
aquellas escansiones y etimologías.
En un registro o en otro, la poesía de Tatiana
Oroño cumple con el precepto mallarmeano: "Dar un sentido más puro a
las palabras de la tribu”.
Podría agregarse que también ‘da un sentido más
puro a los trazos de la tribu’. En efecto, en la última parte de
Estuario, la poeta se
entrega a la visualidad (dimensión estética de la visión): se
ofrenda a la poesía el ojo diestro en el arte plástico (y también en
el escénico, al reflexionar sobre
Meyerhold, de Pavlovsky,
evocando la poeta su último día de docencia, cuando anotó en la
pizarra del aula semejante
“vanguardia escénica de la primera mitad del siglo 20”, y años
después, cuando vio al actor Jorge Bolani, cerrando el círculo del
tiempo en “un escenario donde drena al parecer el padecer del mundo”).
De esa forma, busca
palabras y trazos en una ciudad donde, paradójicamente
-“el
habla desangrada”,
“inundados los ojos del relato”-,
“apenas / la poesía puede
tantear a ciegas”.
Es sumamente relevante y reconocido el trabajo
crítico y curatorial de Tatiana Oroño en relación a las artes
visuales. Con el ojo posado con delectación y vértigo -desde el
origen, desde la ‘lengua paterna’- en el arte plástico, su escritura
poética y ensayística se ocupa de ello: “Hay una estética de la vida
cotidiana que configura la existencia”, una “coordenada estética”
que se releva desde Baumgarten, relacionada con la ética, y que la
poeta advierte en la obra de José Gurvich en su sendo trabajo sobre
el destacado pintor constructivista lituano-uruguayo. Semejante
observación podría hacerse también sobre su propia actividad
estética, admitiéndose, con Fusillo, que la misma es actualmente,
pasados casi tres siglos de la acuñación del concepto y de la propia
disciplina, “la respuesta a unas necesidades cognitivas primarias”.
Esas necesidades cognitivas de amplio espectro
explican de alguna forma las relaciones entre crítica y creatividad
en la escritura de la poeta. Y, del mismo modo, se muestran en el
ejercicio retórico, a partir del lema horaciano
‘ut pictura poiesis’ (“canto
a la estructura de la pintura” E), desplegado en los poemas de
la última parte del libro, los que integraron el catálogo de la
muestra interactiva Joya x
Joya, y que aquí se transponen con una levísima revisión
(eliminando, como en todo el libro, las mayúsculas, creando nuevos
blancos, cambiando algunas cesuras).
Esos poemas, que miran y le hablan a la piedra, al
metal, la pluma, el engobe pre-hispánico y otros elementos que
componen las joyas, crean un “juego de intersecciones” entre el
objeto artístico y la palabra, “una exploración interdisciplinaria y
de género”, como señala la propia poeta en el texto del catálogo,
propiciando una zona de cruces de signos y categorías, una
transfiguración de la metáfora plástica en metáfora poética, y
viceversa.
El caudaloso río de
poesía de Tatiana Oroño llega hasta esta desembocadura. En un poema
de La piedra nada sabe se
preguntaba, en una especie de mayéutica:
“adónde
van las
cosas que no llegaron a destino”,
“las cosas
que no tienen solución”,
para concluir: “La poesía es
el lugar adonde van las cosas que no tienen solución. A buscarla.”;
entonces ella sigue
buscando, sigue navegando, porque ese poema se llama
“Elogio del camino”.
Julio, 2014
Tatiana Oroño: Morada móvil,
Artefato, Montevideo, 2004.
Tatiana Oroño:
Ce qu’il faut dire a des fissures / Lo que hay que decir tiene grietas, L’Oreille du Loup, Paris, 2012.
Tatiana Oroño: Tout fut ce qui
ne fut pas / Todo tuvo la forma que no tuvo, Ed. Autres Temps /
Les Écrits des Forges (edición bilingüe francés-español), Marsella,
Francia, 2002.
Tatiana Oroño: La piedra nada
sabe, Estuario, Montevideo, 2008
Tatiana Oroño: Ganar el pan de
las lenguas: Texto de la conferencia dicha en la Feria del Libro
de San José el 23 de octubre de 2013, en representación de la
Academia Nacional de Letras.
Tatiana Oroño
http://moradamovil.blogspot.com/
Tatiana Oroño: Discurso
poético e insilio: Juan Carlos Macedo. Academia Nacional de
Letras:
http://www.mec.gub.uy/academiadeletras/Investigadores/Orono/Discurso.htm
Tatiana Oroño:
Mañana, ¡levántese azul! José Gurvich: una paideia desvelada,
Fundación José Gurvich-Museo Gurvich-MEC, muestra y catálogo:
Montevideo, 2012.
Ricardo Pallares: “La piedra
nada sabe, de Tatiana Oroño, o la sabiduría del espejo”: Letras de
proximidad (Botella al mar/Academia Nacional de Letras,
Montevideo, 2011).
Amanda Berenguer:
Las nubes magallánicas, de Materia prima, en
Constelación del navío. Poesía 1950-2002, H Editores,
Montevideo, 2002.
Massimo Fusillo: Estética de
la literatura. Traducción de Francisco Campillo, La balsa de
Medusa/Antonio Machado libros, Madrid, 2012.
Primer
Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres, Instituto Goethe –
Museo Blanes , Casa de los Escritores del Uruguay, año 2003. Actas
recogidas en La palabra entre
nosotras, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2005.
Tamara Kamenszain: Historias
de amor. (Y otros ensayos sobre poesía). Paidós, Género y
cultura, Buenos Aires, 2000.
Exposición interactiva Joya x
Joya, de la que Tatiana Oroño fuera convocante y co-organizadora
(MNAV, 2008 -2009).
Diálogos de Platón, traducción y notas preliminares
de Juan Bergua Ediciones Ibéricas, Madrid, 1941.
*
Los libros a los que las citas pertenecen se indican
abreviadamente (datos completos al pie del texto).
Omito en las citas los espacios y los blancos y coloco en su
lugar barras oblicuas. Ello implica omitir también la
valoración de la expresividad del elemento gráfico, de
cierta configuración visual de algunos textos, en cuanto a
la disposición de los versos y de sus segmentos y a la
separación de unidades del verso con barras oblicuas que
hace la propia poeta, aspectos que han sido ampliamente
estudiados por el Prof. Ricardo Pallares en el ensayo
“La piedra nada sabe,
de Tatiana Oroño, o la sabiduría del espejo”, al que me
remito.
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