Hace muchos años que tengo una admiración
particular por uno de los libros fundamentales de
Aldo Mazzucchelli, que es
Las ideas fijas (1993), seguramente una pieza inevitable
de la creación poética de una generación, y más aún. Un libro
abigarrado y complejo, atravesado por varios registros y por
distintas formas de poesía, pero que a la vez es esgrimido por
la notoriedad de una sola mano que todo lo zurce. Más de una
década después conocí Wisiwyg, un poemario que hace
confluir al impresionante poema largo “Catálogo de todas las
cosas” con “los yndios charrúas”, ese poema en el que Aldo
Mazzucchelli atraviesa el tiempo histórico para traerlo en
distintas voces y anacronías portadoras de densidad, en
distintos grados de ironía que ponen incluso cualquier idea de
nación patas para arriba, para dejar otra cosa en pie. Más viejo
es el recuerdo de los poemarios de los 80 y de sus apariciones
poéticas (también como traductor) en la revista Tranvías &
Buzones, que es la época sí, como observa Amir Hamed, de
Blaise Cendrars y de Salvatore Quasimodo, pero también
seguramente de Ferreira Gullar. Sobre todo es la época de un
poeta muy concentrado en cierta idea de composición, en una
vocación estética rigurosa y poco afecta a ciertas líneas o
concesiones dominantes de época, como cierto neopopularismo
crítico, o un decir ligado a la protesta social de exposición
más o menos evidente, o aun los avatares heredados de una
poética del lenguaje muy tematizada en esos términos. Había,
creo yo, un giro poético más radical que buscaba ligarse y
desligarse a su vez de los dominios de las circunstancias
mencionadas. Incluso, un movimiento que llega a Las ideas fijas
como juego a la superación de los lenguajes exclusivos, pero más
que eso, por cierto. Luego un silencio poético en libro de más
de diez años (que comprendo muy bien, yo voy por once), hasta
Wisiwyg, libro con el que compartimos un premio del MEC.
Ahora Aldo nos entrega Retahíla, un
volumen notable por distintas razones, entre ellas las menos
explicables (pero sí indudablemente experimentables) que son las
de la calidad poética extendida, que no solo rinden cuenta a los
procedimientos de creación sino a otras fenomenalidades
difíciles de reducir en breve y sin consideraciones discutidas.
Debo confesar que yo no había advertido la continuidad de esta
calidad llena de variaciones de la manera que ahora la advierto
en Retahíla. Este libro recoge 33 años de poesía de Aldo
Mazzucchelli. Y no es una mera muestra o antología, aunque
tenga, a la hora de una comparación más convencional, elementos
de ambas.
Una de los fenómenos más relevantes de la
experiencia de lectura me resultó el haber leído algunos de los
poemas “antiguos” dentro de este nuevo contexto con una atención
muy marcada sobre su elaboración y con una curiosa sensación de
actualidad. Este pliegue de la atención que el poema logra sobre
sí mismo (o que a uno le pasa o hace que le pase eso) junto a un
discurrir por fuera de un tiempo unidimensional, parece
responder a una manera singular de producirse esos nuevos
volcados del contexto, como en el caso de “Cabo Polonio, 1981”,
que a la vez que -rebasada en un punto la pátina del tiempo-
erige su valor y la reconfiguración entra en unas relaciones de
actualidad inéditas, dejando
que “El catálogo de todas las cosas” verifique en los
primeros seis versos de este poema de 1982 a uno de sus
precursores. Esa potencia enumerativa, que dice bastante sobre
el acto de establecer una retahíla de las cosas en el espacio y
en el tiempo (a la vez que el libro la elabora entre los
poemas), nos enseña una frecuencia de retornos y variaciones,
pero sobre todo una energía de la repetición que no repite, es
decir una energía que libera posibilidades cuyo enumerar
constituye uno de los atajos de su potencia y su apertura. Es
decir, creo, para referirme al título (y quizás a más que eso)
de uno de los poemas emblemáticos de Las ideas fijas, que
Aldo Mazzucchelli plantea una de las formas de resistir la
lengua muerta, de impedir que esa muerte prevalezca. Resituar
es, en definitiva, reinscribir, y reinscribir también es
reescribir.
¿Qué pensar?
Retahíla, como libro, revela esa
clase de orden y se resiste a la prepotencia de una historia
lineal de lo escrito, una historia construida por la sucesión
ordenada de fechas, como que el sujeto poético no fuera un juego
de salidas y de retornos diversos, con diferentes líneas de fuga
que hacen a la vivencia y a la estructura de mundo que lo funda
de continuo. Un sujeto volumétrico al fin de cuentas. Esa
organicidad se pierde aquí, o más bien, es socavada. Este cuerpo
del libro no se compone, entonces, de los órganos esperados,
cada cual en su sitio de origen, arreados por cierta función
selectivo-recolectiva. Ni orden cronológico de los poemas en el
libro, ni de los libros en el libro, ni de un orden temático que
todo lo tranquilice para así unificar, etc. Un texto fechado se
yuxtapone con otro también fechado. Aquí las fechas son la
primera sospecha que termina por ofrecer un concepto del tiempo
y de la creación. Datar, marcar, poner el año para entonces
negarlo en la sucesión no es inocente. Porque si un texto de
1983 coexiste en contigüidad con otro de 2005, también el pasado
y su futuro, por así llamarle, pierden, el uno su mera
reducción pretérita y el otro su limitación de posterioridad.
Es así que se expande, por ejemplo, en los dos mil y pico y en
las dos primeras partes el libro (Grima y Retahíla),
un jugo que no podía (no podíamos) exprimir en
los 80. Esto habla de una lúcida conciencia poética, de
una conciencia que sabe que el sentido de lo que se escribe en
un espacio de poesía será traspasado, porque es muchas cosas, pero sobre todo
es un acto de
resistencia al agotamiento en los límites de un tiempo. Creo que
cada determinante es parcialmente borrada por Aldo Mazzucchelli
en su Retahíla, y el resultado es una suspensión más
fuerte de la tesis del referente (o tesis del mundo), de la
exterioridad y los códigos con que otros discursos representan o
inventan. Esa suspensión, como digo más fuerte, parece casi
soñada, y, por ende, más potente, como en el magnífico y breve
poema “Abra de Perdomo”.
Creo que eso vuelve los poemas a una suerte
de condición fundadora, en que estos se dejan transportar porque
los contextos débiles
de la poesía (quién habla aquí, cuándo, dónde) te
permiten el transporte y nuevas absorciones, nuevas capacidades
de llenado que no están solo en una voluntad del lector sino en
las condiciones, como quiero sostener, del texto que leemos como
poético. Claro que es una manera de leer, pero las maneras crean
formas de vida. Yo encuentro en este trasiego la conciencia de
qué es poesía para Aldo Mazzucchelli. Parece decir: aquí no hay
contexto que mande y termine por cerrar el significado (no decir
cualquier cosas, sino cerrarlo). Al revés que las barra bravas y
los burócratas sin imaginación, al poema no le interesa quien
manda, sino cómo libera un porvenir de lenguaje.
He visto que estas devoluciones que van de
la estricta fecha al des-fechamiento originario, me recuerda la
notable devolución deseada de los primeros tramos del libro, en
que una imagen -“devolver el tango al campo”- a la que Amir
Hamed se refiere con acierto (“tanguez acriollada y
retelelogizada”), se convierte en una suerte de retorno a lo que
ha sido olvidado y a su vez resulta memoria, como si se tratara
de una naturaleza que se ha mostrado solapada en otro espacio
(la ciudad, sus orillas, sus distintos centros). Esa naturaleza
(no es esta poesía un discurso sobre los orígenes de algo) viene
a reponer el campo negado o anegado en los acordes, por así
decirlo, del bandoneón. Pero un bandoneón con aroma de vacas
entre las chilcas. En la poesía de Aldo Mazzucchelli este juego
al campo, a las sierras, a la naturaleza de la campaña, pero
también a la memoria de una posibilidad, digamos una posibilidad
abierta por Herrera y Reissig (sobre cuya obra Mazzucchelli es
notorio especialista) es un estado de productividad, de
interrogación alejada
del color local como color local, del paisaje como
paisaje, visto tal cual es y tal cual no es, por decirlo en
repentinos términos muy simples, pero que terminan por decolorar
las formas más fosilizadas de la representación poética del
paisaje, así como las no poéticas, si aceptamos la mirada como
giro que compromete el adentro y el afuera del texto poético.
Pero habrá que decir unas cuantas cosas más acerca de los
paisajes de esta poesía y de sus fulgurantes retahílas trazadas
en este libro, pieza principal de nuestra poesía.
* Ponencia leída en ocasión de la presentación del libro
Retahíla de Aldo
Mazzuccheli,el 17 de junio de
20015 en
Guaná y Paullier.
|
|