Las páginas que
siguen se dividen en tres partes.
La primera parte,
breve y densamente, considera (a) el vínculo indisoluble entre
ser hablante y ser sujeto (entendiendo por “sujeto” un espacio
de reflexión: de separación de sí y de avistamiento de uno desde
otro ángulo); (b) el imperativo político y pedagógico de
emancipar propiciando el acceso a mundos de sentido
antes inimaginados; la ventajosa ocasión que, en tanto
reflexión, ofrece la reflexión metalingüística.
La segunda parte
propone (a) considerar la dicotomía saussureana (lengua y habla)
reformulada por Eugenio Coseriu; (b) analizar una serie de
ejemplos provenientes de Francisco Espínola y de
Gustavo
Espinosa; (c) calibrar, en qué medida, la tripartición
elaborada por Eugenio Coseriu permite una lectura más fina sobre
la lengua y sobre el discurso.
En la tercera parte,
luego de las conclusiones, se propone una selección de citas de
Eugenio Coseriu.
1)
“Aprender a leer”:
esta podría -debería- ser la fórmula más resumida y más
ambiciosa de las
clases de Idioma Español, por no decir de la enseñanza, desde
Primaria hasta (incluida) la Universidad.
Este vasto y
exaltante programa es propiciado por la posición en que nos
coloca el lenguaje: por la posición de sujeto que despliega una
palabra propia, forjándola en la lidia con la palabra ajena:
parafraseándola, tergiversándola, matizándola, resumiéndola,
expandiéndola, acercándosele, alejándose, negándola.
La construcción del
sujeto -la construcción de una posición de sujeto- gracias a esa
inscripción individual en un orden discursivo que nos abarca y
nos desborda nunca consiste en una mera repetición, sino que
siempre supone algún grado de reflexión: de alejamiento y de
vuelta a la palabra de los otros.
Se trata entonces de
que esa reflexión sea rica y compleja, sutil y elaborada, para
habilitar así posiciones de sujeto más propias, más singulares,
más emancipadas, menos enajenadas en la palabra ajena.
Los profesores de
Idioma Español tienen a su disposición un saber formidable,
amasado a través de los siglos, un saber que tiene por objeto la
lengua y el discurso: el saber metalingüístico. Explícitamente,
el prefijo “meta” de “metalingüístico” declara que se trata de
una reflexión, de un separarse del lenguaje para volver a él,
movimiento que provee de un nuevo conocimiento, de una nueva
manera de entender.
Por esto, el saber
metalingüístico es pura reflexión, es ejercicio puro de toma de
distancia y de consideración del sentido, desde otro lugar. Por
esto, la reflexión sobre las palabras propicia el advenimiento
de sujetos, es decir, de individuos lo bastante autónomos como
para saber que dependen de la reflexión.
Sin ninguna duda, la
reflexión metalingüística no se reduce a los conocimientos
gramaticales, sino que los incluye sin agotarse en ellos.
También, sin ninguna
duda, la reflexión metalingüística dista de ser un campo
homogéneo, sino que consiste en tradiciones y en perspectivas
variadas y disonantes, con presupuestos diferentes y, sobre
todo, con repercusiones políticas distintas. (Por cierto, estoy
entendiendo “política” en su sentido más noble: en su
indiferencia a partidos y elecciones, y en su preocupación por
la emancipación intelectual.)
2)
A mi modo de ver, la
reflexión saussureana, tal como la reformula Eugenio Coseriu,
resulta particularmente favorable para mostrar cómo lo inédito,
o lo condenado, se produce regulado por lo ya dicho, que a su
vez se sostiene en un conjunto de constricciones abstractas.
Igualmente, la reformulación de Saussure que realiza Coseriu, al
permitir identificar lo inédito o lo condenado, también permite
en cada caso analizarlo, juzgar sus bondades y sus desventajas.
En efecto, téngase
presente la distinción saussureana entre “lengua” y “habla”.
Mientras la primera es la pura virtualidad, existente en una
comunidad, de un conjunto de diferencias en estado de permanente
disponibilidad, la segunda es la puesta en funcionamiento, la
concreción de esa disponibilidad, su realización en un tiempo y
en un espacio singulares por un individuo singular.
Téngase también
presente la vuelta de tuerca que imprime Coseriu, al separar en
la “lengua” saussureana el carácter sistemático (puramente
diferencial, funcional) del carácter social (institucional,
tradicional).
Recuérdese la
tripartición resultante, juego de inclusiones sucesivas, en que
la parte más abstracta es contenida por la medianamente
abstracta que es contenida por la menos abstracta, mientras que
la menos abstracta es autorizada por la más abstracta[1].
Para Coseriu, el “sistema” es la instancia m��s abstracta, dado
que se trata de un conjunto de vías abiertas -de un estado de
disponibilidad- que permite ciertos encadenamientos, ciertas
concatenaciones gobernadas por la oposición y la diferencia. El
“sistema”, según Coseriu, tiene tal grado de abstracción que es
independiente de cualquier idioma particular, puesto que
relaciones semejantes (por ejemplo, las relaciones entre verbo y
adverbio) pueden realizarse de diferente manera (“no voy más” y
“non vado più” pero “nu mai merg” y “ich gehe nicht mehr,”[2])
según los idiomas. La “norma”, tal como la entiende Coseriu,
implica un grado menor de abstracción, y no es de índole
funcional, opositiva, diferencial, sino que tiene un carácter
exclusivamente social, tradicional, institucional: es norma todo
aquello que sea de uso constante, en una comunidad,
independientemente de su funcionalidad y fuera de cualquier
juego de diferencias. Finalmente, el “habla” es la instancia
menos abstracta, es el acto de habla singular, histórico, es la
palabra proferida por un sujeto, en un lugar y en un tiempo
particular.
(Obsérvese: a) la
“norma” de Coseriu poco y nada tiene que ver con la norma de la
corrección académica que, en todo caso, puede ser “norma” en el
sentido de Coseriu siempre y cuando constituya un uso constante;
b) “la” norma de Coseriu puede ser “las” normas, puesto que en
la misma comunidad de hablantes pueden coexistir varias normas
(varios usos constantes) distintos; c) “sistema”, “norma” y
“habla” no son el nombre de tres cosas diferentes, sino que son
el nombre de tres perspectivas -de tres maneras de considerar-
un objeto de estudio.)
Estas tres instancias
-“sistema”, “norma” y “habla”- se verifican, para Coseriu, en
todos los niveles de análisis de un idioma: la tripartición es
verificable en cada uno de esos niveles.
2.1.)
En el plano fónico
Veamos un ejemplo en el nivel fónico: en español, contrariamente
a otros idiomas, la oposición entre la vibrante múltiple y la
vibrante simple es constitutiva de su sistema. Tenemos entonces
la oposición entre <carro> y <caro>, <barra> y < vara>, etc.
Ahora bien, en el sistema que constituye al español, esa
oposición entre vibrante simple y vibrante múltiple solo sucede
en la posición intervocálica. En otras posiciones, por ejemplo,
en posición inicial o en posición final, la realización como
vibrante múltiple o como vibrante simple no tiene ninguna
consecuencia en el significado. Podemos pronunciar <comer> o
<hablar> con una vibrante múltiple al final, pero eso no
cambiará su significado, como sí cambia en <carro> y <caro> o en
<parra> y <para>. Semejantemente, podemos pronunciar <ruso> o
<rojo> con una vibrante simple, pero no por eso cambiará el
significado de <ruso> o de <rojo>. Sin embargo, a pesar de la
absoluta ausencia de funcionalidad de la oposición entre
vibrante simple y vibrante múltiple al inicio o al final de
palabra, sin embargo, a pesar de que no hay ninguna diferencia
que esté actuando en posición inicial o final, sin embargo
sucede que siempre realizamos al inicio una vibrante múltiple
(<ruso>, <rojo>) y al final una vibrante simple (<comer>,
<hablar>). Esto es lo que Coseriu llama “norma”: un uso
constante que ninguna funcionalidad justifica, aunque sí esté
justificado por una tradición, por una transmisión, por un
mandato social. ¿Por qué realizamos como vibrante múltiple la
consonante inicial de <ruso>, siendo que sería lo mismo si la
realizáramos como vibrante simple? Por pura tradición, porque
así nos fue transmitido, porque así lo oímos.
2.2.) En el plano morfológico, léxico,
sintáctico
Análisis comparables
pueden realizarse en lo morfológico, lo léxico y lo sintáctico.
Véanse estos ejemplos
de Francisco Espínola:
(1) Afuera, el cielo
parecía enloquecido. Víboras de fuego mordían el nuberío como
para abrirse paso huyendo de los truenos que las traían
cerquita. (“Cosas de la vida” p. 31)
(2) La pobre se
hallaba arriba de una cama, con las ropas empapadas que se le
pegaban a las carnes firmes, más duras aún por la muerte, la que
las aprieta primero y, después, las va aflojando, aflojando,
hasta que las acaba dejando el hueserío, al que también le llega
el turno. (“María del Carmen” p. 21)
En (1), el corrector
ortográfico de la computadora subraya con rojo “nuberío”. ¿Por
qué? ¿Acaso un lector que sepa español no entiende “nuberío”?
Claro que se entiende, y se entiende por analogía con otros
términos del español: “nuberío” es a “nube” lo que “pobrerío” es
a “pobre”, o “caserío” es a “casa”, o “gentío” es a “gente”.
Dicho de otro modo, ahí hay una relación analógica que hace al
sistema del español, ahí hay una vía abierta que es posible
transitar. Entonces ¿por qué el corrector electrónico lo marca
con rojo? Porque si bien “nuberío” es una palabra perfectamente
formada -acorde con el sistema de la lengua española, puesto que
sigue una vía que constituye a ésta-, sin embargo, no constituye
norma, no es de uso constante de ninguna comunidad de hablantes,
sino que es un acto de habla inédito, no solo singular sino
inédito, original, de Francisco Espínola.
Naturalmente, Paco
Espínola podría haber escrito “el cielo nublado” o “el montón de
nubes” o “las muchas/abundantes/numerosas/nubes”; en ninguno de
estos casos, el corrector ortográfico de la computadora hubiera
censurado la elección. Sin embargo, el efecto no hubiera sido el
mismo: se habría perdido la singularidad del combate entre las
“víboras de fuego” y el “nuberío”, se habría perdido parte de la
fuerza de la escritura de Espínola, que logra presentar bajo un
ángulo inédito el conocido espectáculo de la tormenta. Como si
el estreno de una palabra correspondiera al estreno de un estado
del mundo.
En (2), el corrector
admite sin subrayar, “hueserío”, formado sobre el mismo tipo
sintagmático (la expresión es de Saussure), sobre la misma
relación analógica que “gentío” y “nuberío”. En este caso, se
interpretará que “hueserío” forma parte de un uso constante, por
lo que integra el diccionario de la computadora, que no censura
su ocurrencia. Naturalmente, el empleo que realiza Paco Espínola
de “hueserío” puede ser analizado y comentado, ya que nada
impedía que Paco escribiera “montón de huesos” o “los huesos”.
Quizás deba entonces vincularse el singular que permite
“hueserío” con la elaborada sintaxis empleada (el hueserío acaba
dejando a las carnes firmes, antes de que, a su vez, le llegue
el turno), en que “la muerte” y “el hueserío” atacan a “las
carnes firmes”, una apretándolas y el otro abandonándolas.
Igual censura del
corrector electrónico recibe Espínola en (3) y (4):
(3) Todos se fijaron
en Liberata, quien cerraba los ojos y fruncía la boca como
diciendo:
-¡Caso perdido! ¡Está mamadazo! (“Pedro Iglesias” p.7)
(4) En camisa, se
veían sus piernas hasta la rodilla y parte del pecho de
abultados senos.
-¡Preñadaza! – observó. (“Cosas de la vida” p. 31)
Sin duda alguna, una
de las vías abiertas que hacen al idioma español permite agregar
el sufijo “-azo” a sustantivos y adjetivos, produciendo un
efecto aumentativo. Por analogía, entendemos entonces que “mamadazo”
es a “mamado” lo que “buenazo” es a “bueno”, o “golazo” es a
“gol”, o “amigazo” es a “amigo”. Algo semejante sucede con “preñadaza”,
solo que en este caso, como el estado de preñez no suele
cuantificarse (solo se cuantifica su avance en el tiempo) el
efecto humorístico es mayor. En sentido estricto, un gol tampoco
puede ser aumentado (el gol es contable pero no es
cuantificable), sin embargo, suele decirse “golazo”,
contrariamente a “preñadaza”, que no suele decirse.
Entonces, la diferencia que presentan “golazo” y “preñadaza” no
es explicable por la realidad de las cosas (en el mundo de las
cosas, un gol es tan poco cuantificable como una preñez), ni es
explicable por el “sistema”, dado que el sistema del español
incluye esa vía de formación de palabras, sino que se trata de
un asunto de “norma”, de uso constante: existe el uso constante
de “golazo”, no existe el uso constante de “preñadaza”[3].
Por cierto, un
análisis similar puede realizarse para otras categorías léxicas.
Véase este ejemplo de Gustavo Espinosa:
(5) Pero la parienta
de mamá había sido trasladada de allí, y solo pudimos merodear
los muros largos del caserón del Prado, sobre los cuales ya no
asomaban tilos ni otros árboles. (p. 122)
En este caso, el
corrector electrónico no subraya nada, a pesar de las muchas
discusiones que suele haber en torno a algunos sustantivos
terminados en “-ente”. Se sabe que existen detractores y
defensores de “la presidenta/la intendenta” y de “la
presidente/la intendente”. No obstante, el sistema de la lengua
española, al igual que el del idioma francés, parece haber
zanjado la cuestión hace tiempo, haciendo alternar, sin levantar
polvareda, “regente/regenta”[4],
“sirviente/sirvienta”, “cliente/clienta” (o “régent/régente”, “servant/servante”,
“client/cliente”). ¿Entonces a qué se debe el rechazo despertado
por “presidenta/intendenta”? Pues se debe a un asunto de norma,
de disposición o de indisposición a admitir un empleo que,
permitido por el sistema, sin embargo no integra ninguna norma
constante. En una situación así, la respuesta solo puede ser
individual y tributaria de cómo resuena la novedad en los oídos
propios. Así, habrá quienes acepten como normal formas como
“parienta”, “sirvienta” y “clienta” pero rechazarán “presidenta��
o “intendenta”; seguramente, muchos más rechazarán “amanta” o “naveganta”,
a pesar de estar todas por igual perfectamente formadas. En (5),
el uso de “parienta” que hace Gustavo Espinosa no corresponde a
ninguna creación original, sino que sigue una norma que coexiste
con otra, como sucede en el ejemplo (6):
(6) Pero de todos
modos, yo no sabía, ni iba poder averiguar en aquella
entrevista, cuál era el tono, cuáles las palabras que debían
usarse y cuáles las que debían ser evitadas. Ignoraba en qué
tipo de canalla había mutado el petiso. (p. 161))
En (6), “ni iba poder
averiguar” es un sintagma perfectamente conforme con el sistema
de la lengua española, en donde se opone a “ni íbamos poder
averiguar”, “ni podríamos averiguar”, “ni iba poder olvidar” y
un etcétera largo por el que discurre todo el sistema, en su
oposición a “ni iba poder averiguar”. Sin embargo, el autor
emplea aquí una norma (sin preposición “a”) que no coincide con
la norma de la corrección académica (“ni iba a poder
averiguar”). ¿Qué significa, en este caso, la ausencia de “a”?
Simplemente significa que, para el sistema, su presencia (o su
ausencia) es no pertinente, es indiferente. También significa
que en español, hoy en día (en realidad, desde hace mucho
tiempo), para el futuro perifrástico coexisten
dos normas, una con preposición y otra sin preposición,
una que plasma la norma de la corrección académica y otra que
plasma una norma menos formal, más desenfadada: “No te va
gustar”.
Lindando y a veces
confundiéndose con los casos en que están en juego dos normas,
una de las cuales puede ser objeto de una condena explícita, se
sitúan las creaciones, los actos de habla inéditos, originales.
En (6) aparece un uso de “mutar” -“en qué tipo de canalla había
mutado el Petiso”- que traslada ese verbo del discurso de las
ciencias naturales -la mutación de las especies- al discurso
moral. De esta manera, donde el lector espera “en qué tipo de
canalla se había convertido/transformado el Petiso”, el autor
escribe “había mutado”, jugando con la norma, con los usos
constantes y, en consecuencia, esperables. Esto acarrea
consecuencias en el plano del significado, puesto que el paso de
lo moral (“transformarse/convertirse en un canalla”) a lo
biológico (“en qué tipo … había mutado…”) solo puede tener un
efecto animalizador del Petiso de marras.
Un juego comparable
se encuentra en (7):
(7) […] Susanita
Queirós, aquella morocha de la Juventud Nacionalista que después
iba a terminar convirtiéndose en australiana. (p. 20)
Sin duda, no suele
decirse “convertirse en australiana” ni “terminar convirtiéndose
en australiana”; sí es norma decir “hacerse australiana” y
“convertirse en musulmán/cristiano/una persona
maniática/simpática”, etc. El cruce de normas -de maneras de
decir- que realiza Espinosa, confiere al personaje de Susanita
Queirós un matiz que estaría ausente si simplemente se hubiera
dicho “se hizo australiana”: como si para este personaje, el
adquirir la nacionalidad australiana, menos que un cambio
jurídico, representara una transformación íntima, comparable a
una conversión religiosa …
Reparemos en la
variedad y en la riqueza de los juegos con la norma que, en el
plano morfológico y en el plano sintáctico, realiza Gustavo
Espinosa en Las arañas de
Marte. Véase (8):
(8) Cuando lo [a
Jürgen Habermas] vi, una tarde de luz destruida en Lund,
guturando su alemán roto para una rubia simultánea que pasaba
todo al sueco, no pude dejar de acordarme de aquel verano en el
barrio Olimar, de Román Ríos, del petiso Simonetti y de Viali.
(p. 19)
Previsiblemente, en
(8), el corrector electrónico señala con rojo “guturando”. Se
trata de un verbo que comprendemos por analogía: “guturando” es
a “guturar” lo que “bailando” es a “bailar” y, a su vez, “guturar”
es a “gutural” lo que “triunfar” es a “triunfal” o “testimoniar”
es a “testimonial” u “orientar” es a “oriental”[5].
En ese sentido, “guturando” forma parte del sistema de la lengua
española, de la misma manera que “triunfando”, “testimoniando”,
“orientando” o “bailando”. Sin embargo, no forma parte de
ninguna norma, no forma parte de ningún uso constante, sino que
se trata de un acto de habla no solo singular, como lo es todo
acto de habla, sino también inédito, original: una creación de
Gustavo Espinosa. Sin duda, el autor podría haber escrito
“hablando en su alemán gutural” o “hablando guturalmente” aunque
se habría perdido
una de las varias hipálages que se encuentran en ese mismo
ejemplo (8).
Véase “alemán roto” o
“rubia simultánea” o “luz destruida”: estos adjetivos no suelen
aparecer junto a estos sustantivos. En el sistema del español,
nada impide que el adjetivo “roto” califique a “alemán” o que el
adjetivo “simultánea” califique a “rubia” o que “destruida” se
diga de “la luz de la tarde”; sin embargo, no existe un uso
constante de tales sintagmas, sino que son creaciones inéditas y
originales de Espinosa. ¿Qué comparten “guturando”, “alemán
roto” y “rubia simultánea”? Los tres son actos de habla inéditos
que juegan con la ausencia de norma (de uso constante) y con una
especie de corrimiento en la atribución del adjetivo (hipálage).
Así, “roto” no es el
idioma alemán, sino el labio leporino de Jürgen Habermas;
“simultánea” no es la traductora rubia, sino su interpretación;
la “guturación” no es de Habermas sino del idioma alemán; lo
“destruido” no es la luz de la tarde, sino quizás el ánimo del
narrador exiliado en Lund, en el sur de Suecia.
(Insisto: obsérvese
que no se trata de la realidad de las cosas, no se trata de cómo
son (o se supone que son) las cosas. Obsérvese que suele decirse
en español “una tarde de luz mortecina”, “una tarde de luz
débil”, ambos sintagmas constituyen normas, son de uso
corriente. En cambio, no suele decirse “una tarde de luz
destruida”, sin que el impedimento radique en el mundo referido,
que sí admite “una tarde de luz mortecina”... Simplemente, “una
tarde de luz destruida” no es norma.)
De hecho, dada la
abundancia de ejemplos, puede pensarse que el juego con la norma
sintáctica -“norma” en el sentido que le da Coseriu, una
concatenación de palabras usada de manera constante- es un rasgo
estilístico de la escritura de Gustavo Espinosa. Veamos:
(9) Me dio un abrazo
flojo y largo, mientras seguía ponderando la sabiduría divina,
exclamando en un español plastificado de locutor de CNN, que
aquello era un pequeño milagro de los que no deja de ofrecer,
día a día, el salvador del mundo. (p. 160)
(10) Los últimos días
de la Broche de Oro en Treinta y Tres (no sé si habrán sido dos
semanas o tres meses), narrados en el castellano transgénico del
pastor Simonetti, te rendirán -creo- buenos frutos. (p.163)
Tanto “español
plastificado” como “castellano transgénico” constituyen dos
sintagmas perfectamente habilitados por el sistema de la lengua
española, aunque no constituyan norma, uso constante. Sí se
dice, en cambio, “español/castellano artificial”, o
“español/castellano afectado” o “español/castellano neutro” o
“español/castellano poco natural” o “español/castellano
artificioso”, etc. ¿Qué agrega “español plastificado”? Agrega la
sorpresa de un uso inédito con respecto a la norma y junto con
esto agrega una nota humorística, en que el “español” del pastor
Simonetti ni siquiera es de plástico, sino “plastificado”, y en
ese sentido comparable a “piso plastificado”, “credencial
plastificada”, etc. En cuanto a “castellano transgénico”, éste
apartamiento del uso constante acarrea las sospechas y los males
asociados a “semillas transgénicas” o “planta transgénica”.
Análogamente, en
(11), el “ronquido” del ómnibus que “engordaba en la oscuridad”,
juega a devaluar al ómnibus, de cuyo motor suele decirse más que
“ruge” que que “ronca”; así
como suele decirse que el “ronquido/rugido
crece/aumenta”, pero no suele decirse que “engorda”:
(11) Antes de ver las
luces, mientras el ronquido del GM engordaba en la oscuridad,
ensayé el gesto de tender la mano para detenerlo. (p. 131)
Véase también cómo
Espinosa juega con dos normas léxicas -dos usos constantes-, al
oponer “coiffeurs” y “peluqueros”:
(12) Los mayores
usábamos aquellos peinados modelados por los coiffeurs, que
habían empezado a sustituir a los peluqueros. (p. 87)
En (12), el narrador
simula creer que hubo una sustitución de un oficio por otro, y
afectando candidez muestra que se produjo la aparición de otra
norma: muestra la existencia de dos usos constantes, cuando se
nombraba a quienes ejercían tal oficio.
Véase qué interesante
lo que se lee en (13):
(13) No me resignaba
a haber sido tachado tan rápidamente, como por un electroshock
exacto. (p. 164)
Llama la atención
“electroshock exacto”. Es esperable que un electroshock lo sea,
aunque por cierto no siempre lo han sido. Sin embargo, no suele
decirse “electroshock exacto”, sin que, para eso, medien
impedimentos en el sistema de la lengua española. De ahí ese
curioso efecto, en que “electroshock” queda asimilado a
“disparo”, por lo que el recurso terapéutico queda nombrado como
un acto letal.
(Google es un buen
indicador de norma, en el sentido de Coseriu. Si uno busca
“electroshock exacto”, Google encuentra cero ocurrencias; si uno
busca “disparo exacto”, Google ofrece alrededor de 1800.)
Véase también en (14)
este curioso apartamiento de la norma, que da lugar a una suerte
de asordinada reflexión sobre la relación vida/literatura:
(14) Al llegar,
aquella primera vez, no vi la ventana más importante de mi
biografía: un cuadrado de tabla ciega del lado de la selva. (p.
38)
El uso constante es
“la X más importante de mi vida”, en que “X” no suele ser
“ventana” sino “momento”, “persona”, “situación”, “emoción”,
“sorpresa”, “día”, “relación”, etc. En el episodio que el
narrador viene contando, efectivamente, esa ventana fue
decisiva, ya que por ella pudo escapar, cuando las fuerzas
represivas durante la dictadura llegaron hasta su casa en el
linde del monte. Gracias a esa fuga, evitó la cárcel y se exilió
en Suecia. Sin embargo, en análoga situación, no suele decirse
que esa fue “la ventana más importante de [su] vida”, sino que
se dirá que fue “el momento/circunstancias/corrida/ más
importante”. Igualmente, no suele decirse “más importante de mi
biografía”, sino de mi “vida”, por más que, al decirlo, uno ya
esté incursionando -de entrecasa, en el ámbito privado- en el
relato autobiográfico.
Dicho de otro modo,
gracias a ese gracioso dribleo con los usos constantes (“día más
importante de mi vida” y “ventana más importante de mi
autobiografía”), se despliegan una serie de preguntas sobre la
relación entre “vida” y “biografía”, o sobre el hecho de que la
“vida” es siempre una narración, una versión de la vida.
Concluyo esta segunda
parte, dejando a consideración de los lectores esta serie de
ejemplos de Gustavo Espinosa:
(15) Supuse que, al
dármelo, el trovero simplemente estaba clausurando su episodio
lacrimal, que yo debía opinar sobre algún asunto laboral de
métrica o de acordes que allí estarían señalados. (p. 74)
(16) Por supuesto que
exageraba el maquillaje exagerado de los setenta: la base, el
colorete, la sombra y el rímel desencontrados y sensacionales.
Sin embargo, sus ojos de gata de almanaque barato, que
correspondían (aunque yo no hubiera leído a Baudelaire en 1974)
al olor de jazmín y laguna negra del barrio Olimar, se tragaban
en silencio toda la pinturería estruendosa de la cara, junto con
los reflejos de las nueve lamparillas. (p.18)
(17) También apareció
desde bajo la cama un par de botas de goma que le llegaban hasta
las rodillas. Así, de camisilla, enlutado de short, paraguas y
botas, se aventuró a cruzar la chacra. (p. 102)
Y estos otros de
Francisco Espínola:
(18) – A conciencia
tranquila, buen ap…et…ito. El hipo le picoteó la palabra.
(“Pedro Iglesias” p.6)
(19) Y lo buscaban
inútilmente, cuando Liberata volvió hecha un asombro. (“Pedro
Iglesias” p.8)
(20) Entre las
piedras ardiendo, el lagarto juntaba sol, inmóvil, despatarrado.
(“Pedro Iglesias” p.10)
3)
A mi modo de ver, la
tripartición que establece Coseriu no solo permite intentar
rendir justicia a la fineza y a la enjundia de los escritores
estudiados sino que, sobre todo, simultáneamente permite una
reflexión sobre la lengua y sobre el discurso, una reflexión
ajena tanto del autoritarismo de lo unívoco (esto es así y solo
así) como al laxismo de la indiferencia (esto es de cualquier
manera, según cada uno).
En efecto, esta
tripartición permite identificar parcelas del sistema analógico
que constituye a la lengua. Se abre así el campo del juego con
lo posible, con lo virtual, con la disponibilidad: “desennoviarse”
es posible, porque “desennoviarse” es a “ennoviarse” lo que
“desencantarse” es a “encantarse” y “desengañarse” es a
“engañarse”. Sin embargo, entre el plano de lo virtual (de lo
posible, de la vía abierta) y el plano de la realización
singular, se encuentra el plano de las normas (de los usos
constantes, de la tradición que mandata). Aquí el sujeto
hablante se constituye como tal, en su posicionamiento con
respecto a ese discurso que lo envuelve, y en el cual debe
desenvolverse.
A sabiendas, con
malicia, con altas aspiraciones o con rutinario automatismo, sin
saber y sin querer saberlo, con maniática voluntad analítica:
como sea, pero tomamos posición con respecto a las normas que se
nos imponen.
La tripartición de
Coseriu, en la clase de Idioma Español, ofrece la posibilidad de
comprender las normas “dijieron/dijeron” y, eventualmente, la
superioridad de una con respecto a la otra, como las sutilezas
de un Espinosa que arma su juego entre “la cosa más importante
de mi vida” y “la ventana más importante de mi autobiografía”, o
la agudeza Espínola, que juega con un lagarto que “junta/toma
sol”.
Extractos de Coseriu:
Ahora, también por lo
que concierne a la derivación, la norma escoge, fija y opone las
variantes. Así, por ej., para el femenino de los nombres de
agente en –tor, el
sistema proporciona las posibilidades –tora
y –triz, pero en la
realización normal esos modelos se oponen y se diversifican: la
norma prefiere actriz
y directora, reservando actora
para el derecho y
directriz para la geometría (con lo cual dos variantes
intercambiables se vuelven unidades distintas). Así, también, la
norma admite la oposición
maestro/maestra, pero no
la oposición ministro/ministra;
prefiere oyente a oidor,
navegante a
navegador; y la misma norma limitada que permite
estudiante/estudianta, presidente/presidenta
no admite navegante/naveganta ni amante/amanta,
es decir, que realiza sólo parcialmente el sistema. [p. 79] Por
otra parte, ¿no son de ese mismo tipo la mayoría de las
innovaciones poéticas? ¿no son casi siempre violaciones o
ampliaciones de la norma,
permitidas por el sistema?
(p. 63) La labor
espiritual del individuo hablante consiste, justamente, en la
aplicación original del sistema, dentro y fuera de lo permitido
por la norma, y la labor espiritual de una comunidad se
manifiesta en la norma misma, mientras que el sistema es algo
como el lugar donde ocurren la norma y el hablar concreto. En su
actividad lingüística, el individuo conoce o no conoce la norma,
y tiene mayor o menor conciencia del sistema. Al no conocer la
norma, se guía por el sistema, pudiendo estar o no estar de
acuerdo con la norma (creación analógica); conociéndola, puede
repetirla dentro de límites más o menos modestos de expresividad
o rechazarla deliberadamente e ir más allá de ella, aprovechando
las posibilidades que le pone a disposición el sistema. Los
grandes creadores de lengua -como Dante, Quevedo, Cervantes,
Góngora, Shakespeare, Puškin- rompen conscientemente la norma
(que es algo como el “gusto de la época” en el arte) y, sobre
todo, utilizan y realizan en el grado más alto las posibilidades
del sistema: no es una paradoja, ni una frase hecha, decir que
un gran poeta “ha utilizado todas las posibilidades que le
ofrecía la lengua”. En ese sentido, podemos repetir con Humboldt
y Croce que, en realidad, no aprendemos una lengua, sino que
aprendemos a crear en una lengua [p. 99] (Eugenio Coseriu,
“Sistema, norma y habla” [1952],
Teoría del lenguaje y
lingüística general, Madrid: Gredos, 1962.)
Bibliografía:
Authier-Revuz, Jacqueline.
Coseriu, Eugenio.
“Sistema, norma y habla” [1952],
Teoría del lenguaje y
lingüística general, Madrid: Gredos, 1962.
Espínola, Francisco.
Cuentos Completos, Montevideo: Banda Oriental, 1980.
Espinosa, Gustavo. Las arañas de Marte [2011], Montevideo: Banda Oriental, 2013.
Notas:
[1]
La tripartición según grados de abstracción que realiza
Eugenio Coseriu es comparable con la que realiza
Jacqueline Authier-Revuz, en su análisis del campo de la
representación del discurso otro. Authier
también plantea: (a) una instancia absolutamente
abstracta, descarnada y desprovista de significantes,
solamente compuesta de rasgos que significan por
diferencia opositiva (por ej., solución integrativa de
los diferentes anclajes enunciativos, en el discurso
indirecto) (b) una instancia menos abstracta, encarnada
en significantes organizados según formas sintácticas
(por ej., verbo de decir + objeto directo o complemento
preposicional en el discurso indirecto): “Dijo que
venía”, “Anunció su retornó”, “Hablaron de cine” ) y (c)
los actos de habla singulares, históricos (por ej., “Al
acercarse, la señora le recomendó que se comportara
bien, […]”, discurso indirecto, Francisco Espínola, “Lo
inefable”, Cuentos
completos,
Montevideo: Ediciones de Banda Oriental, 1980,
p.65).
[2]
En rumano, la realización es según el orden: “no más
voy”; en alemán: “yo voy no más”.
[3]
Véase la productividad de esta vía, a partir de nombres
propios y para nombrar acontecimientos políticos:
“Paritarias: entre el Rodrigazo y el Cristinazo” (Clarín.com, 21/I/2013), en que se establece la analogía “Bogotazo es a
Bogotá lo que Cordobazo es a Córdoba y Cristinazo es a
Cristina.
[4]
Naturalmente,
en este caso, es imposible no pensar en
La Regenta, la
gran novela decimonónica española, escrita por Leopoldo
Alas “Clarín”.
[5]
Recuerdo aquí que la analogía actúa en sincronía, por lo
tanto, la cuestión de precedencia diacrónica carece de
pertinencia. Mutatis mutandis, cf.: “¿Por qué decir que
s sánscrita
“se vuelve” ç
en tales circunstancias (y estamos dejando completamente
de lado la gran interrogante planteada por los términos
“se vuelve”) en lugar de inversamente decir que
ç sánscrita “se vuelve” s
en tales otras circunstancias? […] Si realmente queremos
atenernos a un estado de lengua dado -y si no nos
atenemos nos quedamos sin ningún terreno definido- no
puede decirse que el término α es reemplazado por el
término β (o transformado en el término β) ni puede
decirse lo inverso […]”
(Ferdinand de Saussure, “De l’essence double du langage”
Écrits de linguistique générale, pág.59, París : Gallimard, 2002)
* Publicado originalmente en
Arquías No. 1, 2014, Montevideo: ANEP-CFE-DDE-SED