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STARGATE - RA - CIVILIZACIÓN - GENEALOGÍA
Genealogía
Mario
Maciel |
La fábula gestó un mundo, y desde
ella se desplegó la Historia que no se sospecha que encubre
una infamia. El origen acaba de descubrirse: un despotismo perverso
que, al revelarse, corrige la historia de la humanidad |
["Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. Poco
antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas
traza la imagen de su cara".J.L. Borges].
El director Roland Emmerich imagina al inefable Ra (en Stargate),
dios egipcio del sol, como un despiadado autócrata alienígena
que el tiempo de los terráqueos, equívocamente,
habría convertido en una divinidad paradigmática.
Más allá de las fronteras del espacio, en un planeta
de dunas saharianas, una brigada terrestre lo descubre después
de cruzar el umbral de una puerta estelar (stargate), imperando
sobre una caterva alborotada, sin lenguaje articulado que,
sin embargo, posee rasgos humanos.
Tenebroso personaje que bascula desde una sofisticada performance
tecno a un look primitivo soft-metal, Ra aparece rodeado por
estrafalarios custodios, leales esperpentos ensamblados en aleaciones
de insospechada maleabilidad. Estos hipogrifos, hábiles
lanza rockets, asesinos metamórficos, asexuados, travestidos,
están sin embargo, como Ra, condenados a una derrota ya
escrita:
son humillados por los nietos del futuro que descifran los jeroglíficos
cincelados en una de las siete maravillas del mundo -vaticinio
que les fue negado.
El futuro, la sinuosa línea que proyectó su propio
pasado,
les había alumbrado su inesperado verdugo. La fábula
gestó un mundo, y desde ella se desplegó la Historia
que no se sospecha que encubre una infamia. El origen acaba de
descubrirse: un despotismo perverso que, al revelarse, corrige
la historia de la humanidad: el endriago parido por
el descuido y la desmesura de una criatura megalómana,
alienígena parasitario, es la propia simiente civilizatoria.
Jeroglíficos, escritura, civilización: establecen
un tríptico siniestro que se cierra sobre sí mismo,
que se clausura en
su propio comienzo. En alguna parte de aquellas grafías
insondables, se esconde una incógnita, un enigma borgeano,
una mónada leibniziana, la orden genética que proveerá
los ingredientes para la fabricación de la explosión
megatónica que pulverizará la nave piramidal de
Ra.
A millones de años luz del planeta Tierra, en los vagos
recuerdos de este falso dios, en lo que fue accidente, azar,
necesidad, y sin que él siquiera lo adivinara, estaba
la raíz misma de esas invenciones que ya no controlará
y que terminarán con su existencia. El inventor cae víctima
del largo brazo de su propio descuido, y el hecho revela, más
que el origen miserable de la civilización, la curiosa
condición de los signos: su trayectoria es similar a la
de
las balas perdidas.
El origen acaba de descubrirse: un despotismo perverso
que, al revelarse, corrige la historia de la humanidad: el endriago
parido por el descuido y la desmesura de una criatura megalómana,
alienígena parasitario, es la propia simiente civilizatoria. |
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