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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



COLGADO - COLGADO - COLGADO - COLGADO (en mayusculas cuerpo 3)

Título del artículo en cuerpo 5 bold

Nombre Apellido (Mayús.- min. en itálica cuerpo 31

La resistencia a la literatura se debe a un comprensible pero no aceptable temor de fondo: el que se motiva en la creencia de que es ineludible un traspaso de la metafísica de la literariedad a los hechos literarios, borrando así el espesor de la historicidad del contexto, cuando en verdad es posible defender

Quien se refiera a la literatura a secas (sin agregar las juiciosas comillas encargadas de suspender la referencia habitual del término), corre el peligro de no estimar la actual crisis de paradigma, así como, naturalmente, los discursos de las teorías y de las prácticas disciplinarias que la señalan y la potencian. Entre estas últimas, la actividad denominada Estudios Culturales obtiene su lugar de relevancia en estrecha relación con la problematización del carácter indecidible de los textos literarios. En efecto, de la expresión textos literarios, el segundo término sigue convocando (y esto por lo demás no resulta novedoso) la mayor carga de discutibilidad.

Desde el momento en que se adopta una ubicación tan segura, plena, independiente e inmune del fenómeno llamado "literatura", sobreviene el silenciamiento o la suspensión de las condiciones culturales interesadas que la han situado como noción contingente. La otra cara de dicho silencio no puede estar sino en la exclusión de espacios subalternos, generados por un canon fundado sobre la base del concepto de lenguaje marcado en un sentido estético específico y que alberga el poder de encubrir su propia historicidad. El efecto más inmediato de una contingencia que se enrosca para no exhibir sus dimensiones, tiene que ver con la elevación de dicho paradigma al privilegio de la universalidad. Si bien, de acuerdo con lo señalado por García Canclini en un entorno argumental algo diferente, no hay "por qué abandonar la aspiración a la universalidad del conocimiento", para ceder el paso entonces a "la complacencia posmoderna que acepta la reducción del saber a narrativas múltiples"
2, entiendo importante insistir en que semejante aspiración sea distinguida de aquellas construcciones ideológicas que, precisamente y en nombre de "lo universal", cancelan las vías de un eventual conocimiento universal. Dicho resumidamente, la ilusión ideológica de la universalidad consiste en deslizar como fenoménico todo aquello que, tal como la "literatura", es un producto conceptual. No obstante, y para descartar confusiones, quiero aclarar que no me refiero a concepto en un sentido especialmente platónico, ya que eso terminaría por reponer la categoría de universal en el seno de la literatura. Pensarla en términos de concepto, significa, más bien, tomarla en el sentido de un correlato intencional que no garantiza la reproducción de un objeto de la experiencia.

De hecho, la pregunta por el quid de la literatura renueva su interés a medida que se ve desplazada por la interrogación acerca de las condiciones de existencia de ese quid. Es por dicho motivo que el emerger de voces subalternas alcanza un efecto revulsivo sobre las eventuales propiedades de las bellas letras: los discursos de las minorías no sólo denuncian la política de exclusión, sino, especialmente, el carácter de constructo insuficiente con respecto a los reclamos de una realidad heterogénea. La fuerte irrupción del testimonio, por ejemplo, en el contexto latinoamericano, no resuelve tanto la ampliación del canon como una crítica de los criterios que lo fundan. Indudablemente, y aunque no me ocupe aquí de ello, no es la sobrevivencia del canon lo que está en cuestión, sino esa tensa dinámica de rechazo y absorción que se juega cuando, según palabras de Noé Jitrik, "en la expresión misma la marginalidad hierve y sale a la superficie", tal cual ocurre en el caso de la gauchesca rioplatense
3.

Ahora bien, hablar de literatura en el ámbito de los Cultural Studies, o, lo que parece peor, configurar un objeto de estudio en torno a ella en tanto discurso estético -según lo cual subsistiría la necesidad de proponer estudios literarios-, se ha convertido en actividad sospechosa de idealismo. Ciertamente, la incertidumbre actual, producida por la caída de hegemonías esteticistas que decidían lo que antes fuera un lugar de la literatura y que, obviamente, entablaban asimismo la determinación de un no lugar, afecta no sólo el ya imposible diálogo con una esencia de lo literario -fuere cual fuere su versión-, sino la dificultad para localizar su existencia a partir de parámetros estéticos eurouniversalizantes. Esto no implica que uno deba resolverse por posiciones como la de Terry Eagleton, quien, pese a desarrollar acertados argumentos que cuestionan la noción de literatura unida a la de valor, arriba a la conclusión de que esta en rigor no existe
4. En tal caso resulta compartible la observación de Walter Mignolo, en la medida en que considera que "Eagleton es también víctima de la creencia de que las teorías de la literatura deben darnos definiciones"5.

Sin embargo, lo que en primera instancia despierta singular interés no es tanto la resolución de Eagleton con respecto al fenómeno literario, sino las consecuencias que entraña y que él mismo deduce de su postura. En efecto, el teórico inglés determina que si la literatura es una ilusión ideológica y, en consecuencia, la teoría literaria también, su propio libro no constituye otra cosa que "una nota necrológica"
6 al respecto. Al no encontrar una diferencia capital entre la literatura y el amplio conjunto de aquello que Foucault denomina "prácticas discursivas", decide proponer una restitución del objeto de la retórica, abriendo así el espectro hacia un dilatado grupo de escritos relativamente indiferenciados. A la retórica, apunta Eagleton, "no le importaba el que los objetos que estudiaba fueran orales, poesía o filosofía, novela o historiografía: su horizonte era nada menos que el campo de las prácticas discursivas en el conjunto de la sociedad; le interesaba especialmente aprehender dichas prácticas como formas de poder y ejecución"7. En consecuencia, la rehabilitación de la retórica en los términos precedentes se convierte en uno de los efectos centrales de la negación de la literatura como discurso diferencial. Eagleton no vacila en borrar el antiguo privilegio de la palabra estética, razón que lo mueve, de acuerdo con una finalidad emancipatoria expresa, a sobrepasar la actitud liberal de los estudios literarios y a tomar partido entonces por algo que "podría denominarse «teoría del discurso» o «estudios culturales» o cualquier otra cosa"8.

Lo que quiero señalar, después de esto, es que la literatura, así como los estudios que consienten un objeto estético dentro de su campo, son arrojados al territorio de la reacción, la cual impide, naturalmente, los referidos caminos emancipatorios. Según entiendo, la inadecuación de la tesis de Eagleton explica en gran proporción un comportamiento de resistencia a la literatura, fenómeno sensiblemente extendido en los Estudios Culturales a los que, en ese momento, él mismo vagamente se adscribe. Sin duda que no se trata de forzar una homogeneización de los mismos, puesto que sería ingenuo desconocer las interesantes contradicciones que los constituyen en el estado actual, en particular desde la órbita hegemónica de la academia norteamericana. Con todo, no es conveniente ocultar una conducta reactiva en dichas prácticas. Este indisimulado componente es lo que se juega en Eagleton. El mismo corresponde a una impotencia para definir lo literario, la cual aparece visiblemente originada en el anhelo definicional característico de posiciones de impronta positivista. Su justo rechazo, es cierto, a criterios estéticos excluyentes de las minorías, lo conducen a una tabula rasa que, a decir verdad, no logra convencer.

Según sigue sucediendo en mucha producción académica de los últimos tiempos, ello no resuelve los problemas acerca de la peculiaridad del hecho literario. Una muestra fehaciente es el artículo en el que Gustavo Verdesio toma partido por la posición de Rolena Adorno frente a los planteos de defensa de los estudios estéticos sustentados por Neil Larsen
9. En forma muy clara, Verdesio afirma que el cambio paradigmático materializado por los Cultural Studies se asienta sobre la base de una premisa innegociable, a saber y en esta forma: "el nuevo paradigma no entiende que los textos literarios tengan más prestigio o interés que los no literarios"10. Ahora bien, aún cuando se quiera aceptar sin mayores objeciones este fundamento fuerte, sobre todo en lo que concierne a la insuficiencia de los análisis estéticos para dar cuenta de la complejidad discursiva colonial estudiada por Rolena Adorno y amparada en argumentos de Mignolo, cabe preguntarse: ¿es una razón válida como para negarse a los estudios literarios? ¿Suponen los estudios de la literatura un borramiento a priori y reaccionario frente al contexto que siempre excede y contiene a su objeto? ¿Debe quedar el hecho literario, para usar la expresión de Tinianov, relegado a un papel documental, forzosamente globalizado en un conjunto discursivo que se niega reconocer las condiciones que producen su peculiaridad y, según es de esperar, no necesariamente algún tipo de superioridad? ¿No operan los Estudios Culturales configurando un superobjeto superglobal que disgrega la aspiraciones de especificidad? ¿Es la tabula rasa un recurso democratizador o, contra su propia voluntad, se pone al servicio de los argumentos que intensifican la denuncia sobre la inutilidad de la literatura en la sociedad de mercado? La actitud globalizadora de los Estudios Culturales, insisto, de vocación emancipadora, también insisto, coloca a la palabra literaria, es decir, a toda posibilidad que una palabra tenga de existir con ese efecto, en un espacio documental común y, aunque suene hiperbólico, con una función casi filológica. No se trata aquí, naturalmente, de defender prestigios, legitimar exclusiones o de abogar por una estética pura, sino, simplemente, de reinscribir las peculiaridades de un discurso en la fuerte heterogeneidad, para nuestro caso latinoamericana, a la que se ha referido detalladamente Hugo Achugar11. Estudiar los efectos literarios en torno a las condiciones de poder que los determinan no contrae, de antemano y de por sí, un compromiso políticamente conservador contra la emergencia, por ejemplo, del discurso de las minorías. Enfocar, por otra parte, el estudio de la literatura con una posición refutadora de criterios inmanentistas de raíz metafísica, y, por ejemplo, repensar la retoricidad de todo lenguaje señalada por Paul de Man, ayuda a desbrozar el camino, pues de una manera u otra en ello se fisura la presunta estructuralidad distintiva del discurso literario. Sin embargo esto no conmina a desistir de los estudios literarios sino a potenciar, justamente, la discusión teórica. Establecer un objeto en torno a la literatura no implica la reivindicación de esta como presencia, en el fuerte sentido de la crítica derridiana. La construcción de un objeto crítico que tenga a cargo la problematicidad de su propia construcción (lo cual incluye el sometimiento de la cualidad "literaria" a las condiciones de los poderes que eventualmente la generan y entran en colisión con otros), habla, en forma simultánea, de su necesidad y de su provisoriedad, esto es, de la debilidad intrínseca que lo constituye. Creo que semejante planteo no se aleja, o, al menos dialoga con la tendencia que Román de la Campa registra en las nuevas promociones de la crítica actual, que en lugar de dedicarse a la literatura se orientan hacia la epistemología, o, a lo que de la Campa prefiere llamar "teoría epistética, es decir, un rejuego incierto entre la epistemología y la estética"12.

Por lo demás, en lo que concierne al ámbito de los Estudios Culturales, el envío de la literatura a un extenso campo del que parece ser tan sólo una manifestación discursiva más, es el síntoma de una crisis que no califico. A ella no escapan, en primer lugar, los derechos particulares de lo que, como decía poco antes, cabría entender por una teoría literaria sostenida en cometidos definicionales. No tanto porque la indefinición de la literatura sea un presupuesto elemental que hace buen tiempo venimos aceptando y promoviendo, sino por lo que ello significa en cuanto a la desjerarquización de concepciones estéticas que han desconocido los derechos del sujeto silenciado, aquel desplazado actor de un callar al que los Estudios Culturales intentan conferirle una palabra de valor, sea "literaturificándola" o desmantelando la validez del canon estético dominante que no se dispone a integrarla. Muy oportunamente, John Beverley ha llamado la atención al preguntarse "qué pasará cuando la literatura sea tan sólo un discurso entre muchos"
13. Nelly Richard, que cita esta interrogante, la expande de la manera siguiente:

"Es decir, cuando todo lo hablado y escrito se uniformen bajo el mismo registro banalizado de una mortal desintensificación del sentido, porque la palabra habrá dejado de ser teatro o acontecimiento para volverse simple moneda de intercambio práctico ya carente de todo brillo, fulgor o dramaticidad."
14

Hace ya muchos años (concretamente en 1924) que el formalista Iuri Tinianov señalaba la dificultad para establecer una definición firme del hecho literario, basándose más que nada en las relaciones de recepción que lo admiten y lo omiten como tal, según un contexto mayor que la singularidad lingüística de ese mismo hecho. Este obstáculo para fijar la literaturnost -y desde ya a buena distancia de lo que Jakobson enfatizaría a fines de los 50- desmiente de manera cabal que lo que solemos denominar literatura sea un fenómeno estático restringido a la producción estético-lingüística e independiente de las relaciones históricas de poder. La literatura es menos un lenguaje que un hecho sometido a la interpenetración de las series. Si bien Tinianov estudió con fervoroso cuidado los procedimientos para la construcción literaria y no vaciló en reconocer que "las categorías fundamentales de la forma poética permanecen inmutables"
15, tuvo la lucidez suficiente como para subrayar de qué manera el dinamismo histórico atravesaba a esa permanencia. Con todo, aunque no se oculte el carácter canonizante de este tipo de razonamiento sobre las categorías, una fractura de toda "literariedad" queda planteada. Todorov ha enfatizado un efecto decisivo en la postura de Tinianov:

"La tesis de Tinianov es rica en implicaciones radicales. En realidad, ya no deja espacio para un conocimiento autónomo de la literatura, sino que conduce hacia dos disciplinas complementarias: una ciencia de los discursos, que estudia las formas lingüísticas estables pero que no puede nombrar la especificidad literaria; una historia, que explicita el contenido de la noción de literatura en cada época dada, relacionándola con otras nociones del mismo nivel. Esta tercera concepción del lenguaje poético es en realidad una demolición de la noción misma: en su lugar aparece el «hecho literario», categoría histórica y no más filosófica."
16

Finalmente cabe preguntarse si es adecuada la tabula rasa que aplana los relieves del hecho literario, desconociéndolo así como hecho social específico. Más bien entiendo que, relacionado con gravitantes reflexiones sobre la indeterminación de las propiedades de la literatura, cierto comportamiento de los Cultural Studies entraña un estigma reactivo e históricamente situado contra la política del canon, que es siempre una política relativamente conservadora. En realidad creo que la resistencia a la literatura se debe en más alta medida a un comprensible pero no aceptable temor de fondo: el que se motiva en la creencia de que es ineludible un traspaso de la metafísica de la literariedad a los hechos literarios, borrando así el espesor de la historicidad del contexto, cuando en verdad es posible defender la condición de estos hechos sin recurrir a su entierro. Al fin de cuentas habrá que continuar insistiendo en que no es lo mismo la contingencia histórica que la inmutabilidad del ser.

1 Heber Benítez Pezzolano es profesor de Teoría Literaria en el Instituto de Profesores "Artigas" y de Literatura Uruguaya en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Ha publicado, entre otros, Eclipses del Sentido (Cinco ensayos descentrados sobre literatura uruguaya)(1996), Poetas uruguayos de los '60 (1997) y Vicente Huidobro y el vuelo de Altazor (1997). En 1998 recibió el Primer Premio en la categoría Ensayo Inédito de los Premios Nacionales del Ministerio de Educación y Cultura. 2 Nestor García Canclini: "Los estudios culturales: elaboración intelectual del intercambio América Latina-Estados Unidos", en: papeles de Montevideo, La crítica literaria como problema, No. 1, Montevideo, Trilce, junio de 1997, p. 51.
3
Noé Jitrik: "Canónica, reguladora y transgresiva", en: Orbis Tertius, Revista de teoría y crítica literaria, No. 1, Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de La Plata, 1996, p. 164.
4
Terry Eagleton:"¿Qué es la literatura?", en: Una introducción a la teoría literaria (1983), trad. esp. J. Esteban Calderón, México, Fondo de Cultura Económica, 1era. reimpr., 1993, pp. 11-28
5
Walter Mignolo: "¿Teorías literarias o teorías de la literatura? ¿Qué son y para qué sirven?", en: Teorías literarias en la actualidad, Graciela Reyes (ed.), Madrid, Ediciones El arquero, 1987, p. 73.
6
Terry Eagleton, op. cit, p. 242.
7
Terry Eagleton: "Conclusión: Crítica Política", en op. cit., p. 243.
8
T. Eagleton, op. cit., p. 249.
9
Gustavo Verdesio: "Reflexiones sobre el estatus de la estética en los estudios literarios: el caso de la actual «crisis de paradigma» en los estudios coloniales", en: papeles de Montevideo, No. 1, op.cit., pp. 111-120.
10
Gustavo Verdesio, op. cit., p. 113.
Creo que la posición de Verdesio carece de un punto de articulación y se comporta como una superficie cerrada a priori. Sin duda que no es el caso de Eneida de Souza ("Os livros da cabeceira da crítica", en Papeles de Montevideo, op. cit. pp. 101-109), quien efectivamente reconoce en el ámbito de la interdisciplinariedad una opción de destaque para el texto literario, lo cual no significa lo mismo que aceptar su hegemonía frente a otros conjuntos textuales.
11
Hugo Achugar: "Repensando la heterogeneidad latinoamericana (a propósito de lugares, paisajes y territorios)", en: Revista Iberoamericana, vol LXII, Nos. 176-177, Julio-Diciembre 1996, University of Pittsburgh, pp. 845-861.
12
Román de la Campa: "Latinoamérica y sus nuevos cartógrafos: discurso poscolonial, diásporas intelectuales y enunciación fronteriza", en: Revista Iberoamericana, Nos. 176-177, op. cit., p. 702.
13
John Beverley: "¿Hay vida más allá de la literatura?", en: Estudios 6, Caracas, p. 39.
14
Nelly Richard: "Intersectando Latinoamérica con el latinoamericanismo: saberes académicos, práctica teórica y crítica cultural", en: Revista Iberoamericana, vol. LXIII, No. 180, Julio-Setiembre 1997, p. 358.
15
Iuri Tinianov: "La noción de construcción" (1923), en: Teoría de la literatura de los formalistas rusos (1965), Tzvetan Todorov (antología y presentación), trad. esp. Ana María Nethol, México, Siglo XXI 5a. ed., 1987, p. 88.
16
Tzvetan Todorov: Crítica de la crítica (1984), trad. esp. J. Sánchez Lecuna, Caracas, Monte Avila, 2a. ed., 1991, pp. 35-36.

 

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