Ya Gombrich en su canónica
Historia del arte, había empezado a ajustarle las cuentas a la Venus
de Botticelli. “Es tan bella –dice, no sin ironía, calculo- que no
nos damos cuenta del tamaño antinatural de su cuello, de la
pronunciada caída de sus hombros y del extraño modo en que cuelga
del torso el brazo izquierdo”.
Las observaciones de Gombrich
son, por supuesto, correctas. Y uno las agradece porque sí, en parte
vienen a explicar la sensación de extrañeza que produce el cuadro.
Porque, convengámoslo, somos varios los que ante El nacimiento de
Venus, uno de los íconos supremos del arte del Renacimiento y por
consiguiente del arte de Occidente, más que rendirnos ante la
belleza de Venus lo que tenemos es una sensación de extrañeza, de
que hay algo raro e indefinible en esa pintura, algo que estamos a
punto de aprehender, algo que tenemos en la punta de la lengua pero
que pasan los años y las esforzadas o casuales contemplaciones del
cuadro y no nos damos cuenta de qué es.
Sí, la cabeza, la cara es chica,
no guarda proporción con el cuerpo, parece importada de otro cuerpo,
de otro cuadro, y pegada torpemente sobre este reemplazando quién
sabe por qué a la que le era propia.
Y luego, dejando de lado ese
cuerpo torpemente desproporcionado, y la sensación de recorte y
pegue que da el contorno de la figura de Venus, con la línea
demasiado marcada, está el mar, con esas olitas rarísimas, tales que
parecen las escamas en el lomo de un monstruo marino. En realidad
todo el fondo parece antinatural, parece un telón de fondo. Parece
como si los tres elementos centrales –Zéfiro y la Aurora, Venus y la
Ninfa que le trae con qué vestirse- estuvieran en un proscenio,
plantados delante de un telón de fondo. Subraya esta sensación la
enorme concha de mar, de utilería, sobre la que Venus se presenta.
Faltan nomás los dulces acordes de un laúd y un clavecín, y las
exclamaciones de encantamiento con que las damas y los caballeros de
la corte de los Medici reciben la deliciosa representación. El
nacimiento de Venus parece la pintura de una representación
escénica.
A Georges Didi-Huberman también
El nacimiento de Venus le cae incómodo, se le atraviesa. En su Venus
rajada (Losada, 2007) comienza por despojar a la Venus de las
idealizaciones de origen literario, monumental, simbólico o
metafórico con las que se la ha revestido. Se queda con la mera
desnudez, y con esa sensación de extrañeza que produce el cuadro.
Luego recurre a unas bellas palabras del creador de la iconología,
Aby Warburg, para describir esa sensación de extrañeza: “es como si
(Venus) acabara de salir de un sueño y de despertar a la conciencia
del mundo exterior; y que, pese a volverse resuelta, activamente
hacia él, el influjo de las imágenes del sueño obsesionara aún su
mente”.
Belleza, Ensueño... la tercera
pata de la lectura de Didi-Huberman se llama Crueldad. Y
efectivamente la Crueldad comienza a comparecer cuando nos revela el
verdadero telón de fondo del mito del nacimiento de la diosa: su
nacimiento es consecuencia de la caída al mar de la genitalia de
Urano, castrado por su hijo Saturno. Entonces, con una pirueta de la
que sólo el pensamiento francés –y en particular el lacaniano- es
capaz, Didi-Huberman saca a Georges Bataille de la galera para
proponernos una “lectura” conjunta del cuadro de Botticelli con
Madame Edwarda, el relato de Bataille en el que los tres elementos
–Belleza, Ensueño y Crueldad- se conjugan y se anudan de manera
ejemplar.
Didi-Huberman finalmente nos
convence de la necesidad de ver el arte de Botticelli contra el
subtexto de lo horroroso cuando pasa a analizar las cuatro tablas
de Botticelli conocidas como Historia de Nastagio degli Onesti. La
imagen impoluta e idealizada del Renacimiento florentino –léase
Jacob Burckhardt o Kenneth Clark- se diluye definitivamente. No
volveremos a mirar la Venus de Botticelli con los mismos ojos.
Lectura recomendada, la del
libro de Didi-Huberman, para quienes sospechan que el arte siempre
se miran con los anteojos propios de la época del que mira, y que
romper la visión recibida para alcanzar la verdad de la obra es una
tarea tan inevitable como imposible, apasionante y enriquecedora.
* Publicado
originalmente en
www.montevideo.com.uy en agosto de 2008. |
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